jueves, 29 de septiembre de 2022

Responsabilidad de Austria-Hungría

 

Son ya muchas las conferencias, congresos y publicaciones que se han ocupado de historiar y comparar las dos grandes guerras del siglo XX, sobre todo en la segunda mitad de la centuria, cuando ha habido perspectiva histórica y documentación para su estudio.

Entre la I y II guerras mundiales hay diferencias de origen evidentes. La de 1939 fue inevitable desde el momento en que había un Estado que estaba dispuesto a lo que fuese con tal de saciar sus aspiraciones, además de otro Estado, Japón -en manos de militares fanatizados- estaba dispuesto a lo mismo con tal de dominar el Pacífico, China y Manchucuo. La crisis de 1929 y la existencia en Italia de un régimen fascista desde 1922 hicieron el resto.

La Gran Guerra, sin embargo, fue evitable si no se hubiese dado una circunstancia clave: la frivolidad y bravuconería del gobierno austro-húngaro declarando la guerra a Serbia sin calcular sus consecuencias. No fue el magnicidio del heredero habsbúrgico lo que llevó a Austria-Hungría a declarar la guerra a Serbia; esto se hubiera podido discutir, con toda la energía que se quisiese, por vía diplomática, aunque todavía no hubiese una Sociedad de Naciones. Además no estuvo probado nunca que el gobierno Serbio financiase a los terroristas bosnios, aunque sí que animó el nacionalismo eslavo en los Balcanes.

La dislocación de los Balcanes, políticamente, a principios del siglo XX, es consecuencia de la presencia turca desde hacía siglos. Allí había territorios que estaban bajo soberanía del sultán, otros eran “protectorados” y en otros se habían constituido estados más o menos recientemente: dos guerras entre los países balcánicos en 1912 y 1913 certifican lo que decimos. Cuando se produce el asesinato del heredero al Imperio Austro-Húngaro, este se encontraba interesado en extender su influencia en los Balcanes, anexionando territorios si era posible a costa de los turcos y de los recientemente independizados, como ya había ocurrido en 1908 con Bosnia. Aquí había musulmanes, bosnios, serbios y otros grupos nacionales.

Las autoridades serbias, por su parte, querían construir una “Gran Serbia” con todos los pueblos eslavos de la región (los eslavos del sur) sabedores de su hermandad étnica con los eslavos rusos, la Rusia de los zares. ¿Y si las autoridades austro-húngaras hubieran exigido una reparación por vía diplomática a quienes fuesen responsables del asesinato, si este fuese algún Estado de la zona? Pero el asesinato del heredero fue la excusa, solo un mes después, para que Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia. Hecho esto, el desencadenamiento de una guerra a escala inimaginable hasta entonces, sería inevitable si se cumplían los compromisos internacionales entre los bloques que se habían ido constituyendo.

La intervención de Rusia a favor de Serbia hizo intervenir a Alemania, gobernada por un káiser muy distinto de su predecesor. Cuando el desastre ya estaba en marcha, la provocación a Estados Unidos, hundiendo sus barcos mercantes que suministraban a Gran Bretaña, Francia e Italia fundamentalmente, hizo intervenir a la gran potencia norteamericana cuando aún no se vislumbraba como tal. Fue la ruina de Europa la que encumbró a Estados Unidos, que pudo cobrar en millones de dólares la ayuda prestada a los aliados.

Por si ello fuese poco, nativos de Senegal y otros pueblos del África francesa, vietnamitas, canadienses, neozelandeses, jóvenes de las colonias alemanas en África, se vieron arrastrados a la guerra sin saber por qué se luchaba. Un uniforme, el reconocimiento de la metrópoli, la posibilidad de una gloria remota, llevaba a estos seres humanos a un conflicto inédito entonces. La guerra se extendió con la intervención de Japón para combatir la influencia alemana en sus aguas desde hacía décadas; fue el origen de un sentimiento de superioridad en el ejército japonés, que ya había dado muestras de cierta modernización en las contiendas de 1895, contra China, y de 1905 contra la Rusia de los zares.

Hoy existe un acuerdo generalizado entre los historiadores sobre la responsabilidad que cabe atribuir al emperador Francisco José y su Gobierno en el desencadenamiento de la guerra, aunque no pretendiesen que alcanzase las dimensiones que luego se produjeron y que prepararon el camino para una época de hostilidades como jamás se había dado desde las guerras napoleónicas.

La Gran Guerra no comienza, pues, el 28 de julio de 1914; esta fecha corresponde solamente a la declaración de guerra y ruptura de hostilidades por parte de Austria-Hungría contra Serbia. En esto podría haberse quedado si no se hubiesen activado las alianzas previsibles y las que ya estaban anunciadas. Y es curioso que el Estado responsable del comienzo de la guerra fue el que más perdió, no en vidas humanas, sino en territorio e influencia política.

La intervención de Alemania, por su parte, con la consiguiente derrota, llevaría al irredentismo que supo explotar el más exacerbado y fundamentalista nacionalismo alemán. Junto con el Tratado de Versalles, que ciertamente fue ofensivo para Alemania, la intervención de este país en la guerra también la llevó no solo a su destrucción y partición, sino a vivir uno de los períodos más negros de su historia.

L. de Guereñu Polán.

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