Son ya muchas las conferencias, congresos y publicaciones que se han ocupado de historiar y comparar las dos grandes guerras del siglo XX, sobre todo en la segunda mitad de la centuria, cuando ha habido perspectiva histórica y documentación para su estudio.
Entre la I y II guerras
mundiales hay diferencias de origen evidentes. La de 1939 fue inevitable desde
el momento en que había un Estado que estaba dispuesto a lo que fuese con tal
de saciar sus aspiraciones, además de otro Estado, Japón -en manos de militares
fanatizados- estaba dispuesto a lo mismo con tal de dominar el Pacífico, China
y Manchucuo. La crisis de 1929 y la existencia en Italia de un régimen fascista
desde 1922 hicieron el resto.
La Gran Guerra, sin
embargo, fue evitable si no se hubiese dado una circunstancia clave: la
frivolidad y bravuconería del gobierno austro-húngaro declarando la guerra a
Serbia sin calcular sus consecuencias. No fue el magnicidio del heredero habsbúrgico
lo que llevó a Austria-Hungría a declarar la guerra a Serbia; esto se hubiera
podido discutir, con toda la energía que se quisiese, por vía diplomática,
aunque todavía no hubiese una Sociedad de Naciones. Además no estuvo probado
nunca que el gobierno Serbio financiase a los terroristas bosnios, aunque sí que
animó el nacionalismo eslavo en los Balcanes.
La dislocación de los
Balcanes, políticamente, a principios del siglo XX, es consecuencia de la
presencia turca desde hacía siglos. Allí había territorios que estaban bajo
soberanía del sultán, otros eran “protectorados” y en otros se habían
constituido estados más o menos recientemente: dos guerras entre los países
balcánicos en 1912 y 1913 certifican lo que decimos. Cuando se produce el
asesinato del heredero al Imperio Austro-Húngaro, este se encontraba interesado
en extender su influencia en los Balcanes, anexionando territorios si era posible
a costa de los turcos y de los recientemente independizados, como ya había
ocurrido en 1908 con Bosnia. Aquí había musulmanes, bosnios, serbios y otros
grupos nacionales.
Las autoridades
serbias, por su parte, querían construir una “Gran Serbia” con todos los
pueblos eslavos de la región (los eslavos del sur) sabedores de su hermandad
étnica con los eslavos rusos, la Rusia de los zares. ¿Y si las autoridades
austro-húngaras hubieran exigido una reparación por vía diplomática a quienes
fuesen responsables del asesinato, si este fuese algún Estado de la zona? Pero
el asesinato del heredero fue la excusa, solo un mes después, para que
Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia. Hecho esto, el desencadenamiento
de una guerra a escala inimaginable hasta entonces, sería inevitable si se
cumplían los compromisos internacionales entre los bloques que se habían ido
constituyendo.
La intervención de
Rusia a favor de Serbia hizo intervenir a Alemania, gobernada por un káiser muy
distinto de su predecesor. Cuando el desastre ya estaba en marcha, la
provocación a Estados Unidos, hundiendo sus barcos mercantes que suministraban
a Gran Bretaña, Francia e Italia fundamentalmente, hizo intervenir a la gran
potencia norteamericana cuando aún no se vislumbraba como tal. Fue la ruina de
Europa la que encumbró a Estados Unidos, que pudo cobrar en millones de dólares
la ayuda prestada a los aliados.
Por si ello fuese poco,
nativos de Senegal y otros pueblos del África francesa, vietnamitas, canadienses,
neozelandeses, jóvenes de las colonias alemanas en África, se vieron
arrastrados a la guerra sin saber por qué se luchaba. Un uniforme, el
reconocimiento de la metrópoli, la posibilidad de una gloria remota, llevaba a
estos seres humanos a un conflicto inédito entonces. La guerra se extendió con
la intervención de Japón para combatir la influencia alemana en sus aguas desde
hacía décadas; fue el origen de un sentimiento de superioridad en el ejército
japonés, que ya había dado muestras de cierta modernización en las contiendas
de 1895, contra China, y de 1905 contra la Rusia de los zares.
Hoy existe un acuerdo
generalizado entre los historiadores sobre la responsabilidad que cabe atribuir
al emperador Francisco José y su Gobierno en el desencadenamiento de la guerra,
aunque no pretendiesen que alcanzase las dimensiones que luego se produjeron y
que prepararon el camino para una época de hostilidades como jamás se había
dado desde las guerras napoleónicas.
La Gran Guerra no
comienza, pues, el 28 de julio de 1914; esta fecha corresponde solamente a la
declaración de guerra y ruptura de hostilidades por parte de Austria-Hungría
contra Serbia. En esto podría haberse quedado si no se hubiesen activado las alianzas
previsibles y las que ya estaban anunciadas. Y es curioso que el Estado responsable
del comienzo de la guerra fue el que más perdió, no en vidas humanas, sino en
territorio e influencia política.
La intervención de
Alemania, por su parte, con la consiguiente derrota, llevaría al irredentismo
que supo explotar el más exacerbado y fundamentalista nacionalismo alemán.
Junto con el Tratado de Versalles, que ciertamente fue ofensivo para Alemania,
la intervención de este país en la guerra también la llevó no solo a su
destrucción y partición, sino a vivir uno de los períodos más negros de su
historia.
L. de Guereñu Polán.
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