jueves, 22 de febrero de 2018

FEMINISMO, LA LUCHA INTERMINABLE.

CLARA CAMPOAMOR,  EDRIS RICE-RAY, SOR JUANA  INÉS DE LA CRUZ,  tres mujeres entre muchas otras cuyas biografías muestran como en épocas distintas, circunstancias y realidades diferentes, el feminismo es un fenómeno común. Una tarea interminable que representa la  dinámica liberadora encaminada a erradicar una página negra de la sociedad y el prolongado e inicuo sometimiento de la mujer.
Aunque el concepto de género se acuña en el siglo XX, en la década de los setenta,  el feminismo no es sino  la constante lucha de la mujer, que  conduce  al descubrimiento de que el género es una construcción cultural que revela la nítida desigualdad social entre hombres y mujeres. Con todas las complejidades que entraña, el feminismo responde tanto a actitudes intelectuales como históricas. Es difícil hallar una dominación más larga y cruel y en la que la marca de la naturaleza haya grabado esa impronta que afecta a las mujeres.  El discurso de la inferioridad de lo femenino alcanza con visión retrospectiva, al menos hasta la filosofía griega, aunque los picos de mayor virulencia se asocian con la teología, cuya vocación es hacer de la mujer un ser anónimo. Algo que auspicia que el empoderamiento femenino se incardina con una necesaria desconexión de la tradición y de la religión, eliminando prejuicios y abriendo puertas a una realidad distinta.
A lo largo de siglos el género  fragmenta la sociedad en dos partes asimétricas. Una marcada por la subordinación y otra por la dominación.  En una confluye una suma de derechos y en la  otra un déficit significativo de los mismos. La propuesta feminista pone al descubierto todo el armazón ideológico que discrimina o excluye a las mujeres de los diferentes ámbitos de la sociedad. Si el  marxismo señala la existencia de clases sociales con intereses opuestos e identifica analíticamente los mecanismos sociales e institucionales inherentes al capitalismo, el feminismo es la mirada crítica y política sobre las dimensiones de una realidad intolerable y degradante que se manifiesta en violencia de género, acoso sexual, desigualdad de acceso a los derechos colectivos, brecha salarial, etc. Lo que tradicionalmente acontece, -aunque las circunstancias estén variando sustancialmente-, es la existencia de una disposición social en la que los varones ocupan una posición hegemónica en todos los ámbitos de la sociedad.
Uno de los pilares de la teoría feminista, es la radiografía sociológica que pone al descubierto los elementos de subordinación e injusticia social que usurpan recursos y conculcan derechos en la vida de las mujeres. Pese a todas las limitaciones impuestas, la realidad final la recoge  en una frase de Virginia Wolf, “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que se pueda imponer a la libertad de la mente”. Habría que formular la salvedad de las escasas y lamentables anécdotas, referidas a mujeres que con desdoro utilizan la sensibilidad social existente para difamar, chantajear o retorcer en pro de mezquinos intereses personales la dignidad de un proceso, mancillando la lucha noble, dura, comprometida de las auténticas activistas depositarias del legado liberador. O, lo que es peor, menoscabando de forma grosera con su comportamiento a las verdaderas víctimas en su drama vital y su dolor.  
La labor del movimiento feminista, de sus actoras y actores, no  termina en  la teoría analítica o en el diagnóstico crítico de la realidad. Requiere de la acción política, como vehículo en el que desembocar la praxis. Huyendo de interlocutores que encantados de haberse descubierto como  machos alfa, con todo cinismo se apuntan a cualquier fuego de artificio demagógico, contaminando la política. La lucha por la equiparación y los derechos de la mujer es algo demasiado serio, demasiado riguroso, demasiado dramático, como  para dejarlo en manos de políticos oportunistas, plumas de pavo real,  sin nueces tras el ruido. O en los que, con extrema procacidad no dudan en manifestar,  “no nos metamos ahora en eso...”  
Señala  con razón Dña. Celia Amorós, brillante teórica del feminismo, y del llamado “feminismo de la igualdad”, catedrática y miembro del Departamento de Filosofía  Moral y Política de la UNED, “en feminismo, conceptualizar, es politizar”. Sostiene que la globalización ha tenido un efecto nocivo para la mujer, y reclama “que se vuelvan a rearmar movimientos antiglobalización en los que las mujeres tengan su lugar transversal”.  
Llegados a este umbral de compromiso, cada vez  brillan con más fuerza los ejemplos de integridad moral de mujeres, que como en su día la diputada Dña. Clara Campoamor, ayer y hoy, abanderan la lucha de la emancipación femenina.    
     


*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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