En los medios
de comunicación, en las charlas de café y por tertulianos varios las
ocurrencias sobre lo que hay que modificar para obtener algo “mejor” abundan.
Pero lo que no abunda son los conocimientos reales de los efectos de las
ocurrencias, sobre las ventajas e inconvenientes que cada modificación aporta.
Desde un modesto conocimiento intentaré aportar algunos datos.
Los objetivos de cualquier sistema electoral son
lograr una representación política que
mándate o delegue en los electos las
decisiones de gobierno, que los
semejantes sociológicos de los distintos estamentos y clases tengan garantizada
su participación en esas decisiones y
que alguien asuma el ejercicio de la voluntad más general.
En las democracias modernas el pueblo designa, con
matices, a sus gobernantes tanto del Poder Legislativo como del Poder
Ejecutivo. En unos pocos sistemas el Poder Judicial también pasa por
procedimientos de elección. Como en todos los temas de relaciones sociales y de
defensa de intereses, los parlamentos y gobiernos democráticos operan sobre
complejos y delicados equilibrios.
Los sistemas vigentes actúan basándose en
principios: de representación proporcional, de representación mayoritaria a dos
vueltas o de representación mayoritaria a una vuelta. Y en: La distribución por
zonas electorales o circunscripciones territoriales, la forma y configuración
de las candidaturas., los tipos de votación, los métodos de asignación de
escaños.
Todos y cada uno de los factores y variantes posibles sobre las bases
anteriores impacta en los resultados finales y aporta ventajas e inconvenientes
que van a satisfacer objetivos diferentes. Por ello es frecuente la
introducción de correctores tanto del principio como del factor elegido en cada
uno de los pasos, correctores que a su vez complican el resultado al favorecer
unos objetivos y perjudicar a otros.
El principio con mayor aplicación actual es el de
representación proporcional, normalmente con correctores que intentan primar la
estabilidad; ya que este principio, en apariencia el más “justo”, si se aplica
directamente, conduce a la fragmentación de los parlamentos y hace difícil
conseguir mayorías de gobierno estables. Durante muchos años Italia fue el ejemplo de esto. El sistema
español es proporcional corregido, pero este tipo, salvo excepciones, obliga a
acuerdos post-electorales que otorgan un gran peso a las minorías de bloqueo.
El principio mayoritario a una vuelta elimina
prácticamente a las minorías y deviene casi inevitablemente en dos grandes
partidos hegemónicos. USA es el ejemplo.
El mayoritario a dos vueltas obliga a acuerdos
pre-electorales entre partidos ideológicamente afines y demanda como
complemento unas circunscripciones unipersonales, es el caso del Reino Unido o
Francia, tiende a disminuir el peso de las minorías.
A nadie se le oculta que la geografía de las
circunscripciones es decisiva en el balance final de resultados una excesiva
fragmentación prima a las minorías y el
agrupamiento territorial prima el peso del censo, además el diseño permite al
legislador neutralizar o primar la ideología preponderante en determinadas
zonas. Alguna reforma italiana tenía esa pretensión.
La forma y configuración de las candidaturas influye
sobre todo en el grado de control de los partidos sobre los electos. Pero
también produce efectos extraños, una lista abierta y bloqueada hace que
estadísticamente resulten eliminados los más conocidos de la lista (se probó en
las segundas elecciones sindicales españolas),
las listas cerradas favorecen la dependencia del partido, etc.
Los tipos de votación, en lista única o listas por
partido impactan en el resultado, por ejemplo en la lista única el orden
alfabético influye muy notablemente, es el caso del Senado español.
El método de asignación de escaños tampoco es inocuo
cuando las circunscripciones son
plurinominales, el más extendido es el conocido como método D’Hont, que en los
sistemas proporcionales prima a los mayoritarios, en especial si el listado no
supera los 5 o 6 candidatos.
Los porcentajes mínimos filtran el acceso a las
asambleas de las nuevas formaciones y de muchas minorías, etc.
Para todos los efectos indeseados es posible
encontrar formulas correctoras, pero si ya resulta complejo el estudio de los
efectos más directos, para analizar las segundas influencias hace falta mucha
más literatura.
Conclusión: Ningún sistema es perfecto desde el
punto de vista democrático. Continuará.
Isidoro Gracia
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