martes, 3 de octubre de 2017

EL INCENDIO CATALÁN



Aunque el problema catalán es sumamente complejo y lleno de aristas (se han dedicado libros a su estudio, por lo visto sin grandes éxitos), aportaré mi modesta opinión, que se podría resumir en la frase de Sartre: “el infierno son los otros”.

El 1 de octubre muchos nos planteamos la pregunta ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y aunque la respuesta radica en múltiples factores, destacaré dos que han podido actuar de triangulo de combustión (modelo que explica la generación de un fuego), siendo la carga policial del día del referendo la energía de activación que faltaba para declarar el incendio:

1. La narrativa que ha ido creando el nacionalismo catalán a lo largo de los años. En mi última estancia en Barcelona pude comprobar, con verdadera preocupación, como se aleccionaba a la gente con falsedades históricas y posverdades (también denominadas mentiras emotivas porque se aceptan por ser favorables a quien se las quiere creer) a través de los medios de comunicación catalanes. Pero también en las visitas a monumentos, en los que se hablaba del reino "catalano-aragones", que nunca existió, generando un cuento ficticio paralelo a la realidad. Incluso pude ver, en el castillo de Montjuïc, un documental donde se narraba, con una gran carga dramática y clara intención de generar odio hacia lo español, los bombardeos indiscriminados de Barcelona por parte de los opresores españoles, que disparaban contra los ciudadanos desarmados. No quiero pensar lo que se puede estar enseñando en las escuelas. Este plan de adoctrinamiento ha ido moldeando una generación de ciudadanos que se sienten ofendidos y oprimidos por los españoles.

2. Las políticas neoliberales, que nos han llevado a una crisis económica que se ha solucionado a base de recortes y pérdida de derechos fundamentales, sin querer comprender que se estaba generando una desafección hacia el sistema político y, lo que es peor, hacia la democracia misma. Especialmente entre una generación de jóvenes a los que se les ha birlado su futuro y sólo se les ofrece la frustración de la precariedad laboral, impidiéndoles llevar a cabo un plan de vida digno. Esta es la generación que quiere acabar con el régimen del 78, la que habla de fascismo y represión sin haber padecido nunca lo que ello significa (en un verdadero estado opresor muchos estarían en la cárcel o habrían sido fusilados, el señor Rufián el primero, por mucho menos). Los resultados electorales de los últimos años en Europa son un claro ejemplo de cómo se ha estado alimentando al monstruo por parte de los políticos que dirigían los hilos de Europa. Como siempre, nadie ha tomado lecciones de historia. Ahora, como sucedió tras el crack del 29, una crisis económica y la mala resolución de ésta, ha encendido otra vez la llama de los nacionalismos y los fascismos. Han vuelto los discursos de "nos roban", que en otros tiempos se dirigieron a franceses o judíos, han vuelto los sentimientos tribales, ha vuelto la desafección democrática, porque los ciudadanos se sienten abandonados y traicionados por sus clases dirigentes. Unas clases dirigentes corruptas, lo que los empuja a buscar otras salidas como la ultraderecha o cualquier opción política que les anuncie el paraíso. Las políticas neoliberales han asfixiado tanto a los ciudadanos que estos están dispuestos a saltar por el precipicio. Así llegó el Brexit, los mal llamados populismos, Trump, el ascenso de los partidos neonazis y la caída de la socialdemocracia con piel de lobo... o el conflicto catalán. Los dirigentes europeos no han parado de alimentar a la bestia, y lo peor es que lo siguen haciendo.

