En la Edad Media, sobre todo desde la segunda mitad
del siglo XIV, los presidentes de la Generalitat solían ser clérigos, algunos de
ellos canónigos o abades (en algunos casos del emblemático monasterio de
Montserrat). Eran miembros de la nobleza o de los grupos pudientes de la
ciudad; nunca quisieron ni concibieron defender los intereses de Cataluña en su
pluralidad, y menos a los menestrales y gentes humildes, que eran la inmensa
mayoría, sino a los de la biga y a los grandes exportadores que tenían al
Mediterráneo como centro de operaciones.
Luego vinieron los que se ocuparon en fortalecer los
intereses del imperio mediterráneo que se formó con centro en Barcelona. En
principio durante el siglo XIV pero más aún durante las dos siguientes
centurias. En Atenas, en Neopatria, en Sicilia, en el norte de África, en
Nápoles y en no pocas islas donde se habían establecido los consulados
catalanes.
Con el primer Borbón se acabaron los presidentes de la
Generalitat, que volvieron con la II República española, a la que fueron
bastante desleales: primero el señor Maciá con sus ensoñaciones golpistas,
luego el señor Companys, que creyó podía desafiar a un gobierno conservador
español pero que había ganado las elecciones en buena lid. Ya en los tiempos
recientes nos encontramos con el poquísimo honorable (en realidad un
delincuente de altura) de apellido Pujol, que incluso actuó durante más de
veinte años al unísono con su mafiosa familia. Luego vino el corrupto señor
Mas, que aprovechaba mordidas de contratas para ganar elecciones y, de paso,
provocar el incendio que hoy padecemos. Por último dos personajes realmente
alocados, los señores Puigdemont y Torras, que pretenden cambiar el régimen de Cataluña
sin contar con la autorización de la mayoría de los catalanes.
Este último, además, ha revelado a lo largo de más de
veinte años una vocación racista y xenófoba que destila odio al diferente
tildándole de africano, como si entre los millones de africanos no hubiese muchísima
más dignidad que veneno en los de su estilo. El señor Torras sería un personaje en
el antiguo Egipto, donde nubios y libios eran esclavos por decisión de los que
pensaban como él, o en cualquier otra civilización donde una casta elegida por
los dioses sojuzgaba a la muy numerosa mayoría de la población. También iría
bien el señor Torras en el régimen del general Franco y creo que tendría futuro
en él, de igual manera que en el III Reich.
Cuidémonos de los que como el presidente actual de la
Generalitat de Cataluña se creen de una estirpe superior, como así mismo el
presidente del Gobierno español, que en 1983 dejó escrito en un periódico que
las diferencias sociales son cuestión de estirpe. Estos son los dos que tendrán
que negociar no sé que, pero son dos de temer, verdaderamente.
L. de Guereñu Polán.
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