jueves, 28 de diciembre de 2017

El otro 1 de octubre



Cuando el 1 de octubre de 2016 se consumó una de las más graves crisis del Partido Socialista en España, vino a mi memoria la misma fecha del año 1937, el país en plena guerra civil, cuando se produjo la más grave crisis y división de la Unión General de Trabajadores. Largo Caballero había caído del Gobierno en mayo pasado y, desde entonces pero incluso antes, se habían desatado varios enfrentamientos en la central sindical, tanto por el control de la misma como por la marcha de la guerra, como –y esto es lo más importante- el control que los comunistas iban teniendo tanto en la UGT como en la dirección de dicha guerra. La central socialista, que ya había integrado a la Confederación General comunista, quedó dividida en dos, una dirigida por González Peña y otra por el mismo Largo Caballero.

Se hicieron gestiones ante la Federación Internacional Socialista, dirigida entonces por Schevenels, el cual no se inclinó por ninguno de los dos grupos, sino que les invitó a encauzar democráticamente la solución para restaurar la unidad. Incluso estuvo en España el internacionalista León Jouhaux, que a juicio de Largo favoreció al grupo de González Peña; el ya Presidente Negrín no se interesó por la escisión sindical y delegó en su ministro de la Gobernación, Julián Zugazagoitia, demasiado ocupado en la guerra para atender a este asunto. Desde entonces comenzó el declive, a todos los niveles, del gran Largo Caballero, que habiendo cometido errores gruesos a lo largo de su vida pública (¿quién no?) ha dejado una estela de esfuerzo casi inigualable en la defensa de los intereses obreros.   

El hecho de que esta división ocurriese en plena guerra, cuando las fuerzas republicanas solo habían conseguido detener la ofensiva sublevada en Madrid, el Jarama, Brunete y Guadalajara, muestra a las claras que los problemas de la República española no estaban solo en el campo de batalla. Largo, presidente del Gobierno entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, se había visto obligado a integrar a varios ministros comunistas en su gabinete, pues la ayuda soviética se canalizaba a partir de su partido. Si hacemos caso a las fuentes que nos han dejado Zugazagoitia, Prieto, Largo y otros, y que han sido estudiadas profusamente por los historiadores, uno de los comunistas (ministro con Largo) que más calentó la situación en aquellos momentos fue Jesús Hernández, que estuvo en contacto con los agentes soviéticos para que el PCE se hiciese con la dirección de la guerra.

Largo era, al mismo tiempo que Jefe del Gobierno, ministro de la Guerra, lo que fue caballo de batalla para los comunistas, que querían desposeerle de esto último, pero también del grupo prietista en el PSOE, partidario entonces de la colaboración comunista como luego lo fue Juan Negrín, ya en la presidencia del Gobierno en sustitución de Largo. Este, heredero del socialismo más acrisolado del pasado siglo, que tomó el testigo del mismo Pablo Iglesias, no concebía que los escindidos en 1921, aprovechando una guerra, se hiciesen dueños de la situación e impusiesen lo que entonces se llamó –sin llegarse a consumar- el “Partido Unificado de los Trabajadores” (ya se había producido la unificación de las juventudes socialista y comunista). Curiosamente la unidad de acción con la CNT ya se había producido e iba por buen camino, salvo la indisciplina que siempre caracterizó a esta central durante la guerra.

Las exigencias comunistas de eliminar al POUM, un partido no estalinista y, por lo tanto, heterodoxo para los comunistas de José Díaz, nunca fueron aceptas por Largo, como tampoco que se combatiese a la CNT, verdadero estorbo –y esto sí está comprobado- para que en el frente de batalla hubiese orden y centralización del mando. El problema está (y hoy ya se sabe) en el seguidismo a pies juntillas que el PCE hacía de las directrices de Moscú, que tenía el beneficio de la ayuda militar recibida por la República. Ya estaba el régimen soviético emponzoñado en las grandes purgas, pero estas, hay que reconocerlo, solo eran conocidas por unos pocos y quizá no por los comunistas españoles.

Largo siempre consideró a Prieto el máximo responsable de su caída del Gobierno, aunque hoy sabemos que esto no fue así, pues entonces sus seguidores controlaban la dirección del PSOE, que participó en la caída de Largo. Pero la fuerza que este tenía en la UGT, con ministros en el Gobierno, era un problema para sus adversarios en el campo republicano y dar la batalla en la esfera sindical fue lo que llevó a la caída del gobierno Largo, a la crisis profunda de la UGT y a su división, lo que trajo no pocas consecuencias para el futuro.

Si tenemos en cuenta que el 1 de octubre de este año que acaba ha sido el de la consumación del descerebramiento nacionalista en Cataluña y que en fecha igual de 1936 el general Franco se autoproclamó Jefe del Estado en la capitanía general de Burgos, la fecha ha de ser considerada verdaderamente maléfica. 

L. de Guereñu Polán.                              

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