martes, 28 de agosto de 2018

Refugiados y enfermedad


Los descerebrados xenófobos que protestan contra el refugio que se da en nuestro país y otros a los que se reconoce como refugiados, debieran detenerse sobre algunas cuestiones (en definitiva, informarse) que van más allá de las molestias que puedan causar dichos refugiados y/o inmigrantes, no más que las que causan los naturales del país, sobre todo si son de las clases pudientes.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ha informado sobre la salud de las personas refugiadas señalando que durante el año 2017 aumentó el número de refugiados en todo el mundo, pero que durante el mismo año su estado de salud ha mejorado. Esto no sería así si permaneciesen en los países de origen. Uno de los datos es que la tasa de mortalidad entre menores de 5 años se mantiene en 0,4 muertes por cada 1.000 niños. Los brotes controlados de cólera, malaria o tifus, que padecen sobre todo los refugiados procedentes de Kenia, Uganda y Sudán, Uganda, Angola y Bangladesh, Ruanda y el Congo están siendo combatidos por el personal dependiente del ACNUR, lógicamente con la colaboración mayor o menos de los países de refugio.

¿Habrá algún ser humano que se pueda oponer a esta política? Sea cristiano o musulmán, no creyente o de cualquier ideología política ¿no es de toda justicia que se destinen recursos y medios humanos para combatir estas enfermedades, en un mundo de opulencia cuya riqueza está radicalmente mal repartida?

Pero no estemos pensando solo en los refugiados que llegan a Europa: en el mayor campo de refugiados que hay en el mundo, Cox’s Bazar, en Bangladesh, se hace un esfuerzo realmente titánico por devolver la salud a miles y miles de seres humanos. ¿Podremos permanecer inactivos si conocemos que la causa más numerosa de muertes en menores de 5 años es la diarrea? ¿Qué conciencia tendremos si no reaccionamos ante esto?

La situación de los refugiados, en el campo citado y en otros, cobra mayor interés humanitario si sabemos que el 90% de los atendidos padecían en 2017 enfermedades contagiosas, con lo que podrían extenderse de no actuar a tiempo. Medio millón de embarazadas recibieron asistencia en el año citado (según el ACNUR), más de 160.000 niños fueron vacunados contra el sarampión, aumentó el personal cualificado al servicio de los refugiados con respecto al año 2016.

Otros aspectos no menores son el de la salud mental, la lucha contra el SIDA y los esfuerzos para aumentar el volumen medio de agua para los refugiados, que se mantiene en 21 litros por persona y día (lavarse, beber, cocinar…). En cuanto al número de inodoros la media de estos por refugiado mejoró, pero está lejos de lo aceptable. La desnutrición aguda sigue siendo alta, mientras que el ACNUR se ha visto obligado a disminuir las raciones de alimentos, lo que provoca el retraso en el crecimiento de los refugiados menores y las repercusiones sobre su desarrollo intelectual. La anemia infantil se extiende a pesar de los esfuerzos, que la comunidad internacional se empeña en no superar.

Pero las instituciones internacionales y los gobiernos no reaccionan si la sociedad civil sigue dormida: y sabemos que hay muchos jóvenes y no jóvenes entregados a causas justas, que la ayuda económica individual es solo una pequeña parte de la solución, que las noticias sobre las cuestiones que tratamos aquí nos alarman… Pero no es suficiente. Muchos estamos entregados a lo nuestro, ignorando que lo nuestro puede no serlo si una eclosión mundial viniese a trastocar las cosas hasta el infinito. La movilización de los que leen y de los que no lo hacen, de los que se apoltronan y de los que tienen conciencia de estos problemas, estudiantes y profesores, profesionales y obreros, técnicos y desempleados, los de ideologías solidarias y los que no, todos debieran tener estos problemas como prioritarios. No vale utilizar este asunto con fines electorales y/o espurios, solo vale arrimar el hombro por una causa de absoluta justicia.

L. de Guereñu Polán. 

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