La democracia es un sistema que facilita
organizar la sociedad de acuerdo con los postulados de Mostesquieu,
habilitando que el poder se distribuya y contrapese, soslayando la acumulación
del mismo en una sola mano o grupo. Se basa en el respeto a la dignidad humana,
a la libertad y a los derechos
ciudadanos. Pero suele pasar, el caso español es un buen exponente,
que muchas veces hablan de democracia los mismos que la están negando. O que
crecieron negando su práctica. Que los que pontifican sobre democracia, son
aquellos o aquellas que la escarnecen con sus actos y en lo cotidiano la
niegan. Que hacen de las contradicciones hoja de ruta para befa de un pueblo
estupefacto ante tanta desvergüenza, que
pierde la fe en la clase política a chorros. Algo que las encuestas
sociológicas nos recuerdan periódicamente.
Se invoca la democracia de forma altisonante, y se anatemiza a los países totalitarios por su ausencia de
respeto al ciudadano, olvidando que nos movemos en una pátina de ilusión
democrática que oculta la imperfección
de una libertad que hoy está usurpada por poderosos intereses financieros que
mueven sus tentáculos e imponen su criterio a través de políticos domesticados.
Convirtiendo en esta perversión, a los trabajadores y a la mesocracia, en los
parientes pobres y sin horizontes de tal modelo. Se orilla la virtud máxima de una democracia que es el
respeto al ser humano simplemente por el hecho de serlo. Malamente cumplirá su
papel la democracia si es incapaz de una justicia social equitativa.
Violentaría su razón de ser, si no consagra a la ciudadanía en pié de igualdad
en el ejercicio de derechos y deberes.
Desde la instauración del estado
constitucional, nos hemos visto lastrados por el riesgo de liderazgos con
vocación de prolongarse en el tiempo de forma insólita, y que en muchos casos
desembocan en las aguas revueltas de la demagogia. Algo de lo que no se libran
las nuevas corrientes, que con más cargas reivindicativas que poso ideológico,
han irrumpido en el escenario político. Mesianismo e intolerancia son prácticas
al uso que no se comparecen con la reflexión sosegada, el debate y la capacidad
de acuerdo que informan una democracia con dinamismo. El papel de la ciudadanía en una democracia
solvente no se agota con el ejercicio del voto.
La democracia es participación
con responsabilidad y el ejercicio de permanente pedagogía frente a la
intolerancia. La democracia cumple su objeto cuando el poder hegemónico no es
el económico, sino la suma ordenada de los intereses de la sociedad. Lo que
requiere una cultura democrática constante y viva.
Nada más lejos de una democracia
sana, del buen estado de la salud pública, que la administración caiga en manos
de una minoría corrupta y en muchos
casos incompetente. Que la adultera en aras de su de lucro, estrategias o al
servicio de terceros. Que para la impunidad de su ejercicio socave la
credibilidad de los poderes del estado que dibujan la democracia. Haciendo que
el poder judicial se mueva a su capricho.
Entorpeciéndolo, privándolo de medios o
directamente actuando con arbitrariedad sobre sus mecanismos. Extendiendo la
sensación, con mucho de objetiva, que la metástasis de la corrupción llegan a
las más altas instituciones del estado,
y que no parece descartable la connivencia
desde estas con los presuntos delincuentes.
No ayuda que la consorte del jefe del estado (vitalicio y no
electo) tenga por “compi yogui” un delincuente económico con condena firme, en libertad bajo fianza
por un nuevo caso de corrupción, al que
amen de mostrarle su apoyo, a la vez la tal señora, mande a la mierda (perdón,
“merde” debe ser más fino) a la
ciudadanía por indignarse al saberlo. O que su esposo lo invite cordialmente a
cenas íntimas. O que otro delincuente, también condenado, cuñado del jefe del Estado,
se pasee alegremente en Semana Santa de la mano de su señora esposa y princesa,
incluso firmando autógrafos y haciéndose selfies...
Se degrada y socava
peligrosamente la democracia cuando ante el pueblo se exhibe una alarmante
impunidad. Cuando son intolerables las distancias entre los que acaparan la
riqueza y los que “acaparan” pobreza.
Cuando lo incorrecto llega al bochorno de prostituir algo tan noble y de la
máxima dignidad, como es la política, presentándola como intrínsecamente mala.
En el mejor de los casos quedaría la interpretación “marxista”... (Groucho Marx) : “La política es el arte de buscar problemas, hacer un diagnóstico
falso y aplicar el remedio equivocado”.
A estas alturas, la trascendencia
no está con toda la obscenidad que representa, en el saqueo sistemático de la
publico, en el desmantelamiento de lo público para satisfacer la voracidad de
los especuladores, dinamitar la separación de poderes, y muchas otras
aberraciones, sino en la degradación descontrolada (o intencionada), de la democracia que conlleva. De sus valores
y principios. Este es el primero y más grave de los actos delictivos que se
están cometiendo hoy. Lo que está en juego, ya no es que “sean una manga de
ladrones del primero al último” que diría Pepe Mujica, sino que estas
conductas, están poniendo en riesgo la
propia democracia.
Antonio Campos Romay
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