lunes, 14 de abril de 2014

Ante el 14 de abril

Hace más de 140 años de la I República española y más de 80 de la II. Hoy se cumple un aniversario más de aquella explosión de esperanza que no se pudo traducir en realidad por los errores de los gobiernos, la exaltación de muchos españoles y la actitud criminal de, por lo menos, la mitad del ejército y los señoritos de siempre. Los gobiernos de la I y II Repúblicas estaban animados de un espíritu realmente democrático, avanzado y generoso; sus adversarios más poderosos estaban a su suyo. Un sector importante de la población española salió a la calle a incendiar iglesias (esta práctica procede del siglo XIX) y a ocupar tierras porque estaba harta de esperar a que los grupos dirigentes de la sociedad española democratizasen realmente el país dando paso -de forma resuelta- a un reparto de la renta y de la riqueza. Esto nunca se produjo en España.

Los republicanos siempre estuvieron divididos: los centralistas y unitarios como Castelar, los federalistas como Pi i Margall, los cantonalistas que querían volver a refundar España cuando este era uno de los Estados más antiguos de Europa. Hoy también están divididos los republicanos en multitud de grupúsculos que reclaman "la III República española", como si esto fuese tan fácil, como si no se necesitase un consenso general que no se da. Además los republicanos españoles están hoy en diversos partidos ya constituidos, raramente hay republicanos que constituyan una fuerza electoral digna de tenerse en cuenta en el conjunto de España. El Partido Socialista, por ejemplo, hace mal en no tener presente el sentimiento republicano de parte de sus bases, sobre todo en la mitad sur de España y en las grandes ciudades. 

En la II República el republicanismo, fiel a su tradición, siguió dividido: Esquerra Republicana estaba circunscrita (como ahora) a Cataluña, el Partido Republicano Radical estuvo en manos de un dirigente que basculó tanto a la derecha que terminó por apoyar al general Franco, el Partido Republicano Radical Socialista nunca dejó de ser un grupo de notables sin verdadero arraigo en la población campesina e industrial; Manuel Azaña intentó agrupar al republicanismo democrático y de izquierdas hasta que desembocó en Izquierda Republicana, Martínez Barrio tuvo que cambiarse de partido ante la decepción que sufrió en el suyo original, otros republicanos como Casares Quiroga o Portela Valladares no fueron sino apéndices de pequeños partidos republicanos siempre divididos. 

El republicanismo, además, por si mismo, no es una ideología definida: lo hay conservador y progresista. Los republicanos que se precien, si realmente quieren jugar un papel político en la España de hoy y de mañana, deben unirse y formular un programa que den a conocer a la sociedad. Salir a la calle con banderas tricolores está bien, pero no es suficiente; lanzar proclamas contra la monarquía borbónica es poca cosa y en ocasiones ingenuo, porque hay una porción muy numerosa de la población española que, siendo más o menos monárquica, no estaría hoy por un salto al régimen republicano si esto no significa una nueva ilusión en la que creer. Además hará falta que la monarquía se descompusiese más de lo que está, que no es suficiente porque tiene medios, funcionarios, correveidiles, convencidos defensores a su disposición, incluso los dos partidos mayoritarios de España.

Podemos conmemorar con orgullo el nacimiento de la II República española y recordar la bonhomía de los hombres de la I República, pero al mismo tiempo ser conscientes de que la militancia republicana, hoy, es bastante más que hacer algaradas esporádicas. Exige reflexión, formulación de programas claros y conocidos, extensión de una idea fundamental: que la fórmula republicana, si es avanzada y radicalmente democrática, es moderna y moralmente superior a la monarquía. Si además los que se llaman republicanos son honestos (virtud escasa hoy) mejor todavía. 

L. de Guereñu Polán.

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