domingo, 19 de abril de 2015

La pena por haber pecado



Cuando yo era niño me tomaba muy serio la confesión al sacerdote de todo aquello que se consideraba pecado por el temor que tenía a la condenación eterna. Con tanta minuciosidad relataba mis pecados (normalmente elegía confesores distintos) que el cura me solía mandar parar ante el sinnúmero de trastadas cometidas. 
 
A mediados de los años noventa me lamenté en una ocasión ante un diputado socialista, que había sido también concejal del Ayuntamiento de Vigo, por los casos de corrupción en los que el Partido Socialista había incurrido, a lo que dicho personaje me contestó: ¿Qué corrupción? Era la consigna que se les había dado a todos: que negasen la mayor. 
 
Recuerdo el caso de la financiación ilegal del Partido Socialista, los delitos cometidos por el delegado del gobierno en Euskadi y del gobernador civil de Guipúzcoa en la lucha contra ETA, los casos Urralburu y Otano en Navarra, algunos casos más o menos graves en la Presidencia de Puertos, el caso Extraco en Galicia, el de algunos socialistas en Ibiza (corrupción urbanística), el caso Unión en Lanzarote, la “operación Pretoria” en Cataluña, un delito electoral en Melilla, el “chivatazo a ETA” y quizá el más importante de todos (aparte multitud de casos de corrupción en Ayuntamientos y Diputaciones) de los expedientes de regulación de empleo en Andalucía. Sindicalistas del PSOE enriquecidos sin cuento, consejeros de empresas públicas y privadas cobrando rentas ilícitas, otros contribuyendo a hundir entidades financieras por no tener ni idea, con el solo objeto de obtener un pingüe sueldo e influencia social, alcaldes que calificaron terrenos para contentar a este o aquel especulador y obtener, de esta forma, algún tipo de financiación deplorable. No he querido ser exhaustivo. 
 
Son los pecados del Partido Socialista (y no me refiero al caso GAL porque se hizo mucho para su eliminación) que ahora le impiden tener un discurso libre de culpas ante la enormidad de la corrupción en el Partido Popular.
 
¿Qué sería si el Partido Socialista hubiese sido fiel a la ética centenaria de los que creyeron en el proyecto regenerador de sus fundadores, de los que dieron su vida por el ideal, de los que sirven como referencia para seguir teniéndolo como una opción necesaria en el país? Pues que ahora se encontraría reforzadísimo ante la legión de delincuentes que gobiernan desde España hasta el Ayuntamiento más pequeño. El Partido Popular, en mi opinión, nació para defender los intereses de las clases pudientes y de la España tradicional, pero para eso consideró que los métodos no tenían límite: el ya fallecido Fraga sabía muy bien que este había sido el comportamiento de las derechas en todos los tiempos; falseando elecciones, comprando voluntades, por medio de la coacción y el delito, contando con la colaboración de policías y jueces cuando ello fue posible, teniendo como guardia pretoriana a la patronal y a la banca más corrompidas.
 
Nadie puede pedir que en una familia, máxime si se trata de una tan numerosa como un partido político, no surjan manzanas podridas, pero el Partido Socialista, desde los años noventa, cayó en una pendiente que no era propia de él a lo largo de su dilatada historia. Hubo voces que advirtieron y no fueron escuchadas. Esa pendiente le llevó a varias simas para las que no hay justificación posible y ahora, con justicia aunque algo de oportunismo, se le compara con el Partido Popular en materia de corrupción. Sé que no es lo mismo, pero sé también que este Partido Socialista no es en el que me embarqué con la ilusión de un niño y el empeño de un miliciano.

He pensado que puede que pasen décadas antes de que el Partido Socialista vuelva a pasar de los seis millones de votos en unas elecciones generales. ¿Habrá otras fuerzas políticas que puedan colaborar con él para lo mucho que queda por hacer? Nunca he visto el futuro más incierto.

L. de Guereñu Polán.
 

No hay comentarios: