sábado, 16 de noviembre de 2019

QUINIENTOS AÑOS DE LA HABANA. Antonio Campos Romay*

Se vanagloriaba Augusto de que había encontrado una ciudad de ladrillo, y dejó una Roma de mármol. Seguramente no sea algo de lo que pueda vanagloriarse el castrismo respeto a La Habana, a la que siempre observo con cierto recelo.

La Habana, una linda jovencita con su medio milenio a cuestas, se dibuja en una corona mural, un campo azul tres castillos, un laurel y una llave de oro, obligada en quien fue llave del mundo y antemural de las Indias. La más bella y sensual dama del Caribe. Capital de esa República que dice ser y llamarse Cuba. La que Nicolás Guillen con lira enamorada describe,

Por el mar de las Antillas,
también llamado Caribe”,

cantando a lagrima viva
navega Cuba en su mapa;
un lagarto verde con ojos
de piedra y agua”…

De La Habana cabe hablar con pasión, con amor, con nostalgia, con la poesía que inspira su belleza deslumbrante o con los pausados comentarios de un historiador. Lorca, poeta, soñador y víctima, informaba a sus padres, “Esta isla es un paraíso, si me pierdo algún día, que me busquen en Cuba”… Finalmente desapareció en un recodo de odio una noche con aroma a azahar y balas fratricidas. Con su sensible espíritu de esteta relata con verbo sincrético goloso de placer…

¡Oh Cuba¡ ¡OH reino de semillas secas¡
¡Oh cintura caliente, gota de madera¡
¡Arpa de troncos vivos. Caimán, flor de tabaco ¡

La Habana nace a la sombra de una corpulenta ceiba, vigorosa como su pueblo, en una reunión de lo que sería el cabildo de la Villa un 15 de noviembre de 1519. Pero si nos adentramos por los escondrijos de la historia habanera, asoma la mano de D. Diego de Velázquez en 1515, en la partida bautismal de lo que inicialmente es San Cristóbal de la Habana, muy cerca del Surgidero de Batanabó. Son apenas cincuenta colonos que ante lo insalubre del territorio pronto refundan la villa en la desembocadura del Río Almendares. Eran gentes inquietas y el espacio abundoso. Tardan apenas un año en liar los petates y escoger un tercer asentamiento que será definitivo en la península inmediata a Puerto de Carenas. Como no podría ser de otra forma está presente un gallego osado y aventurero de vida azarosa D. Sebastián Ocampo. La Perla del Caribe nace como campamento de chozas de madera y guano en lo que es hoy el Ayuntamiento y la Lonja de Comercio.

La corriente del Golfo, en aquellos tiempos determinante para la navegación, está íntimamente ligada a la adolescencia habanera. Su puerto era escala obligada antes de hacerse a los peligros del Mar Océano. Al se muestra como magnifico abrigo natural, con gran calado y comodidad de acceso.

La Habana en su atormentada historia sufrió los embates de corsarios, ingleses, yanquis, hampones, dictadores, saqueos sin fin…pero siempre desde Martí a Fidel contó con espíritus indomables dispuestos sentirse libres, aun a costa de avatares crueles.
Los bohíos primitivos de su asentamiento fueron génesis de los populosos barrios que se consolidaran en el siglo XIX, Vedado y Víbora, Luyano, Buenos Aires, Las Cañas, Santos Suarez, Mendoza, Lawton, Aranguren etc. Frente a la Habana Vieja, Casablanca y Regla crecen separadas por una lengua de mar.

La Habana es Malecón. Ese abrazo al mar de la bahía que es sueño, suspiro, música y sexo. El viento que lo barre con mimo, en ocasiones se vuelve zarpazo feroz. Se convierte en bramido y agua salada que desgarra impía la fachada atlántica varias cuadras arriba reclamando su tributo a la soberbia de los que se acomodaron en su orilla. Bajo el fuego del sol su trazo es un escenario único y desenfadado. Por su baluarte el ron y música acompañan promesas, charlas demoradas, juramentos de amor entre un hola y un adiós...

Sus grandes calzadas que hoy languidecen escleróticas, fueron envidia de coetáneos. Monte. Zanja. Belascoin. Galiano, que tuvo a gala ser en algún momento la calle más famosa de América. Bélgica. Menocal, calle hermosa con nombre de siniestro presidente. Paseo Prado. Carlos III, mudado su nombre por el de Salvador Allende….Arterias que unían, calor y color, brillo inusitado y el mayor cosmopolitismo posible.

