¿Son muchos 1.600 casos de corrupción?
Evidentemente
son muchos, sobre todo en términos relativos, y una sociedad que padece
tal lacra no debe permanecer impasible. Allí donde cada uno pueda ha de
manifestar su oposición y condena a la corrupción y a los corruptos,
pero también a los corruptores.
La corrupción está entre los
constructores, entre los profesionales, entre los políticos, entre los
funcionarios, entre los hombres de negocios, entre los banqueros, entre
los futbolistas de elite y en otros campos y colectivos. La construcción
ha sido un foto de corrupción casi permanente, que ha tenido en los
Ayuntamientos sus principales aliados, pero también entre las
autoridades que debían velar por la conservación del patrimonio natural y
urbanístico. Adjudicaciones fraudulentas, contratos amañados, cohechos,
prevaricaciones, falsedades... han estado y están en el orden del día.
También han sido frecuentes las estafas de los banqueros, hasta el punto
de que se puede decir que los atracadores no estaban fuera de la
sucursal de turno, sino dentro de la sede central de muchos bancos.
Existe una legislación muy poco severa para los casos de corrupción:
prescripciones al cabo de unos pocos años, castigos muy poco
ejemplarizantes, garantías excesivas para los acusados, imprecisiones
legales que permiten hacer juegos malabares a los abodados defensores...
Ahora bien ¿vivimos un momento en el que la corrupción ha alcanzado
cotas que no se dieron antes? No parece probable y lo que sí ocurre es
que ahora se sabe: el periodismo de investigación ha hecho estragos
entre corruptores y corruptos, los jueces se han movilizado (en la
medida en que han podido) contra esta lacra, los ciudadanos se han
empezado a escandalizar (en mi opinión no como correspondería a una
sociedad verdaderamente democrática) y las redes sociales airean como
nunca antes se había hecho los casos de corrupción.
Si echamos
un vistazo a otras épocas de la historia la corrupción ha estado
siempre presente: no ya en las sociedades antiguas, donde las clases
patricias campaban por sus respetos con corruptelas de todo tipo, sino
durante los siglos posteriores. Los desafueros cometidos por la nobleza,
por el alto clero, por las dinastías reinantes eran constantes, casi se
diría que eran la razón de su existencia. No hubiera sido posible
mantener el tren de vida de muchas familias si no es a base de
corruptelas. Cuando la prensa se extendió como un medio de comunicación
no fueron noticias relacionadas con la corrupción lo que más abundaba,
pues el poder político, el poder económico, los grandes y señorones se
cuidaban muy mucho de comprar al director de turno, o bien eran aquellos
los dueños de los periódicos.
Durante el franquismo los casos
de corrupción fueron sonados: está el caso del estraperlo, multiplicado
por mil, el de Barcelona Traction, la corrupción urbanística que dejó a
nuestras ciudades marcadas por décadas, los casos Sofico, Matesa,
Manufacturas Metálicas Madrileñas, el caso Rivara, el caso Reace, los
múltiples casos de corrupción en los que intervino Juan March... No
viene aquí ir más allá; el régimen era la corrupción personificada y no
podía engendrar más que corrupción.
En mi opinión los casos de
corrupción se dan en países donde los comportamientos democráticos no
están suficientemente arraigados, sin que ello quiera decir que no haya
corrupción en países donde la tradición democrática esté probada. La
corrupción, además, se da en momentos de euforia económica y en momentos
de penuria: cuando aquella, la sociedad suele hacer oídos sordos, pues
las cosas van bien; cuando esta, ya es tarde para protestar porque la
corrupción está metida hasta el tuétano.
Por eso es necesario
que una nueva ley electoral venga a permitir a los electores eliminar de
una lista a un candidato indeseable; por eso es necesario endurecer las
penas para corruptores y corruptos, por eso es necesario agilizar
judidialmente los casos de corrupción, por eso es necesario que lo que
se considera falta pase a ser delito en determinados casos; por eso es
necesaria una toma de conciencia sincera por parte de la población (lo
más difícil) antes de que la carcoma nos haya destruído como comunidad.
L. de Guereñu Polán.
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