domingo, 30 de junio de 2013

El republicanismo español



Una vez que se ha avanzado en el régimen actual, parece que surgen voces cuestionando a la monarquía y aspiran a una república española. Aparte de que con la que está cayendo no parece el momento más oportuno para plantear este asunto, sí está bien que no se olvide el sentimiento republicano que siempre existió en una parte importante (parece que minoritaria) de la sociedad española.

Ya la I República en 1873 fue una muestra de la enorme división entre unos republicanos y otros, porque ser republicano es algo muy indefinido: se puede ser republicano y a la vez de derechas o de izquierdas, tener la cuestión social como esencial o no, aspirar al federalismo o al jacobinismo; quizá haya tantas formas de entender una república como republicanos, lo cual no impide que puedan vislumbrarse grupos más o menos afines entre los que se reclaman de esta familia.

A caballo entre los dos siglos anteriores (el XIX y el XX) el republicanismo gozó de muy buena salud, pero creo que nunca llegó a tener en el Congreso de los Diputados una representación superior a los 38 escaños de un total de 404. Es cierto que el régimen de la Restauración borbónica permitía (de facto) el falseamiento electoral, pero también es cierto que en las “artes” caciquiles participaron tanto los partidos dinásticos como los republicanos. Aquellos inventaron el sistema y estos no pudieron sustraerse a él.

Salmerón y Lerroux quizá polarizan las dos posiciones más características del republicanismo de aquella época. El primero más conservador pero con una mayor formación intelectual y el segundo más progresista pero cambiante y –a la postre- pactante con la derecha de la CEDA durante la II República española. Por lo tanto la biografía política de Lerroux es para no fiarse de él, aunque hubo muchos que lo hicieron, sobre todo obreros del cinturón industrial de Barcelona, cuando al político se le llamaba “el emperador del Paralelo”.

Unión Republicana fue, desde 1903, el máximo de unidad que supieron lograr los republicanos españoles, que a partir de 1906 se vieron afectados por el éxito electoral de Solidaridad Catalana, un conglomerado de partidos conservadores, aunque también republicanos, que dividieron al republicanismo español. Los más conservadores, partidarios de un entendimiento con la Lliga de Cambó, expresión de los intereses industriales y financieros de la burguesía catalana, vieron aceptable pactar también con carlistas catalanes y otros grupos nacionalistas que formaban parte de Solidaridad. Cuando Lerroux plantó cara a esta situación y quiso hacer valer sus posiciones más intransigentes y obreristas, la Unión Republicana se deshizo. Por un lado los seguidores de Salmerón y por el otro los de Lerroux, si bien cabe apreciar otros varios compartimentos en el republicanismo.

Si ahora surgiese en España un partido republicano cabe pensar que pasaría algo parecido: los más conservadores no se sentirían cómodos con las aspiraciones de los que tienen proximidad al socialismo o a posiciones maximalistas. Habría, sin duda, un partido republicano de derechas, al menos, y otro de izquierdas, amén de aquellos republicanos que conectan con el nacionalismo, lo que vendría a complicar las cosas en orden a una pretendida unidad de acción.

Si como ocurre en Francia ser republicano (en el momento en que nació la I República) significaba estar de de acuerdo con la revolución y con la modernidad, mientras que no serlo significaba estar de acuerdo con los privilegios estamentales; o como ocurre en el Portugal actual, que ser republicano no es una seña de identidad, sencillamente porque la forma republicana de estado ha sido asumida por el conjunto de la población (a excepción de unos pocos nostálgicos de la monarquía abolida en 1910), si como ocurre en estos países se dieran esas mismas circunstancias en España las cosas serían más fáciles para los republicanos españoles, pero la historia ha marcado de tal manera las posiciones entre unos y otros que no será fácil, por la vía del consenso, una república española. Otra cosa es lo que nos tiene deparado el futuro: si un proceso revolucionario –que por fuerza sería traumático- nos llevase a otra cosa.

L. de Guereñu Polán.

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