jueves, 1 de septiembre de 2016

"La madre de todas las batallas"



Cuando el dictador Sadam Husein se refirió a la guerra contra la invasión de su país por parte de una coalición encabezada por Estados Unidos como “la madre de todas las batallas” debía de saber de qué hablaba, aunque probablemente no sospechase que él sería arrastrado en ella. Los aliados occidentales –entre los que por desgracia estuvo España- ignoraban las consecuencias de aquella invasión porque sus servicios de inteligencia y sus gobiernos no entendían nada del complejo entramado que hoy conocemos de lo que es el mundo islámico, más concretamente el árabe.

Véase como la crisis con Irán se solucionó por la vía diplomática (con otro presidente en Estados Unidos) y como la violación del derecho internacional se permite en los casos de Israel y Rusia (por poner dos ejemplos antitéticos) en este último con la anexión de Crimea sin que el mundo se haya inmutado. No sabemos si de esta situación se derivarán problemas mayores en el futuro, porque el irredentismo ucraniano también existe.

Irak, “protectorado” británico hasta los años treinta pasados, es el resultado del imperialismo europeo durante un siglo, imperialismo que no cesó en la década citada. Dentro de Irak bullían (y siguen) varias comunidades religiosas (dentro del Islam) además de diferentes formas de concebir el artificial estado: occidentalistas, orientalistas, pacifistas, belicistas, y las lógicas diferencias sociales derivadas del desigual reparto de la riqueza y del usufructo del poder por parte de los miembros (no pocos) del antiguo partido Baaz.

Ahora parece claro que la invasión de Irak por parte del Presidente Bush se hizo, en 2003, por la prisa que tuvo este personaje en dar respuesta al ataque a las torres gemelas de Nueva York menos de dos años antes; pero sin preparación, sin conocimiento, teniendo en contra a buena parte de la opinión pública, a buena parte de los altos funcionarios, ignorando los muchos informes que nadie leyó (hoy se sabe) sobre los riesgos que se corrían con tal invasión. Los resultados nefastos los conocemos hoy bien.

Bien se cuidaron dos viejos países en no participar en dicha invasión: Francia y Alemania, además de otros muchos que conocieron sus opiniones públicas, contrarias a dirimir los problemas como si del lejano oeste se tratase. Las razones que se han dado para la invasión, fundadas en el interés de los grandes capos del petróleo para controlar mediante sus empresas los pozos irakíes, no parecen haber estado en el origen; más bien han sido consecuencia: de paso que se invade el país, hagámonos con su petróleo, dado que la producción debe seguir si no se quiere afectar a los precios en todo el mundo.

“La madre de todas las batallas” no era la que ofreció el régimen de Sadam a la invasión occidental, sino lo que luego vendría: la extensión del terrorismo islamista en todas sus formas, las masacres en África subsahariana y sahariana, la creación del “Estado islámico”, la aparición de grupos opositores a regímenes occidentalistas pero dictatoriales como el de Siria, los ataques indiscriminados en capitales europeas y lo que vendrá.

No podemos saber la fortaleza que tiene el “Estado islámico” en el momento actual, que ha perdido parte de sus recursos y territorios, pero sí sabemos que hay una gran llama encendida en el mundo islámico que no se va a extinguir con la desaparición de tal estado. Sabemos que las relaciones entre ese mundo y el resto están cortadas, que los agravios que han sufrido esos pueblos han sido infinitos, que la invasión de Irak ha reavivado como ninguna otra las ascuas latentes… y todo ello sin dejar de considerar que el mundo occidental, tan pagado de sí mismo, no puede renunciar a sus progresos.

L. de Guereñu Polán.


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