domingo, 19 de enero de 2014

La pela es la pela

Tres diputados del Partido de los Socialistas de Cataluña se niegan a entregar sus actas como tales a pesar de que las divergencias que manifiestan sobre cuestiones fundamentales con el partido al que pertenecen son evidentes y graves. Sabido es que cuando una persona pertenece a un club (libremente) se ha de someter a los estatutos de dicho club, mucho más cuando se trata de un partido político que tiene la obligación de preocuparse y buscar soluciones sobre cuestiones públicas, que afectan a los ciudadanos. Si esos tres diputados han tenido la ocasión de defender sus posiciones -como la han tenido- sobre cualquier asunto y han quedado en minoría, la más elemental norma de comportamiento democrático es aceptar la decisión de la mayoría y plegarse... o bien, si el asunto espanta tanto que no puede uno aceptarlo sin graves consecuencias de conciencia, abandonar el partido y antes el escaño que se ocupa.

¿Como si no se puede entender la militancia en un partido, la pertenencia a un club o a cualquier asociación huamana? ¿Puede cada uno indisciplinarse cuando considera que su posición es la acertada aunque esté en clara minoría? ¿Podrán hacerlo otros en lo sucesivo y cuantas veces se quiera? Porque si la respuesta a estas preguntas es afirmativa entonces no hay partido político que valga. Uno se integra en una asociación para contribuir al éxito de la misma, no para traicionarla cuando le venga en gana. A no ser que los diputados díscolos se nieguen a entregar sus actas porque de esa manera dejarían de percibir los honorarios como diputados y tendrían que reincorporarse a sus empleos en la sociedad, lo que suele no desearse por los implicados.

Recuerdo cierta ocasión en la que, en una asamblea socialista, un militante intervino en favor de la candidatura al Senado de otro que ya se encontraba en edad avanzada: "dejémosle que disfrute los últimos años", dijo el primero. Concebía este que ser senador era un disfrute, cuando siempre creí que es una carga por la que hay que rendir cuentas y ha de representar un gran sentido del sacrificio y capacidad de trabajo. Aquella concepción de "disfrute" de los cargos públicos está muy extendida, por eso hay verdaderos codazos, traiciones y conflictos para ocupar uno, aunque luego no se sepa que hacer con él y no se responda a lo que es esperable de quien ocupa dicho cargo público. Así parece que conciben los diputados díscolos catalanes el cargo que ocupan, como un "disfrute" al que no están dispuestos a renunciar.

¿Que mejor manera de demostrar la oposición a una resolución del partido del que se forma parte que renunciando al acta de diputado, demostrando con ello hasta que punto se está en desacuerdo y se confía en tener razón mientras que los demás están equivocados? El tiempo lo diría en todo caso. Pero no, aferrarse a los cargos aunque sea a costa de desestabilizar al partido al que se pertenece parece ser norma y lo contrario excepción. 

Por otra parte está el caso de jugar a varias bandas: permanecer en el puesto ganado con el concurso decisivo del partido (sin lo cual no sería posible ocuparlo) y al mismo tiempo congraciarse con la oposición al propio partido; de esta manera, en el futuro, siempre estará uno en la mejor disposición de quedar bien. Pero lo cierto es que, desde el punto de vista ético, se está quedando muy mal. Es de todo punto rechazable que se traicione la confianza que se ha puesto en uno para hacer lo contrario que se espera de ese uno. La miserable historia de los tránsfugas, sediciosos, pusilánimes, listillos y demás especies de este calibre empedró la política en todos los tiempos. El trío de diputados catalanes (se supone que socialistas) ha prefrido la sedición y la falta de ética a la generosidad y la honradez. Peor para todos.

L. de Guereñu Polán.

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