domingo, 22 de abril de 2018

Más sobre enemigos de la democracia

José Mª Albiñana
En un libro de Gil Pecharromán[1] se explica cómo los monárquicos alfonsinos conspiraron contra la II República española solo constituirse esta: “En sus orígenes, apenas proclamada la República, tuvo como eje a un grupo de nostálgicos primorriveristas, militares como los generales Barrera, Ponte y Orgaz y civiles como el conde de Vallellano y Santiago Fuentes Pila. Los conspiradores intentaron, ya desde mayo de 1931, atraerse el apoyo de los oficiales descontentos con las reformas azañistas y de monárquicos acaudalados, dispuestos a financiar un golpe de Estado. Se acercaron sin éxito a los carlistas, que iniciaban en Navarra la reorganización de sus milicias requetés, y al nacionalismo vasco, uno de cuyos dirigentes, José Antonio Aguirre, se entrevistó varias veces con el general Orgaz. Finalmente, los rumores de lo que se preparaba llegaron al Gobierno y Azaña creyó ponerlos fin en septiembre enviando a un destierro honorable a Orgaz y algún otro de los militares implicados. 
 
Pero la trama apenas fue tocada y en los meses siguientes se integraron en su organización militares como los generales Villegas y Cavalcanti. Los conspiradores buscaron aproximaciones, aún mal conocidas, a una trama civil paralela, inspirada por el antiguo grupo constitucionalista de Manuel Burgos y Mazo y Melquíades Álvarez, quienes, con la colaboración del propio jefe del Estado Mayor del Ejército, general Goded, y quizá con alguna connivencia por parte de Lerroux, se disponían no a terminar con la República, sino a rectificar su rumbo, expulsando a la izquierda del Poder. En enero de 1932, el antiguo responsable de la Guardia Civil, general Sanjurjo, fue colocado al frente del cuerpo de Carabineros, un puesto de menor relieve, en lo que se interpretó como un castigo por sus críticas a la política gubernamental de orden público. Era lo que necesitaban los conspiradores para captar a un militar de gran popularidad. Poco después, Sanjurjo se convertía en responsable máximo de una conspiración tan confusa como mal organizada”. 
 
El mismo autor sigue diciendo que el debate en las Cortes del Estatuto de autonomía para Cataluña y el desarrollo de las reformas militares contribuyeron a aumentar la determinación de los conspiradores. Los carlistas admitieron que, a título individual, sus seguidores colaborasen con los golpistas y el jefe del Partido Nacionalista Español, nacido en 1930, José María Albiñana, “se movía como pez en el agua en los círculos de la conspiración, en los que hacía valer la experiencia de sus Legionarios en la lucha callejera y su antigua amistad con los generales Barrera y Ponte. 
 
Así se tuvo que batir la II República desde el primer momento: intentar dar solución a graves problemas seculares, modernizar España, establecer un régimen de libertades y democrático (que realmente nunca lo fue del todo), combatir el desorden público que venía de un lado y de su opuesto y lidiar con los conspiradores que no solo se manifestaron de forma palpable en 1932 y en 1936.
 
Albiñana es un ejemplo de contradicción donde los haya: antiguo liberal y anticlerical que incluso estuvo en contacto con Santiago Alba, visto que la carrera política que pretendía para sí se truncaba una y otra vez (llegó a apoyar a la dictadura de Primo cuando esta se agotaba, sin saberlo, claro) fue evolucionando hacia posiciones de extrema derecha, de un nacionalismo español rudo y nada racional, sin contenido ideológico salvo en la superficie… pero había sido un estudiante contestatario y violento, pretendiendo una notoriedad que nunca tuvo ni en un lado ni en otro del espectro político (su vida pública empezó cuando alboreaba el siglo XX y su muerte tuvo lugar en 1936). Fue pobre y rico, escritor infatigable, sarcástico político, en México hizo su fortuna que dilapidó, expulsado de ese país, estuvo varias veces en la cárcel en España y otras tantas se libró por la influencia de sus amigos. A la postre, el Partido Nacionalista Español, que fundó con el solo objeto de ser su jefe, pues nunca fue tenido en cuenta por fuerza política alguna, se diluyó en los grupos fascistas que encontraron su camino a partir de 1933 y durante la guerra civil posterior. 
 
L. de Guereñu Polán.


[1] “Sobre España inmortal, solo Dios”.

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