domingo, 18 de febrero de 2018

El desorden mundial


En este momento hay un gran número de personas en el mundo que están delinquiendo. Hay muchas más que son honradas y viven de su trabajo, pero no tienen la influencia de las primeras. De los que ahora están delinquiendo los más importantes son grandes financieros, dueños de gigantescas corporaciones, especuladores, empleadores y explotadores de seres humanos, mafiosos de cualquier nacionalidad, etc. Por todo ello no debemos creer que vivimos en el mejor de los mundos, que existe un orden que lo regula todo de forma adecuada y perfecta. Muy al contrario, vivimos en el caos solo regulado en parte por los Estados cuando estos cumplen con su obligación, pero en ocasiones claudican de ella. La norma es, pues, el desorden, la injusticia, el abuso, la crueldad; no la concordia y la equidad.

Por mucho que hayamos avanzado en materia de derechos humanos, de servicios públicos, de colaboración internacional, estamos en pañales respecto de un ideal que no ha muerto pero que muchas personas han olvidado.

Tengo un amigo que es artista (yo no considero que lo que hace sea arte, pero él dice que no entiendo de eso y así nos llevamos bien). Empezó con dificultades para vender algunas de sus primeras obras pero ahora ya está en contacto con algunos marchantes que le permiten colocar sus obras en manos de algunos especuladores. La última operación que hizo fue pagar unos 350.000 euros a intermediarios que hicieron creer a especuladores del arte que la obra de mi amigo estaba en alza en cuanto a su cotización. Estos especuladores no están interesados estéticamente en el arte, solo acumulan obras para venderlas a mayor precio más tarde. A la postre, mi amigo consiguió vender una obra suya por 300.000 euros (en su realización empleó un mes). Obviamente perdió dinero, pero lo ganó en otras operaciones por este procedimiento. Imaginemos lo que especulan otros, más famosos e integrados en el mercado del arte: se trata de millones y millones de euros. Ultimamente se habla de una burbuja en el mercado del arte: se ha invertido tanto en comprar que muchos tienen fortunas en obras que no valen para nada, y no les dan salida si de ganar dinero se trata.

Algunos especuladores del arte donan una obra carísima a una fundación (en ocasiones creada por ellos mismos) consiguiendo así descuentos fiscales por parte de los Estados, por lo que somos todos los que estamos financiando su lucrativa y nada productiva actividad. En este desorden –con un solo ejemplo- funciona la economía del mundo actual.

Hay corporaciones del sector servicios, como Amazon o Google que aportan poquísimo empleo y obtienen gigantescos beneficios que se quedan unos pocos; en relación a las inversiones iniciales que han hecho sus propietarios, los beneficios generados son casi ilimitados. Si un Estado quiere gravar fiscalmente tales beneficios, entonces estas empresas se deslocalizan, cuando no se da el caso de que no tienen localización fija; hoy operan desde Estados Unidos y mañana desde un país de la Unión Europea, desde Japón o desde Australia.

Las mafias económicas (criminales) forman parte esencial del orden económico mundial. Este no se entiende sin ellas (hoy por hoy). Existen en países donde hubo revoluciones igualitarias, como Rusia y China; en Corea del Sur, en Estados Unidos y en cualquier país de la llamada economía libre (que esclaviza a los seres humanos). Como no quiero dar ocasión a la demagogia, diré que la esclavitud moderna no es igual que la antigua. Ahora se trata de inestabilidad en el empleo, salarios desiguales, estafas monumentales, leyes laborales hechas al dictado de los dueños del dinero… aunque tengamos sindicatos, tribunales laborales, parlamentos y legisladores de pro. Además hay esclavos en el sentido antiguo en China, África y otros lugares.

Siempre me ha llamado la atención la defensa que muchos hacen de la economía libre: para despedir y contratar, para exportar e importar, para traficar con droga o sexo, para desabastecer a un país en beneficio de los dueños del mercado… Si el Estado interviene se le acusa de totalitario, de enemigo del progreso: ¿que progreso si con él coexisten 800 millones en el mundo que pasan habre, millones que viven con dos euros diarios, millones que están desamparados ante catástrofes naturales? La economía libre, entendida de forma absoluta, es un mal, no un bien. Si los Estados claudican de intervenirla, apaga y vámonos.

Una vez leí que no era lo mismo trabajar que tener empleo: lo primero es una actividad que desempeñamos cuando cuidamos a los hijos, hacemos la compra, nos desplazamos para ir al trabajo… Tener empleo implica una remuneración, alta o baja. Cuando las máquinas hagan la mayor parte del trabajo remunerado (ocupen los empleos de los seres humanos) los beneficios obtenidos ¿se quedarán en los dueños de esas máquinas o se repartirán tanto entre los empleados como entre los desempleados? Porque como expliqué, tanto unos como otros trabajan. Si los que no tienen empleo no participan de los beneficios del progreso técnico ¿para que queremos progreso técnico? ¿para que se queden con su producto tres o cuatro?

Los partidos y organizaciones socialistas tienen una labor por delante gigantesca y no sé si son conscientes de ello (los pensadores de estas cuestiones sí), pero creo que los cuadros políticos del socialismo europeo, por poner un ejemplo, están pensando más bien en llegar a acuerdos con las patronales, pedir a los bancos “buenas prácticas”, renunciar a grandes transformaciones mientras dichos partidos se dividen y subdividen una y otra vez, siendo ocasión para que personajillos de poco seso se conviertan en capitanes de organizaciones pequeñas que para nada valen.

Los paraísos fiscales son cosa de todos: están en Andorra, en el Reino Unido, en Estados Unidos, en el Pacífico, en el Atlántico, en Europa… Se puede acabar con ellos, pero no se quiere porque se enfadarían los especuladores, con grave riesgo para los gobiernos y la “estabilidad” mundial. ¿Quién puede osar cambiar estructuras tan asentadas que llevan siglos perfeccionándose? Además, las clases medias del mundo rico están desmovilizadas con los caramelos que relamen… hasta que una de las crisis cíclicas les deje sin sacarosa y sin esperanza.

Si hay empresas que administran más dinero que varios Estados juntos ¿que esperanza nos queda? Si hay regímenes al servicio de los delicuentes de talla mundial ¿qué hacer? Si el movimiento socialista está dormido no queda esperanza alguna, como el gran movimiento de protesta no venga del tercer mundo.

Al menos podríamos pensar –de vez en cuando- que el grado de injusticia, desigualdad y delincuencia global en el que estamos no permite estar satifechos, sino indignados. Cuantos más seamos mejor.

L. de Guereñu Polán.


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