Cuando yo era niño me tomaba muy serio la
confesión al sacerdote de todo aquello que se consideraba pecado por el temor
que tenía a la condenación eterna. Con tanta minuciosidad relataba mis pecados
(normalmente elegía confesores distintos) que el cura me solía mandar parar
ante el sinnúmero de trastadas cometidas.
A mediados de los años noventa me lamenté en una
ocasión ante un diputado socialista, que había sido también concejal del
Ayuntamiento de Vigo, por los casos de corrupción en los que el Partido
Socialista había incurrido, a lo que dicho personaje me contestó: ¿Qué
corrupción? Era la consigna que se les había dado a todos: que negasen la
mayor.
Recuerdo el caso de la financiación ilegal del
Partido Socialista, los delitos cometidos por el delegado del gobierno en
Euskadi y del gobernador civil de Guipúzcoa en la lucha contra ETA, los casos
Urralburu y Otano en Navarra, algunos casos más o menos graves en la Presidencia de
Puertos, el caso Extraco en Galicia, el de algunos socialistas en Ibiza
(corrupción urbanística), el caso Unión en Lanzarote, la “operación Pretoria”
en Cataluña, un delito electoral en Melilla, el “chivatazo a ETA” y quizá el
más importante de todos (aparte multitud de casos de corrupción en Ayuntamientos
y Diputaciones) de los expedientes de regulación de empleo en Andalucía. Sindicalistas
del PSOE enriquecidos sin cuento, consejeros de empresas públicas y privadas
cobrando rentas ilícitas, otros contribuyendo a hundir entidades financieras
por no tener ni idea, con el solo objeto de obtener un pingüe sueldo e
influencia social, alcaldes que calificaron terrenos para contentar a este o
aquel especulador y obtener, de esta forma, algún tipo de financiación
deplorable. No he querido ser exhaustivo.
Son los pecados del Partido Socialista (y no me
refiero al caso GAL porque se hizo mucho para su eliminación) que ahora le
impiden tener un discurso libre de culpas ante la enormidad de la corrupción en
el Partido Popular.
¿Qué sería si el Partido Socialista hubiese sido
fiel a la ética centenaria de los que creyeron en el proyecto regenerador de
sus fundadores, de los que dieron su vida por el ideal, de los que sirven como
referencia para seguir teniéndolo como una opción necesaria en el país? Pues
que ahora se encontraría reforzadísimo ante la legión de delincuentes que
gobiernan desde España hasta el Ayuntamiento más pequeño. El Partido Popular,
en mi opinión, nació para defender los intereses de las clases pudientes y de la España tradicional, pero
para eso consideró que los métodos no tenían límite: el ya fallecido Fraga
sabía muy bien que este había sido el comportamiento de las derechas en todos
los tiempos; falseando elecciones, comprando voluntades, por medio de la
coacción y el delito, contando con la colaboración de policías y jueces cuando
ello fue posible, teniendo como guardia pretoriana a la patronal y a la banca
más corrompidas.
Nadie puede pedir que en una familia, máxime si
se trata de una tan numerosa como un partido político, no surjan manzanas podridas,
pero el Partido Socialista, desde los años noventa, cayó en una pendiente que
no era propia de él a lo largo de su dilatada historia. Hubo voces que
advirtieron y no fueron escuchadas. Esa pendiente le llevó a varias simas para
las que no hay justificación posible y ahora, con justicia aunque algo de
oportunismo, se le compara con el Partido Popular en materia de corrupción. Sé
que no es lo mismo, pero sé también que este Partido Socialista no es en el que me embarqué con la ilusión de un niño y el empeño de un
miliciano.
He pensado que puede que pasen décadas antes de que el Partido Socialista vuelva a pasar de los seis millones de votos en unas elecciones generales. ¿Habrá otras fuerzas políticas que puedan colaborar con él para lo mucho que queda por hacer? Nunca he visto el futuro más incierto.
L. de Guereñu Polán.
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