Se
vanagloriaba Augusto de que había encontrado una ciudad de
ladrillo, y dejó una Roma de mármol. Seguramente no sea algo de lo
que pueda vanagloriarse el castrismo respeto a La Habana, a la que
siempre observo con cierto recelo.
La
Habana, una linda jovencita con su medio milenio a cuestas, se dibuja
en una corona mural, un campo azul tres castillos, un laurel y una
llave de oro, obligada en quien fue llave del mundo y antemural de
las Indias. La más bella y sensual dama del Caribe. Capital de esa
República que dice ser y llamarse Cuba. La que Nicolás Guillen con
lira enamorada describe,
“Por
el mar de las Antillas,
también
llamado Caribe”,
“cantando
a lagrima viva
navega
Cuba en su mapa;
un
lagarto verde con ojos
de
piedra y agua”…
De
La Habana cabe hablar con pasión, con amor, con nostalgia, con la
poesía que inspira su belleza deslumbrante o con los pausados
comentarios de un historiador. Lorca, poeta, soñador y víctima,
informaba a sus padres, “Esta isla es un paraíso, si me pierdo
algún día, que me busquen en Cuba”… Finalmente desapareció en
un recodo de odio una noche con aroma a azahar y balas fratricidas.
Con su sensible espíritu de esteta relata con verbo sincrético
goloso de placer…
¡Oh
Cuba¡ ¡OH reino de semillas secas¡
¡Oh
cintura caliente, gota de madera¡
¡Arpa
de troncos vivos. Caimán, flor de tabaco ¡
La
Habana nace a la sombra de una corpulenta ceiba, vigorosa como su
pueblo, en una reunión de lo que sería el cabildo de la Villa un 15
de noviembre de 1519. Pero si nos adentramos por los escondrijos de
la historia habanera, asoma la mano de D. Diego de Velázquez en
1515, en la partida bautismal de lo que inicialmente es San Cristóbal
de la Habana, muy cerca del Surgidero de Batanabó. Son apenas
cincuenta colonos que ante lo insalubre del territorio pronto
refundan la villa en la desembocadura del Río Almendares. Eran
gentes inquietas y el espacio abundoso. Tardan apenas un año en
liar los petates y escoger un tercer asentamiento que será
definitivo en la península inmediata a Puerto de Carenas. Como no
podría ser de otra forma está presente un gallego osado y
aventurero de vida azarosa D. Sebastián Ocampo. La Perla del Caribe
nace como campamento de chozas de madera y guano en lo que es hoy el
Ayuntamiento y la Lonja de Comercio.
La
corriente del Golfo, en aquellos tiempos determinante para la
navegación, está íntimamente ligada a la adolescencia habanera. Su
puerto era escala obligada antes de hacerse a los peligros del Mar
Océano. Al se muestra como magnifico abrigo natural, con gran calado
y comodidad de acceso.
La
Habana en su atormentada historia sufrió los embates de corsarios,
ingleses, yanquis, hampones, dictadores, saqueos sin fin…pero
siempre desde Martí a Fidel contó con espíritus indomables
dispuestos sentirse libres, aun a costa de avatares crueles.
Los
bohíos primitivos de su asentamiento fueron génesis de los
populosos barrios que se consolidaran en el siglo XIX, Vedado y
Víbora, Luyano, Buenos Aires, Las Cañas, Santos Suarez, Mendoza,
Lawton, Aranguren etc. Frente a la Habana Vieja, Casablanca y Regla
crecen separadas por una lengua de mar.
La
Habana es Malecón. Ese abrazo al mar de la bahía que es sueño,
suspiro, música y sexo. El viento que lo barre con mimo, en
ocasiones se vuelve zarpazo feroz. Se convierte en bramido y agua
salada que desgarra impía la fachada atlántica varias cuadras
arriba reclamando su tributo a la soberbia de los que se acomodaron
en su orilla. Bajo el fuego del sol su trazo es un escenario único y
desenfadado. Por su baluarte el ron y música acompañan promesas,
charlas demoradas, juramentos de amor entre un hola y un adiós...
Sus
grandes calzadas que hoy languidecen escleróticas, fueron envidia
de coetáneos. Monte. Zanja. Belascoin. Galiano, que tuvo a gala
ser en algún momento la calle más famosa de América. Bélgica.
