Entre
“España nos roba” y “el ladón era un presunto caballero honorable” envuelto en
una bandera, va un largo recorrido de dudoso horizonte y costosa andadura.
Más,
tejiendo la historia de Arthur y soñando ser Martí, juega a edificar una nación como construcción
bienintencionada de una elite que utiliza el nacionalismo como elemento
redentor de un presunto colonialismo difícil de identificar, salvo situaciones
de estados oníricos o donde el alcohol haya dejado huella. Maneja un nacionalismo, vinculando a una masa
ciudadana muy importante, que no se comparece finalmente con el desarrollo económico y social, sino que obedece a flujos circunstanciales que se agrandan tras
muy bien elaboradas campañas que azuzan un sentimiento patriótico local al
socaire de una situación global de crisis…Algo que tiene antecedentes en los
años 1931 y 1934 donde también la debilidad del estado pareciera invitar a
retarlo... En los momentos en que la crisis se alivia, el sentimiento-movimiento,
permanece larvado sin que ello que
signifique en absoluto desaparecido. Todo ello exquisitamente aderezado por lo
más casposo de ese núcleo del centralismo “madrileñista” incapaz de ver más
allá de su ombligo y la torpeza de un partido que se esfuerza en ser bandera de
lo más ñoño y reaccionario, que avanza como un beodo a salto de recursos ante
un Tribunal poco digerible en su biografía, trapacerías diversas y campañas
disparatadas contra un país, una lengua y una cultura. Trocando el espíritu de
la convivencia en común para apostar por el odio en común.
Un
cierto romanticismo asocia a la política nacionalista el mito fundacional. En
el que sus postulados adquieren la convicción inquebrantable de ser justos,
elegidos y ungidos como actores del inevitable el triunfo de su causa. Quizás
dado el origen confesional de la formación conservadora que respalda al Sr. Más,
añada compartiendo la misma tentación que otros
“lideres” anteriormente, a sus posicionamientos, Dios y la Historia
están con nosotros. Y desde luego, el convencimiento casi místico, de que fuera
su paraíso imaginario, letárgico, ni hay vida, ni nadie es digno.
Más
sin lugar a dudas es un demócrata. Aunque en ocasiones su concepción de las
reglas de la democracia y el acatamiento de las mismas sea difícil de asimilar.
Está muy lejos de Marx. Y muy próximo al capitalismo ultraliberal y poco
caritativo con los menos favorecidos. De ahí su pertenencia a una formación con
facilidad para habilitar gobiernos en Madrid cuando estos hacen políticas
conservadoras y el amoroso maridaje con el Sr. Aznar. Su objetivo primordial no es una sociedad
justa, sino plasmar su encendida intuición, que da por supuesto querencia
popular, sintiéndose profeta de los sentimientos interiorizados por una parte
importantes del país, y protagonista de una fuga adelante tras haber avivado,
urgido y excitado estos, más allá de sus
propias previsiones. Y por ello viéndose sin excusa en la necesidad de darle forma
institucional. Aunque sepa que tal acción no solo es utópica sino inviable. Y
no solo por la torpeza empecinada que comparte con el interlocutor de La
Moncloa, sino por causas exógenas. Cerca está el ejemplo de Escocia, la postura
de la UE, de organismos económicos y empresariales, así como la previsible retracción de muchos afines,
que llegado el momento sientan el vértigo de la urna. Algo, el derecho a
decidir, que no hubiera nunca haberse
impedido tras buscar el acomodo legal a ello. El temor a las urnas solo es la
muestra de la inmadurez democrática de quienes se aferran a la norma y a las
prohibiciones en olvido suicida de que no hay más razón que el respeto a la
opinión ajena en aquello que le afecta. Y que es el argumento más sólido y
permanente.
Toda
la batería de actuaciones propuestas desde el Palau de la Generalitat es apenas
un vodevil del desatino de la desesperación de quien se ve reducido a enfilar
el callejón sin salida que se labró a pulso desde el error de cálculo y
estrategia.
Ni
la gallardía ardorosa de Companys ni los
bigotes del alocado Maciá que acaparaban afectos de muchos, acompañan en sus
movimientos rocambolescos a Más. Se enfrenta a la soledad absoluta, al abandono
indisimulado, el desmoronamiento de un partido, y a dejar como legado un cenagal
complejo de resolver por los sentimientos exaltados con excesiva inconsciencia
y la manifiesta estupidez del centralismo
cerril del “Cazalla party” y sus influyentes miembros en la cúpula popular. Por
cierto no deja de ser botón de muestra deleznable el comentario del botarate
procaz y etílico, Miguel Ángel Rodríguez, portavoz del gobierno de aquel Sr.
Aznar que en la intimidad hablaba catalán, sobre fusilamientos, regodeándose de ello en el aniversario del
asesinato del Sr. Companys…
Es
hora de que alguien convoque al sentido común y al entendimiento… Si alguien no
lo hará, es el Jefe del Estado. Como es bien sabido, ni está ni se le espera…
Antonio Campos Romay
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