Su Universidad la fundan los dominicos en 1728 y se seculariza cuando en 1842 se traslada a su actual ubicación en la falda de una colina habanera. Sus escalinatas dan fe durante siglo y medio gran parte de las convulsiones sociales y políticas del país. Otro referente ineludible, es el impresionante edificio neobarroco del Centro Gallego que alcanzo a tener cerca de 80.000 socios. En su teatro, hoy llamado Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso se interpretará por primera vez el Himno Gallego, el 20 de diciembre de 1907.
La UNESCO, en 1982 declaró el centro histórico de La Habana Vieja y sus sistemas de fortificaciones coloniales Patrimonio de la Humanidad, incluyendo las antiguas murallas hasta el Paseo del Prado, el Canal del Puerto y las fortificaciones de los siglos XVI y XIX, amparando más de un millar de edificios en una extensión de 156 hectáreas.
Al abordar Rancho Boyeros, donde las pistas del aeropuerto José Martí son puerta de entrada, al viajero le inunda el hechizo de la ciudad, que se enraíza en el alma. Una turbadora sensación al hallarse en la tierra de los mil sentimientos encontrados.
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Es La Habana… es esa “ciudad enferma de columnas” que citaba Alejo Carpentier. O de columnas enfermas que muestran una huella dolorosa en el rostro de una las ciudades más bellas del mundo. Decenios de orfandad de pintura y atenciones muestran edificios carcomidos por la desidia y el abandono, precariamente apuntalados. La ciudad que hizo soñar a Hemingway, hoy le haría llorar con sus escaparates famélicos, escombros y abandono. Con las viejas calles de solera y tradición, donde librerías, bancos, comercios y restaurantes alegraban su trazado, que hoy apenas conservan algún letrero ruinoso superviviendo en un prototipo de belleza maltratada.

Pero pese a todo tiene pleno vigor un dicho popular cargado de sabiduría: “La Habana, solo quien no la ve, no la ama”. Provoca un intenso flechazo que hace imposible olvidarla. También el dolor de enamorado que contempla la prenda de sus sueños hundirse en la degradación. Es bálsamo contemplarla desde la distancia que en aras del todo oscurece el detalle. Una panorámica reconfortante es la visión desde el piso veinticinco del Hotel Habana Libre en el atardecer cuando la ciudad, inmenso mosaico, asoma difusa, plena de belleza.

Contemplada desde la otra orilla, en el Castillo del Morro, almorzando en la terraza del restaurante la Divina Pastora, se muestra luminosa, una inusitada postal en un marco de azul y fulgores dorados. Enigmática promesa, ronda voluptuosa de los sentidos, sinfonía sensual en el regazo del mar.

Es la misma La Habana que languidece entre el desanimo, y vegeta en un vacío de esperanza. Puede que con nuevos tiempos recupere el pulso, y renazca como ave fénix. Es deseable, pero también inevitable que la acechen tormentas no menores. Las plagas propias de un capitalismo desenfrenado que el vaivén del péndulo de la historia puede plantar como irónico epitafio sobre el túmulo del castrismo crepuscular. Y con ello una especulación desaprensiva, desatenta con la estética y el espíritu de la Perla del Caribe que fue Joya de la Corona, reconstruyéndola con paisaje ramplón e impersonal, provocando aberraciones que destrocen la más bella lamina americana de exótico barroco colonial.

Resultaría doloroso contemplar, -y no sería singular ni nuevo-, ver como la ciudad es devorada por la especulación, destrozando una urbe histórica para alzar sobre sus ruinas una arquitectura de cartón piedra indecente y engañosa. Una falsificación de la ciudad. Un acto tan brutal, y estúpido como matar a un ruiseñor o aplastar los pétalos de una rosa.

La Habana, recuerdo siempre cálido en el corazón de los que te conocieron y te amaron, que los dioses, paganos como tú, dioses del amor y la alegría amparen tu esplendor, tu lozanía,
y acompañen tus pasos por el navegar incierto de tu futuro. FELIZ CUMPLEAÑOS.

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia

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