domingo, 26 de septiembre de 2021

UN MUNDO DISTINTO…CASI FELIZ. Antonio Campos Romay*

 Creer simple fabulación el relato de Aldoux Huxley cuando dibuja una sociedad esperpéntica donde los seres humanos son producto de laboratorio, la genética manosea los embriones, y los cerebros son juguetes en manos de manipuladores, es simplemente no dedicar un minuto a observar el entorno, no prestar atención a la información cotidiana o no advertir la inflación digital que abduce a niños y adolescentes y por supuesto a los mayores, condicionando severamente sus conductas. El relato de Huxley es una ficción distópica. Explora las estructuras sociales y políticas más allá de la ficción y de su clarividencia, ya tenemos constatación.

Cuando se considera idóneo o irrefutable un sistema, incluso ignorando su turbio origen. Cuando se hace hincapié en asumir a pies juntillas sus dogmas y aceptar sus estratos sociales anacrónicos como inevitables. Cuando se considera inaceptable cuestionar su bondad y mucho menos formular interrogantes… Es cuando Huxley golpea mordaz e inquieta las conciencias. Más, si estas están abotargadas e inducidas a la inacción utilizando sucedáneos del “soma” que usa como lenitivo en su relato. Inicialmente dosis inocuas, pero que pueden alcanzar grados extremos y perversos.

Huxley no era un ser quimérico. Era un hombre con una gran formación académica y una increíble curiosidad intelectual. Sin duda uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Compartió amistad con Bertrand Russel, el escritor D. H. Lawrence o la escritora vanguardista de la liberación femenina, Virginia Wolf. Lo suyo no es ensoñación visionaria. Es simplemente rigor cartesiano, metódico, lógico y racional. Mostrando hace casi noventa evidencias con las que estamos hoy ya conviviendo. Es un aldabonazo a las conciencias urgiendo a reconducir un mundo que cosifica con sus estructuras al ser humano.

Modificar la estructura como sostiene Luisgé Martín, de “una sociedad de la falsificación, en la que impostamos nuestra felicidad”. El cristianismo se esforzó mientras urbanizaba el “Valle de Lágrimas”, en convencernos que el dolor es el camino indispensable de un goce que ofrecen eterno, insistiendo en que debemos sufrir (algunos) para disfrutar alegrías futuribles….

Otros, desde orillas opuestas, no dudan en proclamar que “el dolor te hace fuerte”… ¡Puñetas, que manía ¡ cabe exclamar ante ambos…No tiene el menor interés transitar por dolor para lograr presuntas regalías intangibles ni hacerse más fuerte soportando cuotas indeterminadas de dolor. Lo inteligente es aceptar la propia debilidad, y en ella saborear ratos felices, asequibles y materialízados, aunque sea a cachos…

Quizás Huxley intente recordar a los distraídos que el problema cabe imputarlo no solo a la sociedad, sino también al ser humano. A su capacidad o ausencia de rebeldía. Todos los seres humanos se inclinan afectuosos ante la Libertad, olvidando ingenuamente que a veces en ella los manipuladores ocultan el arbitrio demagógico conque la envenenan para inducir al vasallaje.

El fascismo agazapado en su pelaje camaleónico y el capitalismo, cada cual con sus ropajes pero idéntica intención, han vendido bulas de libertad tan poco creíbles como las liberalmente extendidas por el Obispo romano. Demagogos de la palabra, expertos en “su” libertad frente al “libertinaje” del librepensamiento y la ideologia. Debidamente escenificado, aventado por la maquinaria mediática, crean un credo para ilusos, que para mayor inri, estos se sienten sumamente satisfechos comprándolo.

Desde el escalofrió que deja la lectura de Huxley, (…para evitar que las personas tengan criterios propios y prevenir conflictos entre los miembros de la sociedad fueron prohibidos la filosofía, la literatura, la ciencia…), en estos tiempos que propician afanosos y con buen sentido los sanitarios la inmunidad de rebaño, busquemos con no menos empeño la inmunidad colectiva frente a ciertos rabadanes.

Son los de siempre. Los sayones que con su sempiterno disfraz de piel de cordero andan, “impasible el ademán” prestos a devorar el rebaño entregado a su custodia, sin el menor pudor.

Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia*

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