Creo que fue el historiador Gabriel
Cardona el que explicó en una de sus obras el maridaje de Manuel Fraga, como
ministro de Franco, con aquellos que, para cuando hubiese muerto el dictador,
preconizaban no una monarquía (y muchos menos democrática) sino un régimen
regencialista donde una serie de regentes se fuesen sucediendo en la Jefatura
del Estado. Los testimonios de muchos de los alumnos de Fraga hablan de cómo
este daba nada menos que dieciocho razones por las que España no debía
constituirse en monarquía.
Quizá Fraga, una vez aureolado
desde 1962 con el nombramiento como ministro, pensó que, llegado el tiempo,
podría ser él uno de esos regentes, aunque antes le tocaría el turno a Muñoz
Grandes, Alonso Vega, Carrero o algunas otras de las joyas de aquellos gobiernos
franquistas. Como desde 1959 se habían incorporado a los gobiernos de Franco
personajes procedentes del Opus Dei, que defendían el arrinconamiento de la
Falange y la aprobación de una Ley Orgánica del Estado (que se aprobó mediante
referéndum en 1966) que terminase de institucionalizar la dictadura, Fraga,
opuesto a ellos, se alineó con otras joyas como Solís Ruiz, Jorge Vigón y Nieto
Antúnez para desechar toda idea monárquica y optar por sucesivas
regencias.
El mismo Franco debió de ser
consciente de la excepcionalidad de su régimen, hasta el punto de que pidió a
Juan de Borbón que su hijo se educase en España bajo su vigilancia con el fin
de que le sucediese al frente de un país donde la democracia no pudiese tener
cabida. Es cierto que también albergó la idea de que fuese Alfonso de Borbón,
que se había casado con una nieta suya, el que le sucediese, pero desechó esta
idea ante lo forzado de la misma, pues había no pocos monárquicos en el régimen
que estaban con el hijo de Alfonso XIII.
La falta de realismo de Fraga
pone de manifiesto que, una vez más, se fue adaptando a lo largo de su vida a
las diversas situaciones que le permitiesen medrar sin más miramientos. Los
sucesivos regentes que sucediesen a Franco, por supuesto, continuarían su obra
y nadie mejor dotado para ello que el ya por entonces autoritario y enérgico
Fraga. Como Ministro de Información y Turismo, él fue el que organizó la
propaganda para que el "sí" a la Ley Orgánica del Estado triunfase,
de forma que Fraga explicó a los españoles que votar sí era votar a Franco.
No se ha dicho suficientemente que la Ley
de Prensa patrocinada por Fraga, y aprobada también en 1966, tuvo como
principal intención permitir que los periódicos y otros medios aireasen cuanto
pudiesen los desmanes en los que ya habían caído algunos enemigos políticos de
Fraga, particularmente los “tecnócratas” del Opus Dei: véase el caso
Matesa, del que Fraga tenía información de primera mano.
Cuando el dictador murió y España se
preparó para dar cabida a la oposición democrática, Fraga se hizo acompañar,
para fundar Alianza Popular, de joyas como Martínez Esteruelas (que en las
elecciones de 1977 ni siquiera fue elegido diputado por Teruel), Silva Muñoz
(un reaccionario donde los haya), López Rodó (uno del Opus y tecnócrata que
ahora se arrimaba al antes adversario), Thomas de Carranza (quizá la medianía
más clara de ellos), Licinio de la Fuente (ministro contra los sindicatos
democráticos) y Fernández de la Mora (ideólogo que preconizó con verdadero
deseo el fin de las ideologías). Todos ellos habían formado sus pequeños
partidillos entre los que aspiraban a un lugar bajo el sol democrático (no se
sabía entonces qué democracia) y, en el acto de presentación de la flamante
Alianza Popular, Fraga, en el centro, declaró a los periodistas que solo él
hablaría y solo él contestaría a las preguntas. Ya que no podría ser regente,
al menos caudillo de un pequeño partido que cosecharía no pocos malos
resultados.
Y cualquiera puede leer en el Diario de
Sesiones del Congreso de los Diputados, las posiciones laudatorias de Fraga en
la ponencia Constitucional a favor de la monarquía… Eran otros tiempos, pero no
tan lejanos, para los que el viejo conservador, colaborador de una dictadura
criminal, se disponía a una nueva andadura oportunista.
L. de Guereñu Polán.
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