sábado, 21 de octubre de 2023

LA AMNISTÍA Y EL ODIO


Este mes, cuando paraba a tomar una dosis de café que me sacara de mi ensueño, en ese microcosmos sociológico que son los bares, me encontré con la realidad de que habíamos cambiado nuestro carnet de entrenador por el de colegiado de la abogacía. Hasta Jorge Vilda ha cambiado de aires, pasando de entrenar a la selección femenina de fútbol española a entrenar a la marroquí, donde supondrá que se entenderá mejor su estilo de trabajo. Por eso, ahora que somos todos expertos en amnistías, aunque hasta hace unos días la única que nos sonara fuera Amnistía Internacional (por cierto, denominación de una ONG que trabaja por la promoción y defensa de los derechos humanos), yo no iba a ser menos. Pero más que como leguleyo, lo haré desde mi perspectiva de historiador.

A lo largo de la historia las amnistías han sido una herramienta útil para solucionar conflictos y restablecer la paz entre distintos grupos enfrentados. Contrariamente a lo que se está falseando por ahí, no es nada excepcional. Tenemos las mexicanas de 1937, 1940, 1978 y 1994 (por los sucesos de Chiapas), todas ellas por motivos sociopolíticos y delitos entre los que estaba la sedición, y todas contribuyeron a recuperar la estabilidad política. Merece destacarse la de 1978, donde se ampara el derecho de los amnistiados a defender sus ideales, pero el deber de hacerlo desde la legalidad jurídica, y que nos dejó la acertada exposición del senador Jorge Cruickshank: “Un gobierno que carece del vigor suficiente para permitir el libre cuestionamiento de las ideas políticas irremisiblemente caerá en el terreno de la represión, demostración incuestionable de su debilidad. Por el contrario, es democráticamente fuerte, cuando puede olvidar los agravios cometidos a sus instituciones por los gobernados, máxime cuando provienen de quienes por razones de sangre, de suelo, de tradición, y de historia, son miembros de la misma Nación”.

Pero también están las amnistías de Indonesia en el 2005 (que evitó el conflicto independentista a cambio de una autonomía para Aceh), la de Colombia del 2016 (para alcanzar un proceso de paz con la FARC), las francesas de los años 60 (por el tema argelino) y de 1988 (por el conflicto en Nueva Caledonia), la sudafricana (a través de la Comisión para la verdad y la reconciliación), las portuguesas de 1996 o 2023, entre otras, como la que actualmente se ha aprobado en Gran Bretaña por los sucesos de Irlanda y que ha traído bastante polémica por perdonarse delitos de sangre, algo poco habitual en estos procesos, que suelen dejar fuera los crímenes contra la vida, como estipulan los tratados internacionales.  

En el caso español incluso se puede considerar un derecho de gracia inherente a nuestra historia, dada la cantidad de amnistías aprobadas: 1832, 1837 (conflicto carlista), 1846, 1854 (rebelión liberal), 1856, 1860, 1869, 1870 (rebelión contra Isabel II), 1871, 1873, 1875 (rebelión militar), 1890 (delitos electorales), 1906, 1909, 1914 (huelgas obreras), 1916, 1918 (huelga revolucionaria), 1930 (tras la Dictadura de Primo de Rivera), 1931 (establecida por la II República a delitos político-sociales. Curiosamente la Constitución republicana prohibía los indultos generales, pero admitía la potestad de aprobar amnistías, diferenciando claramente ambas), 1934 (golpe militar), 1936 (revolución de octubre), 1976, y, por supuesto, la de 1977, sobre la que Felipe González y Alfonso Guerra habían comentado, en un documento conjunto publicado por la editorial Albia, que: “La amnistía total es una necesidad imperiosa de la que se deduciría un restablecimiento pleno de la convivencia ciudadana. Olvidando cualquier connotación de perdón en el concepto de dicha amnistía, ésta debería ser considerada como la voluntad superadora del pasado histórico o, en otros términos, como el deseo de superar la confrontación ciudadana. No quiere decir ello que los conflictos de intereses entre los diferentes sectores de la sociedad vayan a quedar resueltos, sino que el marco de solución de dichos conflictos va a ser un marco civilizado y no un marco violento. [...] La estimamos requisito de convivencia, que a nuestro juicio es algo previo y necesario para que se estabilice un sistema democrático [...] en peligro de tensiones violentas”. Está claro que la perspectiva le varía a uno según la tenga desde detrás de una pancarta o desde la popa de un yate. También ha habido diversas amnistías fiscales desde 1977, pero esas, por alguna misteriosa razón, no parecen molestarle a la derecha.

