Refundar una democracia que el
tiempo terminó haciéndola rehén de la Transición, en vez de usarla como horma
para elaborar el calzado para caminar en tiempos distintos. Un proceso
constituyente que engendre desde lo positivo de estas últimas cuatro décadas
una nueva Carta Magna o una reforma profunda de la misma, que recoja las demandas
acordadas libremente tanto sobre la forma de estado, el diseño territorial y la
convivencia de los territorios, el de las administraciones y la atención a las
necesidades que acucian a la población. Que recupere la ética política como punto
de partida.
Los déficits de nuestra democracia han ido como
hidras venenosas, pegándose al entramado político, propiciando una corrupción
que amenaza sistémica. Son la corrupción y una crisis no solo no resuelta, (aquella
parte de la misma que se ha abordado, lo ha sido extorsionando a las clases más
desfavorecidas), lo que ha disparado todas las alarmas y todas las preocupaciones
posibles. Más si cabe cuando el jefe del ejecutivo, tras intentar despacharla
como tema menor, luego pide disculpas tan poco sinceras como parcas, para
terminar enrocándose en el bunquer de su mayoría para negarse a tratar el tema en sede parlamentaria..
Tanto los partidos que la sostienen, como la propia Corona, un entramado afín
a los vicios y modos de la primera Restauración, y que apunta un horizonte estéril
como el de aquella, se oponen a cualquier reforma que ponga en riesgo sus prerrogativas
o la permanencia de la jefatura del estado en la forma actual. La única
salvedad ha sido en una circunstancia, la que con alevosía y nocturnidad se pactó
al dictado de Bruselas y su doctrina
financiera, un rejonazo letal a los derechos ciudadanos.
Las próximas elecciones generales a un año vista,
-pues no cabe esperar un mínimo de
dignidad cívica del jefe del ejecutivo para cancelar una legislatura que se
está volviendo ominosa-, deben tener carácter constituyente. Cuyo único
objetivo sea elegir representantes para elaborar el nuevo texto constitucional
o una reforma de gran calado de la actual, dando paso a unas elecciones
legislativas a continuación. Los temas que acechan, territoriales, degradación
moral y corrupción insoportable en niveles muy diversos, desprestigio de los
llamados a administrar los intereses del común, desigualdad creciente, deterioro
imparable del estado social y de derecho, habrán de cancelarse en una
revolución democrática y pacífica. De dialogo y participación. Que canalice reposadamente
la ira, la indignación, y la rabia que inunda la sociedad ante la impudicia de
un gobierno alejado hasta el extremo de la honorabilidad e insensible a una
enmienda más allá de lo cosmético. De amnistías fiscales a quienes más burlan sus
responsabilidades cíviles y contributivas. De una vergonzosa subordinación a
los mercados laminando derechos logrados con el sacrificio de generaciones…De
esa desigualdad brutal que nos une a Letonia como ejemplos de desigualdad en la
UE y que permite que 20 familias sumen lo mismo que pueden disponer catorce
millones de ciudadanos. Y también, que evite efectos pendulares populistas de
etiología no determinable.
Un proceso constituyente que restaure la
dignidad del Estado. Que devuelva la credibilidad a la política. Que determine
los derechos que queremos reconocernos como ciudadanos. Que estos sean sujetos
activos en la toma de decisiones. Que permita armonizar sin estridencias la concordia
de naciones y territorios que conviven en España. Un proceso constituyente, que
a diferencia del de 1978, sea plenamente civilista. Sin
interferencias ni mediatizaciones de elementos ajenos a la voluntad popular,
sean estas de carácter financiero, militar, eclesiástico o corporativos. Un proceso que abra un camino democrático para continuar transitando en Libertad por el Siglo XXI. Pero también con Solidaridad y una mayor Igualdad. Un estado, laico, donde la educación sea un valor positivo, transparente, fraternal, democrático, socialmente justo…Un estado republicano.
Antonio
Campos Romay
1 comentario:
Guereñu dijo: España ha tenido más constituciones que ningún otro país europeo y no por ello le ha ido mejor. Estoy muy de acuerdo con reformar -y mucho- la actual constitución, pero no le llamaría yo a esto período constituyente. Lo que sí tiene que haber es una ley que obligue al funcionamiento democrático de los partidos (poniendo incluso condiciones concretas en la misma) y modificar el código penal para casos de corrupción política y de funcionarios públicos (endureciendo las penas y acortando el procedimiento hasta donde sea posible).
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