viernes, 1 de febrero de 2013

La historia de un partido

Durante la transición política española, en la segunda mitad de la década de los setenta del pasado siglo, se fundó Alianza Popular, conglomerado de franquistas que querían buscar acomodo en la democracia que se adivinaba. Ministros franquistas se pusieron manos a la obra pretendiendo olvidar que habían sido cómplices de un régimen criminal y violento, antidemocrático y apartado del resto de Europa. Don Licinio de la Fuente, D. Federico Silva, D. Cruz M. Esteruelas, D. Laureano L. Rodó, Don Gonzalo F. de la Mora, D. Enrique T. de Carranza y el más notable de todos ellos por su autoritarismo, violencia verbal y conservadurismo, D. Manuel Fraga Iribarne, que no dijo ni "pío" cuando, formando parte del Gobierno del General Franco, este decidió ejecutar sin garantías jurídicas e injustamente (como luego se demostraría) a D. Julián Grimau.

Así nació aquel partido que luego se llamaría Popular, que recogería los despojos de la descompuesta Unión de Centro. La derecha española nunca ha contado con un partido duradero, sencillamente porque nunca ha tenido ideología definida: todo su bagage ha sido la defensa de privilegios de clase, el conservadurismo moral y económico, el tradicionalismo y la consideración de España como una finca particular de señoritos, déspotas, obispos, banqueros y militares de alto rango. 

El Partido Popular es el del clientelismo en el campo galego y castellano, el de las concepciones caciquiles al más puro estilo canovista, el que ha generado personajes como Bea Gondar, Baltar, Cuiña, Cacharro, Lendoiro y alcaldes como un impresentable de Toques, otro de Ponteareas, de A Cañiza... personajes que concibieron la política como el arte de cerrar el paso a las aspiraciones progresistas y europeístas, democráticas y republicanas, entendido este último término en el más puro sentido jacobino, como aquellos revolucionarios franceses que querían incorporar a la población trabajadora y sufriente a las decisiones del Estado, inconformitas con el solo goce de las libertades más elementales. Todo lo que fuese liberalizar las costumbres era combatido por el partido que aquí historiamos brevemente, todo lo que fuese avanzar en la descentralización del Estado fue combatido por el Sr. Fraga y sus acompañantes, todo lo que fuese estructurar un Estado capaz de combatir los expolios de la iniciativa privada era mal visto, repudiado por el Partido Popular. Y así se entregó a los excesos, a los vicios, a captar para sí a lo peor (con excepciones, cono no podría ser de otra manera) de los políticos del país: Camps, Barberá, Acebes, Zaplana, Bárcenas, Arenas, Aznar, Aguirre, Rato, Gallardón, Costa, Vidal Cuadras, Castillo, Tocino, Cascos, Mato... y en niveles inferiores Rivas Fontán, Marques de Magalhaês, Díaz (alias Ligero)... ¿Y el dueño de Ibiza, señor Matutes? No olvidemos al brutal alcalde de Valladolid, que tuvo la deshonra de referirse a una dirigente socialista en términos del más burdo sexismo; no olvidemos a aquel alcalde de Ponferrada que abusó de una subordinada de la forma más zafia, no olvidemos los casos de Benidorm, de Badalona, de otros pueblos y ciudades donde el Partido Popular ha extendido sus prácticas xenófobas, antidemocráticas, incluso delictivas.

Por desgracia, la corrupción política no es exclusiva del partido al que aquí me estoy refiriendo, pero la trampa, la mentira, la brutalidad, la discriminación, en enchufismo, el caciquismo, las prácticas extraadministrativas, antijurídicas, ilegales, ilícitas, se centran sobre todo en él. Incumplimientos ante el fisco, irrespetuosidad ante los Tribunales de Justicia y jueces particulares (véase el caso Garzón), declaraciones antipatrióticas, irrespetuosas con la población, con las instituciones democráticas, pleitesía ante los poderosos, connivencia con ellos, aprovechando sus apoyos hasta el extremo que ahora nos ocupa de la corrupción más generalizada y que alcanza, desde un tal Naseiro, pasando por un tal Sanchís y llegando a un tal Bárcenas, a las más altas esferas de sus dirigentes, que parece han recibido dinero pagado por constructoras y otras empresas a cambio de favores "políticos" (en realidad delitos cometidos desde el poder) y sin que dichos estipendios se haya demostrado han contribuido a la Hacienda pública. 

He dicho que la derecha española nunca ha tenido un partido duradero, pues la Unión Patriótica de Primo de Rivera se disolvió como un azucarillo cuando el dictador cayó, como se disolvió la amalgama de familias unidas por el crimen y el autoritarismo antidemocrático cuando murió otro dictador en el año 1975. Pero la derecha española tenía un líder que apuntaba maneras para volver a crear una CEDA (que también se disolvió para no combatir al franquismo) durante la transición democática que se inició hace casi cuatro décadas. La Unión de Centro, expresión del reformismo franquista, se disolvió como la CEDA y como la Union Patriótica; el Partido Popular quiso dejar atrás su gigantesco lastre antidemocrático y fanquista con un ligero cambio de nombre (el de los partidos populares europeos, seña de la democracia cristiana), pero no ha sido capaz de lo que de verdad le convertiría en una fuerza como el gaullismo francés, el conservadurismo británico, la democracia cristiana alemana o italiana: adalides de la lucha contra el fascismo y la libertad. No: el Partido Popular ha sido el resultado de una "transformación" facial de los viejos franquistas redivivos, sustituidos por nuevas generaciones de políticos y militantes que conciben la política no como un instrumento de cambio, sino como el apoyo para el medro personal.

Por eso nos encontramos donde estamos: primero un Presidente del Gobierno que mete a España en una guerra ilegal e injusta con el solo objetivo de labrase un porvenir venturoso al lado del peor presidente de los Estados Unidos, un vaquero de tiro fácil y veleidades proféticas. Luego vino otro que tiene a gala defender la "desigualdad natural de la especie humana" ("Faro de Vigo", 1983), además de tener por norma dejar que los problemas y las denuncias se pudran por el mero paso del tiempo: no dar la cara, esconderse, decir vaguedades, defender a delincuentes convictos, en otros casos confesos; aferrarse al poder que dan no solo los votos (lo que no se duda aquí) sino el dinero, la corrupción y la delincuencia común. 

La historia del Partido Popular, todavía corta si la comparamos con los grandes partidos de la izquierda española, no está hecha de ideales y grandes obras de generosidad y grandeza; está empedrada de miseria, de egoísmos y de una corrupción que devora al país. 

L. de Guereñu Polán.       

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