miércoles, 8 de mayo de 2013

Quien llega a la Presidencia del Gobierno

Nicolás Salmerón, Presidente de la I República española
Me referiré solo a España, pues pretender abarcar más es cosa inútil, porque las situaciones, a poco que se indague, son muy parecidas. A lo largo de la historia no han sido muchos los presidentes del Gobierno que destacasen por virtudes especiales, más bien han sido personas muy comunes, que han recurrido a la trampa o a la violencia, muchos de ellos sin formación, otros alejados de todo interés en los asuntos públicos y más bien afectos a los privados, algunos sí pueden ser considerados verdaderamente intelectuales, pero esa alta magistratura que es la Presidencia del Gobierno ha estado ocupada, en muy pocos casos, por personas de verdadera valía.

Claro que todo lo que aquí digo es mi opinión y está formada por los condicionantes ideológicos y culturales que tengo, pero a poco que se reflexione creo que no habrá muchos que me desmientan en la mayor parte de los casos.

Narváez y Espartero, conservador uno y progresista el otro, no fueron sino verdaderos espadones que amedrentaron cada uno a la mitad del país. Con una mentalidad consistente en que la ley estaba para ser violada constantemente, no tuvieron inconveniente en dar golpes de estado, movilizar el ejército con fines personales o parciales, derramar sangre inocente y tensionar al país, con las negativas consecuencias para su economía. Algo así representó también O'Donnell, e incluso el que pasa por erudito historiador, Cánovas del Castillo, no tuvo empacho en aprovecharse de un golpe de estado, el dado por el general Martínez Campos, para reinstaurar la monarquía y dejarse nombrar Presidente del Gobierno. A partir de aquí participó en múltiples pucherazos electorales, no como brazo ejecutor (¡faltaría más!) sino como expectador lejano y ufano de las operaciones. 

También don Práxedes Mateo Sagasta se prestó a operaciones tan poco edificantes, por muy acertado que estuviese en ciertas políticas que extendieron el sufragio a todos los varones mayores de edad. De poco valió, pues el falseamiento electoral, con él a la cabeza, continuó impertérrito. Los ilustrados Francisco Silvela, Montero Ríos (el "cuco" de Lourizán, le ha llamado alguien), Antonio Maura y Segismundo Moret dieron la talla como presidentes y como intelectuales, pero no dieron la talla como lo que desearon: ser regeneradores de una España sumida en el atraso, la incultura y el caciquismo, ese mismo caciquismo cuyo campeón ha sido -mientras no se demuestre lo contrario- otro presidente: el conde de Romanones.

José Canalejas fue quizá el máximo exponente del anticlericalismo y de la intelectualidad a la cabeza del Gobierno a principios de siglo, pero sucumbio también al caciquismo y a una bala asesina. No puede decirse que le llegase a la altura del betún don Eduardo Dato, otro asesinado -como lo fuera Cánovas- en un país donde la violencia se ha enseñoreado de los campos y ciudades durante siglo y medio; y no es extraño dadas las lacerantes injusticias, el poder de los curas, los abusos de la Iglesia como institución, el predominio de los terratenientes, de los banqueros, de los industriales catalanes y de otros de menor caletre. 

Creo que no se encontrará presidente del Gobierno con más cabeza y audacia que don Manuel Azaña, pero gobernó en momentos turbulentos y contra enemigos verdaderamente implacables. Pero aparte él no dio la II República española presidentes notables: Lerroux fue un populista peligroso para el país, Portela Valladares pacato, Casares Quiroga quiza nunca quiso ser presidente, Largo Caballero fue un obrero de gran tesón que gobernó en tiempo de guerra, como el valiente y generoso Juan Negrín, por lo que no se les puede pedir mucho cuando tenían a tres cuartas partes del ejército amenazando la seguridad de los españoles, aliado con potencias fascistas y gozando del favor de criminales como Juan March. 

Durante la I República española fueron los jefes del Estado los que marcaron el paso incierto del régimen: el único que tenía las ideas claras quizá fue Pi y Margall, pero los demás demostraron honestidad y empeño, quizá el más preparado de todos don Emilio Castelar. Bruto como los espadones Narváez y Espartero tuvimos uno en el siglo XX: Primo de Rivera, que hablaba de masculinidad y otras sandeces. Luego vino otro que a más de bruto fue sanguinario y criminal, pero en la mente de todos está para que tenga que nombrarlo por enésima vez. En las postrimerías de la última dictadura tuvimos a un almirante duro e impenetrable que, si por él fuera, España volvería al concilio de Trento. 

Desde la transición democrática hasta ahora el que ha demostrado más capacidad de liderazgo ha sido don Felipe González, además de haber sido el más apoyado por los españoles y el que tiene un saldo de realizaciones más fructífero, pero no fue un intelectual ni hombre de ideología definida, aunque sí astuto y pragmático como pocos. El presidente Suárez tuvo también mucho de astuto, vivió la suerte de encontrarse en el poder en momento oportuno y en el mismo lugar en momento inoportuno, cuando los militares no iban a permitir más veleidades por su parte. Neutro diría yo fue el señor Calvo Sotelo, más un diligente director general o un buen jefe de negociado que un presidente. Luego vendría un innombrable, bravucón y pendenciero, que gobernando en los años postreros del siglo XX y en los primeros del XXI, metió a España en una guerra ilegal e injusta, sacrificando varias vidas por el solo hecho de medrar personalmente a la sombra de otro pendenciero mandamás de Estados Unidos. 

El señor Zapatero no fue brillante, pero tuvo una primera legislatura muy fructífera. Luego no supo hacer lo que sí saben los hombres de estado: afrontar problemas graves y serios como una crisis económica provodada por usureros que le engañaron como a un niño. Del actual poco cabe decir, pues está acostumbrado a gobernar con delincuentes, taimado y escurridizo, sin idea de lo que quiere para España como no sea dejarla como está, atrapada en las garras de unas cuantas familias que nunca han sido afectadas por régimen ni gobierno alguno. Creo que será uno de los peores gobernantes que -en tiempos de democracia- tendrá España. 

Como se ve -y no hice sino un somero repaso sin especiales miramientos- no hace falta gran cosa para llegar a ser Presidente del Gobierno. Tener los apoyos de un partido o grupo de presión -lo que no es poco- querer dirigir el país y demostrar ciertas capacidades, algunas de las cuales mejor fuera no las tuviese nunca mortal alguno. En casos contados la valía, la honradez y valentía de quienes ostentaron el cargo, bien merece que lo reconozcamos.

L. de Guereñu Polán.

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