Menocal, calle hermosa con nombre de siniestro presidente. Paseo
Prado. Carlos III, mudado su nombre por el de Salvador
Allende….Arterias que unían, calor y color, brillo inusitado y el
mayor cosmopolitismo posible.
Su
Universidad la fundan los dominicos en 1728 y se seculariza cuando en
1842 se traslada a su actual ubicación en la falda de una colina
habanera. Sus escalinatas dan fe durante siglo y medio gran parte de
las convulsiones sociales y políticas del país. Otro referente
ineludible, es el impresionante edificio neobarroco del Centro
Gallego que alcanzo a tener cerca de 80.000 socios. En su teatro, hoy
llamado Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso se interpretará por
primera vez el Himno Gallego,
el
20 de diciembre
de 1907.
La
UNESCO, en 1982 declaró el centro histórico de La Habana Vieja y
sus sistemas de fortificaciones coloniales Patrimonio de la
Humanidad, incluyendo las antiguas murallas hasta el Paseo del
Prado, el Canal del Puerto y las fortificaciones de los siglos XVI y
XIX, amparando más de un millar de edificios en una extensión de
156 hectáreas.
Al
abordar Rancho Boyeros, donde las pistas del aeropuerto José Martí
son puerta de entrada, al viajero le inunda el hechizo de la ciudad,
que se enraíza en el alma. Una turbadora sensación al hallarse en
la tierra de los mil sentimientos encontrados.
.
Es
La Habana… es esa “ciudad enferma de columnas” que citaba Alejo
Carpentier. O de columnas enfermas que muestran una huella dolorosa
en el rostro de una las ciudades más bellas del mundo. Decenios de
orfandad de pintura y atenciones muestran edificios carcomidos por la
desidia y el abandono, precariamente apuntalados. La ciudad que hizo
soñar a Hemingway, hoy le haría llorar con sus escaparates
famélicos, escombros y abandono. Con las viejas calles de solera y
tradición, donde librerías, bancos, comercios y restaurantes
alegraban su trazado, que hoy apenas conservan algún letrero ruinoso
superviviendo en un prototipo de belleza maltratada.
Pero
pese a todo tiene pleno vigor un dicho popular cargado de sabiduría:
“La Habana, solo quien no la ve, no la ama”. Provoca un intenso
flechazo que hace imposible olvidarla. También el dolor de enamorado
que contempla la prenda de sus sueños hundirse en la degradación.
Es bálsamo contemplarla desde la distancia que en aras del todo
oscurece el detalle. Una panorámica reconfortante es la visión
desde el piso veinticinco del Hotel Habana Libre en el atardecer
cuando la ciudad, inmenso mosaico, asoma difusa, plena de belleza.
Contemplada
desde la otra orilla, en el Castillo del Morro, almorzando en la
terraza del restaurante la Divina Pastora, se muestra luminosa, una
inusitada postal en un marco de azul y fulgores dorados. Enigmática
promesa, ronda voluptuosa de los sentidos, sinfonía sensual en el
regazo del mar.
Es
la misma La Habana que languidece entre el desanimo, y vegeta en un
vacío de esperanza. Puede que con nuevos tiempos recupere el pulso,
y renazca como ave fénix. Es deseable, pero también inevitable que
la acechen tormentas no menores. Las plagas propias de un
capitalismo desenfrenado que el vaivén del péndulo de la historia
puede plantar como irónico epitafio sobre el túmulo del castrismo
crepuscular. Y con ello una especulación desaprensiva, desatenta con
la estética y el espíritu de la Perla del Caribe que fue Joya de la
Corona, reconstruyéndola con paisaje ramplón e impersonal,
provocando aberraciones que destrocen la más bella lamina americana
de exótico barroco colonial.
Resultaría
doloroso contemplar, -y no sería singular ni nuevo-, ver como la
ciudad es devorada por la especulación, destrozando una urbe
histórica para alzar sobre sus ruinas una arquitectura de cartón
piedra indecente y engañosa. Una falsificación de la ciudad. Un
acto tan brutal, y estúpido como matar a un ruiseñor o aplastar los
pétalos de una rosa.
La
Habana, recuerdo siempre cálido en el corazón de los que te
conocieron y te amaron, que los dioses, paganos como tú, dioses del
amor y la alegría amparen tu esplendor, tu lozanía,
y
acompañen tus pasos por el navegar incierto de tu futuro. FELIZ
CUMPLEAÑOS.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento
de Galicia
No hay comentarios:
Publicar un comentario