lunes, 9 de abril de 2018

La sociología electoral



Es uno de los temas que más interés tiene para mí, sobre lo que he leído mucho, pero poco bueno, y aún así sigue siendo un enigma la razón por la que cada individuo opta por un partido u otro (por abstenerse, votar en blanco o nulo) en cada convocatoria electoral. Por eso las encuestas electorales fallan en sus predicciones tantas veces, aparte de que –como los expertos confiesan- cada vez más se dejan influir por las consultas que cada partido hace para sí.

Hemos visto como, aún diciendo el actual presidente de Estados Unidos, que anunciando matar en una calle a tal o cual persona, él sería elegido, así ha sido (última campaña electoral en dicho país). Hemos visto como partidos embebidos en la corrupción, en España y fuera de ella, reciben votos a millones por parte de la ciudadanía. Hemos visto como no hay ley electoral que guste a todos, cuando si se actuase de buena fe las circunscripciones serían las mayores posibles en los sistemas proporcionales…

Cuando he intentado acertar en el resultado de unas elecciones no lo he conseguido nunca: siempre ha habido un factor nuevo, con el que no conté por no conocerlo, que ha venido a desfigurar mis vaticinios. Algo así reconocen algunos expertos cuando hacen sus sesudas y científicas encuestas.

En un país de fuerte componente individualista (como Galicia) suele ganar aquel partido que menos esfuerzos ha hecho por el asociacionismo y menos tradición democrática ha demostrado; le basta con ser el que haya heredado estructuras de poder (algunas sutiles pero otras no) que, aún con un régimen político nuevo, ha conseguido perpetuar. Andalucía es un ejemplo a contrario: con una tradición asociativa muy fuerte, sobre todo en el campo, es terreno abonado para los socialistas (al menos por ahora) pero habrá que estar atentos a que la sociedad en dicha comunidad, como en otras, cada vez está más terciarizada.

La estructura de la propiedad (Castilla y León) también influye en el comportamiento electoral, así como el predominio de la pequeña empresa sobre la grande y comunidades rurales que todavía siguen siendo un elemento importante a tener en cuenta. El comportamiento es a la inversa (matizadamente) en Castilla-La Mancha, donde los parecidos con Andalucía y Extremadura suelen dar el voto a los socialistas.

Ya pueden los nacionalistas vascos o catalanes estar sumidos en casos graves de corrupción, que su electorado está garantizado. Lo que cuenta es el concepto “nacionalismo”, ningún otro valor moral o político. Ya puede un señor de derechas, pero correcto y honrado, estar harto del PP, que le seguirá dando su voto antes de que el poder pueda ser ocupado por los socialistas. Y al revés.

La polémica absurda sobre si es mejor el bipartidismo o el multipartidismo electoral, merece dicho calificativo porque no depende de que decidamos, teóricamente, una cosa o la otra, sino de la voluntad de los electores. Cuando hubo bipartidismo en España fue porque así lo quiso el electorado; ahora que no lo hay es por lo mismo. Eso es lo que cuenta. Lo que se puede asegurar, sin embargo, es que el bipartidismo se cuartea cuando los partidos que lo forman se duermen en los laureles: uno creyéndose que se pueden mantener conflictos internos eternamente; otros incurriendo en casos de corrupción cada día. Las generaciones se suceden y suelen buscar, a poco que surja una variable (la crisis económica, por ejemplo) opciones que saltan al calor de la dormición bipartidista.

La estructura de partidos, en España como en otros países, se ha transformado más o menos importantemente, y ello permite observar que casi siempre a favor de la derecha: véanse los casos de Francia, España e Italia, por poner algunos ejemplos. Además, los partidos “emergentes” suelen no hacer gala ni de conservadurismo ni de izquierdismo, sino de un populismo nuevo, que tiene sus elementos diferenciadores con los fundadores del populismo latinoamericano. Creo que no tienen futuro, a no ser que en los próximos años se definan en múltiples asuntos que interesan al mundo (no lo han hecho).

Siempre se ha dicho que la izquierda sociológica es más exigente en términos de moral pública. Pues ya sabe lo que tiene que hacer la izquierda política. Y ello teniendo en cuenta que cada vez son más escuálidos los cinturones rojos que rodeaban a las grandes ciudades industriales, viveros para la izquierda. Siempre se ha dicho que el votante de derechas prefiere elegir a quienes dan la impresión de buenos gestores, a quienes conciben la cosa pública como si se tratase de una empresa que hay que gestionar bien. No puedo estar de acuerdo con esto último: el Estado es algo más complejo, con instituciones, tradiciones, historia, objetivos a corto, medio y largo plazo, compromisos internacionales… y problemas sociales y políticos que una empresa privada no tiene. ¿Cuántas veces se toma una decisión “política” a sabiendas de que no es la más rentable?

Durante la transición política española –y hasta los años noventa- la izquierda del país vivió mucho de la memoria colectiva: las grandes luchas obreras, el sindicalismo militante, la oposición a la dictadura y la prédica democrática, el ejemplo de las viejas personalidades, muchas de las cuales dieron sus vidas por la causa. Esto, hoy, ya no es referencia para amplias capas de la población. La sociología electoral se complica.

L. de Guereñu Polán.

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