Como vemos, las amnistías han sido un estupendo medio para recuperar la normalidad y la concordia en situaciones sociopolíticas conflictivas, siendo la facultad de amnistiar consustancial al ejercicio del poder y a la responsabilidad que este conlleva para garantizar la convivencia entre ciudadanos. Por desgracia, siempre hay quien prefiere pescar en río revuelto, cuanto peor mejor, alimentando el odio para su propio beneficio. No hay más que recordar al derechista líder de Acción Popular, Gil Robles, arengando en los años 30 que: “nosotros venimos a provocar la revolución para aplastarla”, algo que casaría muy bien con la política llevada a cabo por el PP en Cataluña, judicializándola, coartando artículos de su Estatuto que sí aprobó en el caso andaluz, o creando la policía patriótica; medidas que alentaron el conflicto pero que le dieron réditos electorales en el resto de España, gracias a la vieja táctica de la construcción del enemigo y la implantación del miedo. O recordemos a Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva (un ancestro de Vox), en enero de 1972, atronando: “El 26 de enero de 1939 Barcelona fue liberada de la esclavitud y del oprobio separatista y marxista por el Ejército Nacional. Liberada de la mugre, la tiranía a la que había querido subyugarla ese contubernio de fuerzas oscuras. ¿Será necesario liberar de nuevo Barcelona, rescatar de nuevo la Patria?” Nada nuevo, “Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros” decía Montoro, ministro de Rajoy.

El último ejemplo de las consecuencias del rencor y la falta de diálogo y entendimiento, lo tenemos en Palestina, donde se han conjuntado los dos mayores detonantes de conflictos de la historia, la religión y el nacionalismo (no olvidemos que el sionismo es un movimiento nacionalista). Cuan fácil es prender la llama y que difícil apagarla. A Isaac Rabín, 1º ministro israelí, buscar la paz le costó la vida a manos de un conciudadano de ultraderecha. Cuanto aplaudiríamos una amnistía en la región, pero, como decía Robert De Niro en “El corazón del ángel”, hay suficiente religión para que los hombres se odien, pero no la suficiente para que se amen.

 

Guillerme Pérez Agulla

1 comentario:

L. de Guereñu Polán dijo...

Otra cosa es una amnistia que se da para garantizarse un sillón, sin ningún principio de justicia, como el presidente aseguró repetidamente hasta el mismo dia de las eleciones. Los condenados en prisión no se beneficiarán de amnistía alguna... Redactado el texto fuera de España y por los beneficiarios de la ley, hecha "ad hoc" contra todo principio jurídico, favorece a delincuentes de mayor cuantia por malversacion y prevaricacion, además de por violar el Estatuto de Cataluña y la Constitución española. Si un juez investiga, entonces ya no vale el texto pactado, ha de adaptarse a nuevas exigencias de la derecha catalana. Lesgislar al dictado del sectarismo, no del bien público, esto es lo contrario de lo que aprendí en mi juventud sobre la virtud política, ideal que he mantenido durante toda mi vida. El Partido Socialista perdió las elecciones de marzo, también las de julio, y perderá las del 18 de febrero. ¿Hasta cuando? Yo estaría a favor de una amnistía para los engañados, pero no para los engañadores...