¿Es imaginable un socialismo que no vaya a la
raíz de los problemas para darles solución? Ya era radical el programa máximo
del Partido Socialista Obrero Español en 1879: “Que esta sociedad es injusta,
porque divide a sus miembros en dos clases desiguales y antagónicas: una la
burguesía, que, poseyendo los instrumentos de trabajo, es la clase dominante;
otra, el proletariado, que, no poseyendo más que su fuerza vital, es la clase
dominada…”. Aún sabiendo que la actual estructura de clases es distinta que en
el siglo XIX, lo esencial no ha cambiado: una inmensa mayoría vive de su
trabajo, aunque muchos de estos son propietarios de algunos bienes, y la
minoría goza del poder económico que la hace poderosa también en la política y
en la sociedad: las grandes corporaciones financieras, industriales y
comerciales.
¿Puede considerarse socialista al señor Macron,
recientemente victorioso en Francia? Él mismo no se define como tal, aunque
haya formado parte de un gobierno nombrado por el señor Hollande. ¿Puede
considerarse socialista el señor Renzi? Nunca hace alusión a ello, pero tanto
sus políticas como sus manifestaciones le definen más como un progresista que
concibe la política para frenar los excesos de la derecha. ¿Es socialista el
señor Blair? Un socialismo descafeinado a partir de los fabianos del siglo XIX,
que aunque tenían mucho de socialistas tenían más de cooperativistas,
filántropos, altruistas y otras cosas por el estilo (lo que no era poco).
El señor González –hoy totalmente
desprestigiado- tomó medidas radicales cuando expropió el complejo RUMASA,
cuando disciplinó al ejército español, cuando hizo la mejor reforma fiscal que
España había conocido en dos siglos o cuando generalizó la sanidad y la educación
sin distinción de ningún tipo, por poner solo algunos ejemplos.
Fue radical el señor Zapatero cuando extendió
los derechos civiles a los homosexuales, cuando hizo aprobar el plan E para
estimular y descentralizar el empleo y la economía… antes de una crisis que,
teniendo su origen fuera de España, contaminó a nuestro país. Durante esa
crisis el señor Zapatero no fue radical, fue condescendiente, no la reconoció,
la gestionó aún peor y no tuvo la altura que sí suelen tener los verdaderos
estadistas.
Fue racial el señor Palme cuando salió
repetidamente a las calles de suecas, siendo ya máximo responsable político,
para pedir dinero a favor de los exiliados españoles, para denunciar las
atrocidades del general Franco, para posicionarse siempre al lado de la Europa progresista y
democrática, contra la democracia cristiana conservadora, contra el liberalismo
inglés y contra los criptofascistas portugueses, italianos, bretones o
españoles.
No fue radical el Partido Socialista Obrero
Español, en cambio, cuando organizó y participó en un levantamiento cívico y
suicida en 1934, con Asturias como epicentro del mismo. Aquello costó vidas por
un lado y otro, desató odios y no se consiguió nada, todo lo contrario (así lo
reconoció Indalecio Prieto a toro pasado, lamentándolo). Ser radical es actuar
conforme a la raíz de los problemas y cuando se desconoce aquella se yerra. Sí
fue radical el Partido Socialista cuando convocó la huelga general de 1917,
porque los productos de primera necesidad, que todo el mundo consumía, se
encarecieron sobremanera por la rapiña de los empresarios españoles, que
hicieron grandes negocios desabasteciendo al país exportando alimentos y productos
industriales a los contendientes en la primera guerra mundial.
Fue radical el señor Borrell cuando no se
anduvo por las ramas y dimitió como candidato a la presidencia del gobierno
ante las fechorías de dos subordinados suyos (lo que asumió como
responsabilidad propia). Fue radical don Demetrio Madrid cuando dio un ejemplo
de honestidad que ha quedado como un hito en el comportamiento de los políticos
de altura. Tenemos muchos ejemplos de radicalidad en el campo del socialismo,
que es todo lo contrario que la verbosidad exuberante, con la que se confunde
aquella frecuentemente.
Durante la
II República española hubo un partido
radical-socialista, así llamado, que solo tenía de radical las formas, pero no
tenía base obrera, estaba formado por pequeño-burgueses cultos y honestos, sin
más. La radicalidad es un bien, la fanfarronería irresponsable un mal, sobre
todo en los asuntos públicos.
L. de Guereñu Polán.
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