La relación entre Cataluña y España es una historia compleja, marcada por los
recelos de ambas partes. Es una relación en la que la comunicación ha sido de
siempre más que deficiente, en una coexistencia salpicada de severos desencuentros no ajenos a una visceralidad
fuera de lugar. Y que hoy, apunta cada vez más hacia una polarización en dos bloques impulsados por dos formas de
populismo, ambos muy nocivos para la convivencia armónica.
España, esa España que se
apropian los que la hacen minúscula de ideas y de visión raquítica tuvo de
siempre un gran problema para incorporar
todas sus culturas e identidades. Su sustrato de nacionalismo español,
tridentino en lo confesional, centralista en lo administrativo y receloso
siempre ante la modernidad y el progreso, apenas en su miopía, mira más allá de
su ombligo considerando lo demás, provinciano y pueblerino.
Cataluña, territorio en principio
económicamente saneado, con un alto grado de desarrollo, capacidad e
iniciativa, sumamente celoso de su
cultura y su identidad, vivió una etapa en
la que un catalanismo dialogante, entendía posible la convivencia en el solar
hispano desde la conciliación de intereses comunes. Algo que en la última década
eclosionará en un separatismo sin careta, acrecido por el dislate permanente de
un Partido Popular, que confundió en todo momento unidad con uniformidad y
patriotismo con finca para lucro de amiguetes y asociados.
El rosario de despropósitos de una
de las orillas, eran perfectamente utilizados y magnificados desde la otra. El episodio gris y sombrío que es la
presidencia de Mariano punto Rajoy disparó el independentismo de forma
espectacular, distinguiéndose por la nula capacidad de aplicar aunque fuese en
mínimos, actitudes de empatía o capacidad de gestión de la crisis. Se fomentó
una distancia y un desafecto, que hoy desafía
la aguja más experta para su cosido. En el medio quedan en tierra de nadie
ciertos sectores de la sociedad catalana, que abrazando un catalanismo
integrador fueron barridos por el vendaval separatista embravecido por fervores
e ilusiones, y a lo que nos ajenas circunstancias sobrevenidas con la crisis
económica, sembrando expectativas que hacen muy azarosa una posible una
reconciliación.
Los elementos puente que podrían
propiciar el dialogo han quedado desplazados entre sentimientos y
resentimientos, alcanzándose niveles que amenazan agrietar la sociedad en
patriotas y antipatriotas, buenos y malos, lo que incluso llega a colarse, de
forma muy nociva, en el discurso institucional.
Algo que compromete severamente
al nuevo President de la Genaralitat, con una copiosa bibliografía, en la que
encadena expresiones y calificativos impropios de alguien llamado a conciliar y
gobernar para todos. Conceptos que requieren remontarse a los emitidos por
Sabino Arana hace más de un siglo, y que no refieren a priori intenciones o
capacidad de dialogo que desbroce la situación.
Dejando de lado el siglo XVII y
el XVIII con la Guerra de Secesión, desde que en el siglo XIX el Sr. Roca i
Farreras, desde el diario “La Renaixença” en 1886, lanza por primera vez la propuesta
de una Cataluña con Estado propio en un artículo cuyo título es toda una
declaración: “Ni espanyols ni francesos”, el tema nunca dejó de estar enraizado
en amplios sectores de la sociedad catalana. Solo una supina ceguera puede
ignorar que su crecimiento fue progresivo bajo diversos regímenes políticos,
superviviendo con solvencia los años duros de la dictadura franquista.
El detonante definitivo es la
sentencia en junio de 2010, tras la el recurso del Partido Popular y cuatro
años de deliberaciones de un Tribunal Constitucional muy cuestionable por su
situación interna, que frustraba la
esperanza del Estatuto de 2006, imponiendo la visión uniformadora de España del
Partido Popular… Pírrica victoria del “nacionalismo” popular, -pagado con las
treinta monedas de un puñado de votos-, que definitivamente abriría la Caja de
Pandora. Y con ello una espiral de
incógnitas.
Si alguien en
rigor puede precisar a un plazo de cinco o seis años cuál será el desenlace de
la misma, algo que hoy semeja ser tela de Penélope,…francamente se haría
merecedor de un escaño destacado en el Santuario de Delfos como Oráculo de
Honor.
Antonio Campos Romay ha sido
Diputado en el Parlamento de Galicia
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