Y así llegamos al problema en cuestión, de imposible resolución, pues resulta que los dos únicos partidos con capacidad política de solucionar la crisis catalana son el problema, quienes lo han generado. Dos partidos nacionalistas con ideología y prácticas similares, liberales, corruptos y dispuestos a todo por mantenerse en el poder; que lo mismo pactan la mesa del Congreso o la ley de la estiba, como se niegan a hablar entre ellos. Dos partidos a los que la confrontación entre ciudadanos les favorece. Y ya se sabe que cuando caen las bombas no se escucha ni se ve nada. Por ello, este enfrentamiento entre sordos tiene ya difícil solución y quienes pudieron evitarlo nunca quisieron solucionarlo. De un lado el PP se cargó años de tranquilidad al denunciar y tumbar el Estatuto de
autonomía que habían aprobado todos los catalanes en el 2006 (pese a que no distaba mucho del andaluz), y que había contado hasta con el apoyo del Congreso. Y por otro la antigua CIU que se echó al monte cuando la corrupción y su mala gestión amenazaba con alejarles del poder, creando un enemigo exterior (táctica que siempre funciona) y una cortina de humo que impidiera ver que eran el sujeto del fracaso de la situación social catalana (privatización de la sanidad y los servicios públicos, aumento de la deuda, prácticas caciquiles y mafiosas, el 3%...). Si bien es cierto que las políticas de recortes del PP alimentó aún más el discurso independentista.

Llegados hasta aquí, creo que ha sido un error no dejar celebrar la consulta; hasta tengo mis dudas de si la habrían hecho de habérselo permitido, ya que pienso que todo ha sido una pantomima muy bien coordinada para despertar el sentimiento antiespañol en la ciudadanía catalana. Incluso no haberla hecho hace años, cuando el independentismo era infinitamente menor, pues lo único que se ha conseguido ahora es lo que los secesionistas querían, alimentar su relato de víctimas. Hay que reconocer que el Gobierno les ha regalado todo un espectáculo.
 
Para vencer esa falsa narrativa los catalanes tenían que haber podido dar su opinión, ya que si el referendo hubiera sido legal y los del NO hubieran votado abiertamente y con garantías, igual el resultado habría zanjado el problema por unas cuantas generaciones. Y en caso de que hubiera salido el sí, habría dos opciones (en las que el Estado no aparecería ya como opresor, si no como dialogante y defensor de la democracia):

1. Dialogar una fórmula para apaciguar el problema habiendo escuchado al pueblo catalán, pero dejando claro que el modelo de solidaridad entre regiones no se puede romper y que la independencia no es una vía posible en las actuales circunstancias legales y constitucionales. Por lo que los secesionistas tendrían que convencer al Congreso (al pueblo español) del cambio constitucional, incluso de la obligación de hacer un referendo en el que dicha independencia debería ser aprobada por todos los ciudadanos españoles (a los que les afecta dicha decisión).

2. Permitir la independencia tras un nuevo referendo de ruptura, pero eso sí, informando del coste real que ello va a tener a los catalanes (salida de la Unión Europea, pago de la deuda con el Estado español, déficit económico para pagar la deuda externa, las pensiones y los servicios públicos, recesión, imposibilidad de jugar competiciones oficiales fuera de Cataluña, aranceles fronterizos, fuga de empresas, pérdida de mercado, etc.). Probablemente muchos catalanes se negarán a ver la realidad hasta que los enfrenten a ella.

En cualquier caso, puede que al final nadie gane y todos salgamos perdiendo, porque si Cataluña abandona España se empobrecerá con toda seguridad, pero también empobrecerá a
regiones como Galicia, deficitarias (entre otras cosas porque muchas empresas que producen aquí tributan allá, como en el caso de alguna empresa energética o, sin ir más lejos, el parking de la Plaza de Galicia en Santiago de Compostela). El economista Santiago Lago ya le ha puesto números al coste que la independencia catalana tendría para Galicia: 1.000 millones de euros al año. Y en caso de que finalmente se acepte el chantaje de las oligarquías catalanas para mantenerse en el machito (darles el control económico y judicial para que puedan hacer y deshacer a gusto), otras comunidades sufriremos los recortes de esa insolidaridad. Porque al final todo se trata de eso, de la insolidaridad por parte de todos.

En un mundo global, en el que la clase trabajadora debería luchar por el reparto solidario de la riqueza, andamos a vueltas con la tribu, siguiéndole el juego a las derechas nacionalistas, embobados con los colorines de las banderas y apoyando huelgas patronales. Lo tenían más claro las organizaciones obreras en los años 30, cuando les decían a los señoritos: "eso del nacionalismo nos parece bien, pero primero dennos una vida digna".

Y yo que siempre me consideré un ciudadano del mundo... que necesario es viajar.


Guillerme Pérez Agulla

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