La compañía
americana Bloomberg elaboró en 2013 el informe “Most Efficient Health Care:
Countries” en el que la eficiencia del sistema sanitario de España resultó
la mejor puntuada de los países europeos y ocupa el quinto puesto en una
clasificación de 48 países. Dicho informe clasifica a cada país en función de
tres criterios: esperanza de vida, coste per capita relativo de la sanidad y
coste absoluto per capita del sistema.
España solo es superada por Hong Kong que ostenta el mejor ratio de eficiencia,
92,6. A continuación figuran Singapur, Japón, Israel y después España.
Fuente: http://www.bloomberg.com/visual-data/best-and-worst/most-efficient-health-care-countries
Mientras en
países en los que se utilizan sistemas privados de gestión, como en los Estados
Unidos, el gasto público en sanidad es del 17% en relación con el PIB, en otros
cómo Francia, con un sistema de gestión basado en las facturas, que paga el
Estado, es del 11%. En España era del 7% según datos de 2009 del Ministerio de
Sanidad, siendo uno de los más contenidos de Europa. Algunos expertos señalan
que gran parte de la eficiencia del sistema sanitario español es debida a una buena gestión consolidada durante
toda la época de la democracia, a la calidad de los profesionales y a los
salarios de los médicos, una cuarta parte más bajos que los de los
estadounidenses, y un tercio inferiores a los ingleses.
En España, el
saqueo al que están siendo sometidas las rentas medias y bajas, no tiene
precedentes en la actual etapa democrática. El sistema sanitario no se libra y
la memorable gestión de la Sra. Mato, ministra de Sanidad, y los dirigentes del
Partido Popular en las Comunidades Autónomas, dejarán huellas imborrables en
los anales de la vida de los españoles. Su sospechosa ignorancia también. La
estrategia de los privatizadores compulsivos está diseñada para actuar en tres
frentes, acompañada del repetitivo argumento de que “hay que hacerlo para ahorrar, tenemos que ser austeros y no queda más
remedio”.
El primer
frente consiste en deteriorar el sistema, asegurándose de que no funcione o
funcione mal. El mensaje vertebral empleado consiste en prometer algo parecido
a un milagro: bajar en miles de millones las asignaciones presupuestarias en el
capítulo sanitario sin que los ciudadanos notemos deterioro alguno en el
servicio. Con una ensalada de cifras que bailan, aderezada con la palabra
mágica de la austeridad, se desparramara la confusión manteniendo ante la
opinión pública y ante su cuerpo electoral que el alcance de los recortes no
son tantos y, además, eran necesarios. Algunos expertos calculan que el coste de
los servicios sanitarios por habitante resulta un 33% más caro. Aunque es
difícil de precisar ante el ocultismo e imprecisión de los datos que
proporciona el Partido Popular.
El segundo
frente es descapitalizar el sistema atacando su sostenibilidad financiera, la
calidad del servicio y el compromiso de sus profesionales. Con una estrategia
de comunicación dirigida a generar un clima informativo de confusión diluyendo
los costes políticos y consolidando la percepción de que la sanidad pública es
un caos a punto de explotar. Intentan minar la confianza de los ciudadanos en
sistema público sanitario y que acabemos pensando que el sistema privado es más
confiable. Allí, por lo menos, si pagadas te atienden. Y si pagadas mucho te
atienden antes y mejor.
El último frente
de actuación es el desmantelamiento y puesta en venta a trozos de distintos
servicios sanitarios que se van transfiriendo gradualmente a manos privadas.
Así, en 2005 la Comunidad de Madrid encargó a las constructoras OHL y Sacyr
levantar los edificios de los hospitales, y les encomendó su mantenimiento y
los servicios administrativos a cambio de un canon anual. Con estas
operaciones, las constructoras, propietarias de Phunciona y HC, adjudicatarias
de la parte no sanitaria de los hospitales, daban cabida a LBEIP BV, un fondo
dedicado "la gestión de fondos de pensiones" y "perteneciente a
Lloyd´s Banking Group", aliado estratégico del Banco Sabadell, en la
dirección administrativa de los centros hospitalarios. Era el final en la
aplicación de la lógica del mercado que inspiró la creación de los hospitales.
En 2010 el Gobierno decidió aumentar lo que les pagaba cada año. Entre los
hospitales que vieron su canon aumentado estaban los de Henares (que vio o
su alquiler de 15 millones aumentado en 110.029 euros); Infanta Cristina (que
sumó 236.385 euros a sus 14 millones por año) y Sureste (582.699 euros
añadidos a los 10 millones iniciales). Un año después, las concesionarias
pidieron por escrito un nuevo incremento global de 80 millones para evitar
"el colapso". Tres años después y antes de una década del encargo del
Gobierno dirigido entonces por Esperanza Aguirre, algunos de los contratistas
se retiran y dejan una buena parte de la sociedad en manos del mencionado fondo.
Contemplamos
ahora la entrada de fondos de inversión opacos y empresas que cotizan en la
bolsa en las empresas creadas ad hoc, que resultaron adjudicatarias de áreas y
servicios del sistema sanitario público en las Comunidades de Madrid y
Valencia. Escuchamos a todo tipo de gobernantes, tertulianos y otros
defensores de lo indefendible una serie de alegatos que aterrizan siempre en la
misma frase: “No se privatizan los
hospitales, sólo se está privatizando su gestión”. Con esa afirmación pretenden dejar resuelto el debate y así ya no tiene sentido continuarlo. Tan satisfechos están
con la supuesta fortaleza de esa aseveración que no hay debate público en el que
no se escuche. Se difunde como consigna, como argumento irrefutable que
demuestra que no se está privatizando la sanidad, sino sólo una parte de ella.
