viernes, 13 de junio de 2014

Las coyunturas republicanas en España

Los recientes brotes de republicanismo que han aparecido en España no son para tomarlos en serio, entre otras cosas porque surgen con motivo de la abdicación del rey y con una intencionalidad meramente electoralista y populista, no producto de una meditación serena y seria.

En España, los regímenes republicanos que ha habido han surgido siempre de forma pacífica y ocupando el vacío de poder dejado por la monarquía. Primero tras la abdicación de Amadeo de Saboya, los pocos y divididos republicanos españoles se vieron con el país en sus manos y no supieron que hacer con él. Discutieron entre ellos antes de hacer frente a los poderosos enemigos que tenían: los terratenientes, la Iglesia, los alfonsinos y los carlistas, entre otros. La II República española surgió como consecuencia de otra abdicación real. Los republicanos del Pacto de San Sebastián formaron el primer gobierno provisional de forma pacífica y cívica, redactaron una Constitución, convocaron elecciones y pretendieron reformas de una radicalidad y modernidad desconocidas en España y en la mayor parte de Europa.

Ahora no se da en España ninguna de las condiciones para que un régimen republicano pueda tener éxito. No ya para que prosperase, en medio de una crisis económica galopante, sino más todavía para que se establezca, pues la monarquía goza de buena salud y los medios monárquicos están unidos en torno a ella. Es cierto que aún está por demostrarse si el rey Juan Carlos ha obtenido el patrimonio de que disfruta de forma lícita o no, incluso está pendiente el saberse en que consiste dicho patrimonio, además de su valor. Pero esto no es suficiente para cuestionar una institución que ha sido pactada hace treinta y tantos años. A dicho pacto renuncian ahora los nacionalistas catalanes y el Partido Comunista de España, además de que lo ponen en cuestión minorías más o menos de izquierdas. 

Una república española será posible cuando se produzca la abdicación del rey sin intención de ser sucedido por su heredero, cuando se den condiciones de insurrección (lo que ahora no existe) o cuando el desprestigio de la monarquía llegue a tal grado que la mayoría de la población no la apoye. No hay monarquía en un país democrático que se haya mantenido sin el acuerdo tácido o expreso de la mayor parte de la población. 

La República griega lo es por la connivencia del rey con militares golpistas; lo mismo ocurrió con la dinastía saboyana en Italia; Alemania es una república porque su emperador comprometió a su pueblo en una guerra como nunca se había conocido otra hasta entonces; Francia despachó a su último monarca como consecuencia de la derrota en otra guerra, la de 1871; que los republicanos portugueses eran mayoría entre la población ya a principios del siglo XX lo demuestra el que la dictadura salazarista ni siquiera intentó restaurar la monarquía. Las repúblicas del este de Europa, como es sabido, obedecen a otra coyuntura histórica. 

Pedir un referéndum por cierta izquierda, ahora, para que los españoles se pronuncien sobre la forma de Estado no solo es un absurdo (la gente está pensando en su puesto de trabajo, en su paro, en su pensión, en el inmediato futuro) sino una invitación a que los monárquicos también pidan dicho referéndum y lo ganen, como todo estudio de oponión que se ha publicado demuestra. Toca a los republicanos organizarse, mantener vivo el espíritu cívico y democrático que representa una república, denunciar todos los anacronismos que implica la monarquía y esperar la coyuntura favorable. Si no estoy equivocado.

L. de Guereñu Polán.

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