Que vuelva Dracón

Ante
el estado de descomposición moral, institucional y política en la que
se encuentra España, quiero proponer que cuando se reforme la
Constitución, necesidad imperiosa cada día que pasa, en el artículo 55º,
o bien en otro anexo, se establezca uno por el que una mujer o un
hombre justo, elegido por sufragio universal para no deberse a nadie más
que a los electores, pueda suspender el funcionamiento de las
instituciones y obligar a la convocatoria de elecciones sin necesidad de
que así lo acuerde el Gobierno.
Para que esa mujer u hombre
justo pudiese ejercer tal prerrogativa tendrían que darse ciertas
condiciones: una demanda social suficiente acompañada de la alarma que
pudiese objetivarse mediante encuentas o estados de opinión; que el país
no estuviese viviendo un estado de alarma, sitio o guerra, tal como son
definidos en la Constitución española y cualquier otra que se
considerase oportuna.
El legislador Dracón, en la Atenas del
siglo VII antes de Cristo, estableció una serie de leyes que llevan su
nombre (draconianas) para corregir la arbitrariedad, la corrupción
generalizada y la aprobación de leyes manfiestamente injustas.
En momentos en que el propio rey de España se presenta como un
encubridor de delincuentes (un yerno y una hija suyos), el Presidente
del Gobierno, un expresidente del Gobierno, diputados nacionales y
autonómicos, senadores, altos cargos de otras instituciones, alcaldes,
concejales, etc. se encuentran incursos en casos de corrupción, además
de empresarios y banqueros privados, habiendo vulnerado la ley
flagrantemente, violado las obligaciones fiscales, cobrado dinero
ilegalmente, favorecido a unas empresas en detrimento de otras,
legislado con claro desprecio de los intereses de la población... se
hace necesaria una figura que pueda detener -solo en casos extremos-
estos desafueros.
Todo lo que se haga para eliminar la
corrupción y sanear la vida pública, la economía y los intereses que
entraña, la ejemplaridad que es exigible a los que ostentan cargos
representativos, es bueno y necesario, pero sin dilaciones y con toda
urgencia. La dignidad nacional así lo exige.
L. de Guereñu Polán.
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