lunes, 22 de mayo de 2017

El socialismo, o es radical o no es socialismo



¿Es imaginable un socialismo que no vaya a la raíz de los problemas para darles solución? Ya era radical el programa máximo del Partido Socialista Obrero Español en 1879: “Que esta sociedad es injusta, porque divide a sus miembros en dos clases desiguales y antagónicas: una la burguesía, que, poseyendo los instrumentos de trabajo, es la clase dominante; otra, el proletariado, que, no poseyendo más que su fuerza vital, es la clase dominada…”. Aún sabiendo que la actual estructura de clases es distinta que en el siglo XIX, lo esencial no ha cambiado: una inmensa mayoría vive de su trabajo, aunque muchos de estos son propietarios de algunos bienes, y la minoría goza del poder económico que la hace poderosa también en la política y en la sociedad: las grandes corporaciones financieras, industriales y comerciales.

¿Puede considerarse socialista al señor Macron, recientemente victorioso en Francia? Él mismo no se define como tal, aunque haya formado parte de un gobierno nombrado por el señor Hollande. ¿Puede considerarse socialista el señor Renzi? Nunca hace alusión a ello, pero tanto sus políticas como sus manifestaciones le definen más como un progresista que concibe la política para frenar los excesos de la derecha. ¿Es socialista el señor Blair? Un socialismo descafeinado a partir de los fabianos del siglo XIX, que aunque tenían mucho de socialistas tenían más de cooperativistas, filántropos, altruistas y otras cosas por el estilo (lo que no era poco).

El señor González –hoy totalmente desprestigiado- tomó medidas radicales cuando expropió el complejo RUMASA, cuando disciplinó al ejército español, cuando hizo la mejor reforma fiscal que España había conocido en dos siglos o cuando generalizó la sanidad y la educación sin distinción de ningún tipo, por poner solo algunos ejemplos.

Fue radical el señor Zapatero cuando extendió los derechos civiles a los homosexuales, cuando hizo aprobar el plan E para estimular y descentralizar el empleo y la economía… antes de una crisis que, teniendo su origen fuera de España, contaminó a nuestro país. Durante esa crisis el señor Zapatero no fue radical, fue condescendiente, no la reconoció, la gestionó aún peor y no tuvo la altura que sí suelen tener los verdaderos estadistas.

Fue racial el señor Palme cuando salió repetidamente a las calles de suecas, siendo ya máximo responsable político, para pedir dinero a favor de los exiliados españoles, para denunciar las atrocidades del general Franco, para posicionarse siempre al lado de la Europa progresista y democrática, contra la democracia cristiana conservadora, contra el liberalismo inglés y contra los criptofascistas portugueses, italianos, bretones o españoles.

No fue radical el Partido Socialista Obrero Español, en cambio, cuando organizó y participó en un levantamiento cívico y suicida en 1934, con Asturias como epicentro del mismo. Aquello costó vidas por un lado y otro, desató odios y no se consiguió nada, todo lo contrario (así lo reconoció Indalecio Prieto a toro pasado, lamentándolo). Ser radical es actuar conforme a la raíz de los problemas y cuando se desconoce aquella se yerra. Sí fue radical el Partido Socialista cuando convocó la huelga general de 1917, porque los productos de primera necesidad, que todo el mundo consumía, se encarecieron sobremanera por la rapiña de los empresarios españoles, que hicieron grandes negocios desabasteciendo al país exportando alimentos y productos industriales a los contendientes en la primera guerra mundial.

Fue radical el señor Borrell cuando no se anduvo por las ramas y dimitió como candidato a la presidencia del gobierno ante las fechorías de dos subordinados suyos (lo que asumió como responsabilidad propia). Fue radical don Demetrio Madrid cuando dio un ejemplo de honestidad que ha quedado como un hito en el comportamiento de los políticos de altura. Tenemos muchos ejemplos de radicalidad en el campo del socialismo, que es todo lo contrario que la verbosidad exuberante, con la que se confunde aquella frecuentemente.

Durante la II República española hubo un partido radical-socialista, así llamado, que solo tenía de radical las formas, pero no tenía base obrera, estaba formado por pequeño-burgueses cultos y honestos, sin más. La radicalidad es un bien, la fanfarronería irresponsable un mal, sobre todo en los asuntos públicos. 

L. de Guereñu Polán.


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