Cuando el dictador
Sadam Husein se refirió a la guerra contra la invasión de su país por parte de
una coalición encabezada por Estados Unidos como “la madre de todas las
batallas” debía de saber de qué hablaba, aunque probablemente no sospechase que
él sería arrastrado en ella. Los aliados occidentales –entre los que por
desgracia estuvo España- ignoraban las consecuencias de aquella invasión porque
sus servicios de inteligencia y sus gobiernos no entendían nada del complejo
entramado que hoy conocemos de lo que es el mundo islámico, más concretamente
el árabe.
Véase como la crisis
con Irán se solucionó por la vía diplomática (con otro presidente en Estados
Unidos) y como la violación del derecho internacional se permite en los casos
de Israel y Rusia (por poner dos ejemplos antitéticos) en este último con la
anexión de Crimea sin que el mundo se haya inmutado. No sabemos si de esta
situación se derivarán problemas mayores en el futuro, porque el irredentismo
ucraniano también existe.
Irak, “protectorado”
británico hasta los años treinta pasados, es el resultado del imperialismo
europeo durante un siglo, imperialismo que no cesó en la década citada. Dentro
de Irak bullían (y siguen) varias comunidades religiosas (dentro del Islam)
además de diferentes formas de concebir el artificial estado: occidentalistas,
orientalistas, pacifistas, belicistas, y las lógicas diferencias sociales
derivadas del desigual reparto de la riqueza y del usufructo del poder por
parte de los miembros (no pocos) del antiguo partido Baaz.
Ahora parece claro
que la invasión de Irak por parte del Presidente Bush se hizo, en 2003, por la
prisa que tuvo este personaje en dar respuesta al ataque a las torres gemelas
de Nueva York menos de dos años antes; pero sin preparación, sin conocimiento,
teniendo en contra a buena parte de la opinión pública, a buena parte de los
altos funcionarios, ignorando los muchos informes que nadie leyó (hoy se sabe)
sobre los riesgos que se corrían con tal invasión. Los resultados nefastos los
conocemos hoy bien.
Bien se cuidaron dos
viejos países en no participar en dicha invasión: Francia y Alemania, además de
otros muchos que conocieron sus opiniones públicas, contrarias a dirimir los
problemas como si del lejano oeste se tratase. Las razones que se han dado para
la invasión, fundadas en el interés de los grandes capos del petróleo para
controlar mediante sus empresas los pozos irakíes, no parecen haber estado en
el origen; más bien han sido consecuencia: de paso que se invade el país,
hagámonos con su petróleo, dado que la producción debe seguir si no se quiere
afectar a los precios en todo el mundo.
“La madre de todas
las batallas” no era la que ofreció el régimen de Sadam a la invasión
occidental, sino lo que luego vendría: la extensión del terrorismo islamista en
todas sus formas, las masacres en África subsahariana y sahariana, la creación
del “Estado islámico”, la aparición de grupos opositores a regímenes
occidentalistas pero dictatoriales como el de Siria, los ataques
indiscriminados en capitales europeas y lo que vendrá.
No podemos saber la
fortaleza que tiene el “Estado islámico” en el momento actual, que ha perdido
parte de sus recursos y territorios, pero sí sabemos que hay una gran llama
encendida en el mundo islámico que no se va a extinguir con la desaparición de
tal estado. Sabemos que las relaciones entre ese mundo y el resto están
cortadas, que los agravios que han sufrido esos pueblos han sido infinitos, que
la invasión de Irak ha reavivado como ninguna otra las ascuas latentes… y todo
ello sin dejar de considerar que el mundo occidental, tan pagado de sí mismo,
no puede renunciar a sus progresos.
L. de Guereñu Polán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario