Una vez que
se ha avanzado en el régimen actual, parece que surgen voces cuestionando a
la monarquía y aspiran a una república española. Aparte de que con la que está
cayendo no parece el momento más oportuno para plantear este asunto, sí está
bien que no se olvide el sentimiento republicano que siempre existió en una
parte importante (parece que minoritaria) de la sociedad española.
Ya la
I República en 1873 fue una muestra de la
enorme división entre unos republicanos y otros, porque ser republicano es algo
muy indefinido: se puede ser republicano y a la vez de derechas o de
izquierdas, tener la cuestión social como esencial o no, aspirar al federalismo
o al jacobinismo; quizá haya tantas formas de entender una república como republicanos,
lo cual no impide que puedan vislumbrarse grupos más o menos afines entre los
que se reclaman de esta familia.
A caballo
entre los dos siglos anteriores (el XIX y el XX) el republicanismo gozó de muy
buena salud, pero creo que nunca llegó a tener en el Congreso de los Diputados
una representación superior a los 38 escaños de un total de 404. Es cierto que
el régimen de la
Restauración borbónica permitía (de facto) el falseamiento
electoral, pero también es cierto que en las “artes” caciquiles participaron
tanto los partidos dinásticos como los republicanos. Aquellos inventaron el
sistema y estos no pudieron sustraerse a él.
Salmerón y
Lerroux quizá polarizan las dos posiciones más características del
republicanismo de aquella época. El primero más conservador pero con una mayor
formación intelectual y el segundo más progresista pero cambiante y –a la
postre- pactante con la derecha de la
CEDA durante la II
República española. Por lo tanto la biografía política de
Lerroux es para no fiarse de él, aunque hubo muchos que lo hicieron, sobre todo
obreros del cinturón industrial de Barcelona, cuando al político se le llamaba
“el emperador del Paralelo”.
Unión
Republicana fue, desde 1903, el máximo de unidad que supieron lograr los
republicanos españoles, que a partir de 1906 se vieron afectados por el éxito
electoral de Solidaridad Catalana, un conglomerado de partidos conservadores,
aunque también republicanos, que dividieron al republicanismo español. Los más
conservadores, partidarios de un entendimiento con la Lliga de Cambó, expresión de
los intereses industriales y financieros de la burguesía catalana, vieron
aceptable pactar también con carlistas catalanes y otros grupos nacionalistas
que formaban parte de Solidaridad. Cuando Lerroux plantó cara a esta situación
y quiso hacer valer sus posiciones más intransigentes y obreristas, la Unión Republicana se deshizo.
Por un lado los seguidores de Salmerón y por el otro los de Lerroux, si bien
cabe apreciar otros varios compartimentos en el republicanismo.
Si ahora
surgiese en España un partido republicano cabe pensar que pasaría algo parecido:
los más conservadores no se sentirían cómodos con las aspiraciones de los que
tienen proximidad al socialismo o a posiciones maximalistas. Habría, sin duda,
un partido republicano de derechas, al menos, y otro de izquierdas, amén de
aquellos republicanos que conectan con el nacionalismo, lo que vendría a
complicar las cosas en orden a una pretendida unidad de acción.
Si como
ocurre en Francia ser republicano (en el momento en que nació la
I República) significaba estar de de
acuerdo con la revolución y con la modernidad, mientras que no serlo significaba
estar de acuerdo con los privilegios estamentales; o como ocurre en el Portugal
actual, que ser republicano no es una seña de identidad, sencillamente porque
la forma republicana de estado ha sido asumida por el conjunto de la población
(a excepción de unos pocos nostálgicos de la monarquía abolida en 1910), si
como ocurre en estos países se dieran esas mismas circunstancias en España las
cosas serían más fáciles para los republicanos españoles, pero la historia ha
marcado de tal manera las posiciones entre unos y otros que no será fácil, por
la vía del consenso, una república española. Otra cosa es lo que nos tiene deparado
el futuro: si un proceso revolucionario –que por fuerza sería traumático- nos
llevase a otra cosa.
L. de Guereñu Polán.
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