El 3 de enero de 1935 la Gaceta de Madrid publicó la Ley por
la que quedaron en suspenso las facultades concedidas por el Estatuto de
Cataluña al Parlamento de la Generalitat, hasta que las Cortes, a propuesta del
Gobierno y después de levantada la suspensión de garantías constitucionales,
acordase el restablecimiento gradual del régimen autonómico.
En el período transitorio que se abría por medio de esta Ley,
asumió todas las funciones que correspondían al Presidente de la Generalitat y
a su Consejo Ejecutivo, un Gobernador general que nombró el Gobierno, con
facultades de delegar en todo o en parte las funciones que tenía dicho Consejo.
El Gobierno, por medio de una Comisión nombrada al efecto,
tuvo la misión de, en el plazo de tres meses, estudiar los servicios
traspasados y proponer los que durante ese régimen provisional debieran
subsistir, los que debieran rectificarse y los que debieran revertir al Estado.
En todo caso, las normas referentes a Orden público, Justicia y Enseñanza,
serían objeto de una ley.
Todos, incluidos Tribunales y autoridades, estuvieron
obligados al cumplimiento de esta Ley que firmaron el Presidente de la
República y el del Gobierno, Niceto Alcalá-Zamora y Alejandro Lerroux,
respectivamente.
Como es sabido, las autoridades de la Generalitat, el 6 de
octubre de 1934, habían incumplido flagrantemente la Constitución española,
proclamando Lluís Companys el “Estado catalán de la República federal
española”, rompiendo con las instituciones centrales y asumiendo todos los
poderes en Cataluña. La insurgencia fracasó porque se desplegaron diversos
mecanismos de defensa de la Constitución: en el plano militar con la
declaración del estado de guerra, la intervención de la Generalitat por el
Ejército y la instrucción de causas militares; en lo político la suspensión de
la autonomía mediante le Ley de 2 de enero de 1935 (cuyo texto parcial es el
puesto arriba), y en el plano judicial con el proceso penal seguido contra
Companys y el Gobierno de Cataluña ante el Tribunal de Garantías Constitucionales
por un delito de rebelión militar.
No existían entonces tribunales internacionales que pudiesen
revisar la tipificación del delito de rebelión (como sí en la actualidad), pero
no creo se pueda poner tacha alguna a la actuación del Gobierno y el Congreso de
los Diputados, aunque nos pueda parecer que la declaración del estado de guerra
no se compadecería con los tiempos actuales. Aquella era otra época.
Tengo mis dudas de si hubiese sido recordado tan
positivamente el President Companys
si no hubiese sido fusilado por orden del General Franco, como no ha quedado
memoria tan positiva de Francesc Macià, un militar español indisciplinado, metido
a aventurero, que recibió el aplauso de los dirigentes carlistas catalanes cuando
aquel proclamó la “República Catalana”. Su carácter visionario le llevó a
organizar una incursión armada en España, fundó una organización paramilitar y
viajó a Rusia para entrevistase con el gobierno bolchevique… Valgan estos
ejemplos para comprender al personaje.
Companys fue muy otro personaje: después de haber sido
Ministro de Marina del Gobierno español, se lanzó a incumplir la ley por no se
sabe qué designios, presumiblemente por pertenecer a un Partido (Esquerra
Republicana) que lo llevaba en la sangre. Además, su evolución fue curiosa,
pues procedía del republicanismo de Salmerón, que de nacionalista no tenía
nada. Se vio arrastrado a la deslealtad con la República, un régimen
democrático, aceptó esa estrategia y luego, injustamente, pagó con su vida. Y
esto es lo que ha quedado de su obra, pues cualquiera que se detenga a estudiar
la labor desarrollada al frente de la Generalitat, verá que es bien poca cosa.
Esquerra Republicana, que es un partido nacionalista ante
todo, republicano luego y de izquierdas más dudosamente, invita a los catalanes
a comer aparte para comer mejor, al menos según las cuentas que dice le salen.
No hay nada más insolidario que querer apartarse del conjunto para repartirse
la tarta solo entre los propios, sin tener en cuenta las necesidades de los
demás. Vivimos tiempos convulsos: en las grandes potencias mundiales (Estados
Unidos, China, Rusia) y con déficits evidentes en la Unión Europea, que no ha
forjado, aún, lo que se espera de ella: véase su papel en la esfera
internacional, en la defensa de los derechos humanos y en el fracaso de sus
políticas de integración económica (las regiones pobres siguen siendo pobres y
las ricas, más ricas).
Pues bien, el nacionalismo catalán, invitado por una
coyuntura histórica que ha sido la ceguera y torpeza de la derecha española, se
ha montado en el caballo de la ilegalidad, igual que Macià y Companys. No
parecen haber aprendido nada, dicen que hay que hablar, pero no dicen nada de
razonar, quieren imponer sus criterios sin tener la mayoría social y, aún
teniéndola, no suficiente para aventuras tan arriesgadas que sería mejor no
pensar siquiera en ellas.
Hace ya muchos años de la primera suspensión de la Generalitat
de Cataluña, mediante un procedimiento impecable del Gobierno español
(conservador) en 1934 y 1935. No aprender no solo es de torpes, sino de
irresponsables.
L. de Guereñu Polán.
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