lunes, 3 de marzo de 2014

Los que van a morir

Si el conflicto desatado en Ucrania no se reconduce por la vía diplomática, una guerra en la que Rusia sería el país agresor, puede llevar a miles de personas a morir por una causa que no es la suya, sino la de los nacionalismos ruso y ucraniano que, como en otras ocasiones, ha llevado la desgracia a los pueblos, pero no la prosperidad.

Cuando se desmontó de forma totalmente inconveniente la Unión Soviética, sin la voladura controlada que pretendía M. Gorvachov, Rusia impuso a las nuevas autoridades ucranianas ciertas condiciones que ahora afloran (lo harían antes o después). Además de garantías para que la minoría rusa fuese tratada en igualdad de condiciones que la población ucraniana (lo cual es pefectamente comprensible) el control sobre los puertos del mar Negro, particularmente los que se encuentran en la península de Crimea, los más importantes para el tráfico mercante y los buques de guerra rusos. Una situación inconveniente derivada del hecho de que Rusia exigió que dicha flota fuese reconocida de su propiedad y no ucraniana por el solo hecho de encontrarse en este territorio. Una anomalía que presagiaba males futuros.

Historicamente en Rusia siempre ha habido un alma eslavófila y otra occidentalista, pero esta, en momentos de fuerte nacionalismo como el presente, queda en minoría ante aquella. Por su parte, Europa no ha hecho bien cuando ha pretendido aislar a Rusia y restarle protagonismo en áreas que considera estratégicas para ella: el mar Negro, los Balcanes, Turquestán... En Ucrania, además de ucranianos y rusos, hay minorías tártaras, bielorrusas, húngaras, búlgaras, rumanas, polacas y de otras nacionalidades, consecuencia de una historia en la que el actual estado formó unidades políticas con Polonia, Rusia y otros en momendos distintos a lo largo de siglos.

Por si esta complejidad no fuese poco, también la economía está desigualmente repartida, pues el este del país, con los distritos e Járkov y Dónetstk está muy industrializado, justo donde la mayoría de la población es rusa, mientras que las zonas montañosas del oeste tienen una economía sensiblemente más débil. Todo el valle del río Dniéper, hasta las llanuras litorales del mar Negro y la península de Crimea es una vasta región que siempre se ha considerado como el granero del estado al que ha pertenecido. Cuando Hitler mandó ocupar militarmente Ucrania lo hizo para tener un abastecimiento suficiente de carne y cereales. 

La ONU tiene un importante papel que cumplir en este asunto, máxime cuando no solo las vidas de muchas personas están en juego, sino que el suministro de fuentes de energía (gas) y otros bienes de consumo pueden procurar el desarrollo de muchos países o su depauperación. El alocado Putin, que tiene como base el nacionalismo ruso para auparse en el poder, no puede encontrarse enfrente con un alocado "occidente", como ocurrió hace más de siglo y medio con la guerra de Crimea. La Unión Europea tiene ahora una ocasión de oro para mediar entre nacionalistas de uno y otro lado, y tiene la ocasión de que no sea solamente Estados Unidos quien marque la pauta, que estará guiada por sus intereses estratégicos en la zona (Turquía y oriente próximo) con un Reino Unido agazapado para saltar sobre la presa cuando esté madura. 

Mientras tanto las autoridades ucranianas y sus bases sociales, que en principio no han dado muestras de inteligencia, deben mostrarse equidistantes entre la Unión Europea y Rusia, pues sin este poderoso país no se entiende una Ucrania próspera; sin la Unión Europea no se entiende una Ucrania democrática, por muy pocos ejemplos que en los últimos años haya dado aquella organización supranacional. Entre tanto ¿que hará la diplomacia? Si fracasa y da comienzo una guerra, a Europa le tocará de lleno en su economía (precio de los combustibles) pero los derechos humanos y la vida de las personas estarán de nuevo pisoteados por dos nacionalismos que, lejos de verse como excluyentes, debieran intentar comprenderse: ojalá los lazos familiares que se han formado entre unos y otros hagan más que las bravuconadas de Putin y de algunos jefes militares ucranianos.

L. de Guereñu Polán.

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