Creo que fue Diodoro quien, en la antigüedad,
describió unas islas cuyas características y localización atribuye a un
mercader árabe llamado Yámbulo: las serpientes eran comestibles, los habitantes
hablaban dos lenguas y, por consiguiente, podían mantener dos conversaciones al
mismo tiempo y otras imaginaciones por el estilo. Hay otras muchas utopías en
la antigüedad que luego se pusieron de moda durante el Renacimiento, inspirando
a Tomás Moro.
Pero hay utopías que son útiles porque mantienen
el ideal de una comunidad en la consecución de una sociedad justa e
igualitaria, mientras que hay otras –lo he leído recientemente- que sirven solo
a “la satisfacción de un complejo psicológico”: este es el caso de la CUP (y podría hacerse
extensivo a ERC y al señor Mas, cuyo partido nunca fue independentista).
Los dirigentes de la CUP debieran saber que la
población catalana –como la europea- no es anticapitalista por la sencilla
razón de que se ha llegado a una estructura de clases en la que hay muchos
propietarios. Ya me gustaría a mí que hubiese más anticapitalista de los que lo
proclaman, que son pocos. Los resultados electorales últimos en Cataluña
también revelan que su sociedad no es anticapitalista: ERC nunca lo fue,
Convergencia está por el capitalismo más duro, lo mismo que Ciudadanos, y la
socialdemocracia no hace ascos al capitalismo, como así mismo Podemos
(“necesitamos a los ricos”).
También está bastante claro –aunque no se pueda
decir la última palabra- que la mayoría de la población catalana no es
independentista, no quiere dar saltos en el vacío y está acomodada a un sistema
que tiene carencias evidentes, pero las cuales afectan solo a una minoría, pues
la clase media no discute el capitalismo. También debieran saber los dirigentes
de la CUP que la
sociedad catalana no está por la desobediencia civil, pues correrían peligro
muchos logros aún dentro del capitalismo. Además, los responsables públicos, si
desobedecen las leyes, incurren en delitos graves por los que han de responder.
Creo que los dirigentes de la CUP –sus votantes son otra
cosa- creen que es posible desobedecer leyes democráticamente aprobadas sin
pagar consecuencia alguna. Es como el huelguista que quiere se le paguen las
jornadas de huelga: si la patronal financia las huelgas, malo. Luego vendría el
victimismo: “se nos persigue y reprime porque desobedecemos leyes injustas…”.
Es curioso que algunos se erijan en decidir que leyes son justas y cuales
injustas, aún sabiendo que estas existen y son las que perpetúan precisamente
el capitalismo.
Los dirigentes de la CUP no deben saber que tienen
votos prestados, se les ha subido el resultado electoral a la cabeza; no deben
saber que mantener esa tensión entre el electorado es suicida, pues cuando
dicho electorado vea que el maximalismo no lleva a ninguna parte, fijará su
atención en otras opciones que tengan los pies en la tierra. Que yo sepa, los
únicos que consiguieron llevar su utopía al poder (no a la realidad) fueron los
comunistas del siglo XX, y ya sabemos en que tipo de dictaduras y crímenes
acabó todo.
A mí me parece bien hacer profesión de fe
anticapitalista, pero como un deseo que, hoy por hoy, es irrealizable. Los
poderes económicos son demasiado fuertes y se encuentran asentados en todas las
instituciones. La sociedad está desideologizada y son pocos los que consideran
que las clases existen y que la oposición entre ellas es irreconciliable. Por
eso el fracaso de los sindicatos (en toda Europa, ya que en el resto del mundo
no existe un sindicalismo fecundo como el que existió aquí durante casi dos
siglos).
Los dirigentes de la CUP tienen dos lenguas y
mantienen dos conversaciones al mismo tiempo, contradictorias entre sí: no
tiene sentido ser anticapitalista y nacionalista en un país como Cataluña (otra
cosa sería el Congo de los años cincuenta pasados). Ser nacionalista es aspirar
a mirarse el ombligo en un mundo cuya economía está globalizada, que no es
utópica sino real y cruel, donde los grandes problemas de la humanidad
(ecología, inmigración, tercer mundo, guerras, islamismo, globalización, corrupción
empresarial y corporativa, populismos…) solo tienen arreglo (si es que lo
tienen) con la colaboración entre pueblos, sin fronteras y sin perder el tiempo
en procesos que tienen los días contados.
L. de Guereñu Polán.
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