Bien es cierto que la mayoría de los españoles han votado a candidaturas distintas de las que dirige el actual Presidente del Gobierno, que con mucho acierto fue calificado por el Secretario de los socialistas de indecente: es difícil encontrar un caso de tanta corrupción, mentira y protección a los delincuentes en la historia reciente de España.
Pero unos cuantos millones de españoles se han
inclinado por el Partido Popular: creo que si dichos votantes viviesen en los
años treinta de siglo pasado, serían los que apoyasen el golpe de estado,
formarían al lado del general Franco y se acomodarían a su régimen (con algunas
excepciones, como es lógico esperar).
Pero lo cierto es que la división de la
izquierda ha vuelto a dar la victoria al partido de la indecencia. Una
izquierda que cada vez es menos lo que ha sido y cada vez es más un conjunto de
personas e ideas volátiles y con poca consistencia. Fijémonos en lo difícil que
es llegar a acuerdos con los seguidores del señor Iglesias, de Compromís, de
Mareas, de Esquerra y de otros grupos que aquí forman coalición electoral con
unos, allí con otros…
No descubro nada si digo que no es posible
gobernar España –con cierta estabilidad- si no se ganan las elecciones en
Cataluña y Madrid (podría añadirse el País Valenciano) y ahí el Partido
Socialista hace tiempo que hace agua. Creo que también hay responsabilidades
por parte del Secretario General, al no haber contribuido, con decisiones
arbitrarias, a unir a los afiliados; me refiero a sus dedazos para poner en las
candidaturas a personas que no han aportado nada (como nada aportó en su día el
señor Garzón, excelente juez pero poco leal en otras lides).
Se van a decir muchas cosas en las próximas
semanas, pero a la postre volvemos a lo de siempre: o un país lo gobierna la
izquierda o lo gobierna la derecha. Cuando escribo esto todavía no sé si será
posible que lo haga una o la otra con ciertas garantías. Pero sí quiero decir
que, contra lo que se predica, a mí me gusta el bipartidismo, más o menos
imperfecto, si esto es lo que quieren los electores, que es lo que han querido
hasta ahora. El bipartidismo por sí mismo no es malo, lo que es malo es tener
corruptos en el sistema, arribistas, malos gestores e irresponsables.
¿Se imaginan ustedes la libertad con la que los
señores González y Zapatero nombraron a sus ministros y la falta de ella si el
señor Sánchez pudiese formar Gobierno? Porque la “cosa” que es Podemos no es un
partido, sino un conglomerado de ellos o de asambleas más o menos confusas.
Exigencias absurdas, problemas de liderazgo, compromisos adquiridos con
regímenes poco recomendables… y el tener que dar contento a toda la
constelación que pulula en torno a esa organización/desorganización.
Pero aquí me interesa insistir en una idea que
creo ha sido un espejismo durante los últimos años: creo que la crisis
económica que ha padecido el mundo –sobre todo el desarrollado- no la ha
sentido la mayor parte de la población, sino solo una parte y además pequeña en
el conjunto. Para el caso de España tengo hechos mis cálculos en unos doce
millones de españoles que, además, ya estaban mal antes de la crisis. Son los
parados, los pensionistas, los autónomos, algunos pequeños empresarios, asalariados
de la empresa privada… Pero el resto no ha sufrido la crisis porque las rentas
en España, desde principios de los años noventa, han ido en aumento aunque se
han ralentizado en los últimos años. Perder poder adquisitivo no es sufrir una
crisis, sino privarse de un consumo tan holgado como el de hace dos o tres
años. La crisis, pues, no ha sido razón suficiente para explicar que vuelva a
ganar la derecha, sino que la izquierda (o la izquierda que representa el
Partido Socialista) ha estado dormida, permitiendo que aparezca otra de
perfiles difusos, populista y sin tradición.
Si gobierna la derecha en España, una vez más,
tendrá que hacerlo pactando muchas cosas, pero teniendo a los grandes poderes
económicos del mundo como testaferros. Si se plantease gobernar la izquierda
(no contemplo otra posibilidad que con el Partido Socialista como hegemónico)
las dificultades –internas y externas- serían tantas que quizá lo hagan
imposible. Lo peor de todo (a falta de comentaristas más sesudos) a la postre,
es que ha vuelto a ganar la indecencia.
L. de Guereñu Polán.
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