Los movimientos sociales, al igual que una reacción química, tienen unos
catalizadores semejantes. Llegan a sorprender los resultados de un estudio
comparativo cuando enfrentamos problemáticas y sucesos contemporáneos con
sucesos acaecidos hace veintidós siglos. Es habitual ver y escuchar en
tertulias políticas a periodistas, economistas, politólogos y sociólogos, pero pocas
veces se ve a especialistas en historia. Será que no se fían de su capacidad de
análisis y los imaginan en otra dimensión, en una torre de marfil leyendo a
Tito Livio o a Plutarco. Simplemente: su opinión no cuenta.
En estos días, en los que mucha gente se pregunta: ¡¿Cómo puede ganar
elecciones el Partido Popular cuando, en teoría, se enfrenta con una sociedad
que se le opone?!, viene al caso echar la vista atrás, a las lecciones que nos
da la historia.
Dentro de esta “oposición” social a las políticas de la derecha, se encontraba
el llamado “Movimiento 15-M”, que dio lugar a Podemos. Pero, curiosamente, el nacimiento
de este movimiento, lejos de perjudicar a la derecha, no ha hecho más que
auparla hasta la mayoría absoluta del 2011 de Rajoy y a la oportunidad de una segunda
vuelta, tras el veto al pacto PSOE-Ciudadanos. Un ex-analista del viejo KGB, opinó
que el “movimiento 15-M” era un movimiento social “de diseño” similar a aquel
que la CIA había montado en la entonces República Socialista de Rumanía para
derrocar el régimen comunista de Chauchescu. Esta es una opinión discutible, y
puede que no fuera el deseo de los votantes de Podemos, pero sí creo que hay
que señalar el flaco favor que le hizo el “movimiento 15-M” y el partido salido
del mismo, a la izquierda y el gran favor que, por la contra, le hizo a la
derecha, algo que parece fuera de toda lógica pero que es muy fácil de
entender.
El “movimiento 15-M” provocó la desmovilización del electorado de
izquierdas en las generales que ganó Rajoy, ya que ese sentimiento de
indignación, de no votar, nunca forma raíces en el electorado de la derecha
constitucional, que no tiene duda alguna sobre si va a votar o no, o a quién.
Esto, acompañado de una ley electoral cuestionable, es lo que deja en manos de
la derecha las mayorías absolutas de los parlamentos.
Pero, para verlo más claro, observemos un ejemplo histórico tomado de la
antigua Roma: los hermanos Gracos, Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio
Graco, que fueron los protagonistas de una serie de hechos trascendentes en la
República romana de la segunda mitad del siglo II a. C.
Tras el asesinato de Tiberio, su hermano Cayo Sempronio Graco, cuestor en Cerdeña, se presenta en Roma para ser elegido
Tribuno de la plebe (cargo elegido por la asamblea de la plebe para defender a
esta, en el Senado, de las arbitrariedades de los poderosos), algo que consigue
en el año 124 a.C. Desde este puesto, propone sus tres grandes leyes
sometiéndolas a votación en 122 a.C: ley agraria (que otorgaba los poderes sobre
la tierra a una comisión de nueva creación), ley frumentaria (que obligaba al
Estado a bajar el precio del cereal) y la relativa a la fundación de colonias.
Estas leyes eran la solución para que el ager publicus (la tierra
pública) dejase de estar dominado por un pequeño número de optimates
(aristócratas) en perjuicio de los pequeños campesinos. Un problema que venía
de antiguo y que no es objeto tratar aquí. Cayo se encuentra, como
anteriormente lo hizo su hermano, con la oposición de los optimates, que
usan esta vez a otro de los tribunos, Marco Livio Druso. La táctica fue
sencilla: proponer medidas todavía más populistas que las de Cayo. Logró
ganarse el favor del pueblo y Cayo Graco no fue reelegido como tribuno. A pesar
de la victoria de Livio Druso, sus propuestas nunca se llevaron a cabo. En los
años sucesivos, las reformas de los hermanos Graco son desmontadas y, a causa
de su impopularidad, una revuelta en el Aventino acaba con la vida de Cayo
Graco. El pueblo dejó que le llenasen la cabeza con quimeras, asestando un
golpe mortal a las tentativas factibles.
Creo que el silogismo ha quedado bien claro. En el
contexto actual, el “movimiento 15-M” provocó la derrota de la izquierda en las
generales del 2011 y el ascenso de la derecha al vender quimeras en vez de
programas sensatos que pudieran defenderse desde los escaños de un Parlamento.
Escaños que, por cierto, pasaron a estar ocupados por mayorías absolutas de la
derecha, con lo que se eliminaba, incluso, el debate. A lo largo de la legislatura
de la “austeridad” mariana, dicho movimiento se transformó en partido, pero el
resultado ha acabado favoreciendo también al PP, beneficiado por la división de
la izquierda y quiméricas líneas rojas.
Como conclusión, todo indica que este movimiento
social, de “diseño” o no, le hace un gran favor al Capital, los representantes
actuales de aquellos especuladores optimates. De ser cierta la opinión
del mencionado ex-analista del viejo KGB, estaría bien claro quién favoreció
este movimiento a través de sus medios de comunicación, en especial desde una cadena supuestamente de izquierdas, pero perteneciente a un grupo mediático de derechas. No obstante, ¿sería esto
posible y que lo hicieran delante de nuestras propias narices? ¿Acaso se
imaginaba el proletariado romano que Livio Druso era un pelele de los optimates?
Claro está que es más que posible que este favor lo hagan de forma
inconsciente. La Historia nos da entender qué es lo que puede y no puede
ocurrir, y en esto los historiadores golean sin misericordia a periodistas,
economistas y sociólogos, con sus números y estadísticas. Una vez más viene a
mi mente aquello de que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en
la misma piedra”.
Zoe Leiro
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