La estrategia consiste en esperar que el receptor, que normalmente no sabe bien
en que consiste el impreciso concepto de “gestión”, concluya que es una parte
poco importante de los servicios sanitarios.
El engaño
reside en que la “gestión” en un hospital público lo es todo. La “gestión” es
la asunción y ejercicio de responsabilidades sobre un conjunto de actividades
que incluye nada más y nada menos que la disposición de los recursos y las
estructuras necesarias, la coordinación de las tareas y la rendición de
cuentas. Y con eso abarcamos todo lo que es importante en un centro sanitario.
Lo único que dejan al margen, lo único que no se privatiza, es la titularidad
del edificio y de una parte de las infraestructuras. Justo dejan sin privatizar
aquello que no da beneficios. Lo que es rentable se dejara en las manos de unos
pocos, lo que no es rentable sigue como público. Y lo más importante de todo
esto es que todas las decisiones van dirigidas a la búsqueda del mínimo coste y
máximo beneficio. No olvidemos que la diferencia más importante entre la
gestión privada y la gestión pública es que la primera busca el beneficio. Si
para ganar más hay que retribuir peor a los trabajadores, comprar medicinas más
baratas, reducir el abanico de especialistas por enfermo, o mandarlo para casa
aunque no esté curado... se hace.
La gestión de
la sanidad privada resulta “objetivamente” mejor que la pública. Llegué a esta
conclusión hace 25 años cuando una secretaria de la aseguradora “La Unión
Madrileña” me ofrecía integrarme como cliente cuando finalizó de explicarnos
amablemente que mi abuelo, después de estar pagando el recibo casi toda la
vida, ya no podía continuar como cliente. La sanidad es para los conservadores
el gran negocio, y para el sector privado ávido de aplicar sus métodos de “gestión”:
mientras el paciente no es demasiado viejo, no sufre patologías crónicas o no
precisa tratamientos estándar, pero se convierte en un problema cuando el
paciente se hace anciano y padece enfermedades crónicas y costosas terapias
avanzadas. Separar este tipo de pacientes ofreciéndoles servicios diferenciados
es el gran negocio y, sí además, se transfieren costes de la red rentable a la
asistencial, el negocio es magnífico.
Aún siendo rentable la
gestión privada, que es mucho decir, es claramente ineficiente. Dispone de opciones
que no tiene la gestión pública, y el éxito de las aseguradoras privadas radica
en que pueden seleccionar a sus clientes, aceptar solamente a aquellos que le
son rentables y rechazar o excluir a los no rentables. En un hospital privado
nunca hay enfermos en los pasillos porque
se quedan en la calle sin poder entrar. A partir de esta evidencia, toda
comparación con intención de contrastar ambas opciones para que una resulte
vencedora, nos invita a asistir a un combate amañado. Por lo tanto resulta
estéril discutir esta cuestión.
La parcial
victoria del discurso conservador está en que consigue imponer el frame o “marco de pensamiento”,
descritos por el Catedrático de Ciencia Cognitiva y Lingüística de la
Universidad de Berkeley en su famoso libro “No
pienses en un elefante”. La trampa está en someternos a la discusión más
absurda que nos podamos imaginar y que se parece mucho la pregunta que se hace
a los críos: ¿a quién quieres más, a papá o la mamá?. Simplifican el mensaje
con éxito comunicativo, e insisten en plantearnos el dilema de escoger: ¿qué es
mejor la gestión pública o la gestión privada?. La comparación carece bastante
de lógica o de sentido y resulta improductiva.
De momento, la
teoría está fallando y la realidad funciona de otro modo. Las reivindicaciones
sociales de cambios y avances en la gestión de la sanidad pública no ocultan
deseos de cambiar a la sanidad privada, y se basan más en la convicción de que
sanidad pública aporta más confianza que la sanidad privada.
En política
las casualidades no existen, recordemos las puertas giratorias que tuvo uno de
los momentos más infames en la conferencia que Juan José Güemes, ex Consejero
de Sanidad de la Comunidad de Madrid, impartió en el Hotel Ritz a 150
empresarios del sector sanitario y de la construcción, previo pago de 1.200 euros,
bajo el título “Aproveche las oportunidades de negocio para su empresa”. Dos
años después, él también aprovechó las oportunidades de negocio generadas con
las privatizaciones, se fue a trabajar la Unilabs, que forma parte de Capio
Capital, y al IE Bussines School.
La sanidad
pública representa uno de nuestros mayores éxitos colectivos como sociedad y del
sistema democrático. Podemos y debemos sostenerla porque es barata y de calidad
en relación al dinero que le dedicamos. Es uno de nuestros más importantes
signos de modernidad y progreso. Los grandes desafíos están en que tiene
cambiar y adaptarse y mejorar para ser más eficaz y eficiente.
"Un
ingeniero de verdad construye puentes, edificios. Un ingeniero financiero, que
gana entre 4 y 100 veces más, construye sueños. Y cuando estos sueños se
transforman en pesadillas, otras personas pagan por ello".
“Las
finanzas lo controlaron todo y más o menos... arruinaron el país”.
Citas del
documental de Charles Ferguson “INSIDE JOB: HISTORIA DE La AVARICIA” premiado
en 2011 con el Oscar al Mejor Documental.
Autor: Francisco Prego
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