Tengo para mí que los hasta hace
poco miembros del Gobierno catalán querían ser encarcelados (y sabían que
ocurriría) para de esa forma rematar su desafío a la ley y al Estado, y de paso
intentar rentabilizar electoralmente este hecho de acuerdo con la lógica
victimista ya grabada en muchas conciencias catalanas; lo de la huída a
Bruselas es ya otra cosa, una salida personal de unos pocos al margen del
resto. Tengo par mí también que eso del diálogo que tanto se ha repetido no
sirve para nada si no va acompañado de la exigencia de razonar; solo con el
sentimiento no vale, porque unos tendrán un sentimiento y otros no. En cambio,
si hay que razonar, la cosa ya cambia: el que no razone pierde toda
legitimidad.
¿Puede alguien decir que es lícito
saltarse la ley? ¿Puede alguien decir que no aceptó el artículo 155 de la
Constitución cuando juró o prometió dicha Constitución? Los españoles lo
hicimos en 1978. Nadie puede decir “yo acepto la Constitución pero no este o
aquel artículo…”. ¿Puede alguien defender que quien no esté facultado para
convocar un referéndum lo pueda hacer? Porque si no se está de acuerdo en la
respuesta que sea razonable a estas cuestiones no vale la pena seguir
“dialogando” (es sabido que hay diálogos de sordos).
Lo grave en el asunto catalán es
que no se quiere razonar al menos por una parte: se alude a que el Gobierno
español no fue sensible a los deseos de una parte importante de los catalanes
(lo cual es verdad), se alude a que si el único que puede convocar un
referéndum no lo hace lo harán otros y se alude a que el sentimiento independentista
es sagrado y por muchas razones que se intenten oponer a esto no se les hacen
caso. Una pretendida mayoría independentista en Cataluña, por otra parte, no
está constrastada; muy al contrario, en las últimas elecciones con garantías y
legales la mayoría de los catalanes que votaron lo hicieron a partidos no
independentistas.
Otra negación de la razón es que en
España no hay división de poderes, y que fiscales y jueces están al servicio
del Gobierno, lo que no tiene sentido porque los propios independentistas
recurren a los tribunales españoles cuando ven lesionados sus derechos. Si el
Tribunal Constitucional no hubiese aceptado los alegatos del Partido Popular
contra el Estatuto de Cataluña ¿no se habría producido el incendio independentista?
Creo que aquello fue una excusa y la hoja de ruta ya estaba trazada por el
irresponsable señor Mas. Si el Gobierno hubiese aceptado las propuestas
financieras del señor Mas ¿no habría habido incendio? Creo que nada tiene que
ver una cosa y la otra, la hoja de ruta ya estaba trazada… entre otras cosas
porque se pretendía salvar de la justicia española a no pocos miembros de
Convergència y, en primer lugar, al muy desvergonzado señor Pujol y familia.
El señor Tardá, diputado en Cortes
y miembro de Esquerra, dijo desde la tribuna del Congreso que el Parlamento de
Cataluña había “forzado” el reglamento para sacar adelante ciertas iniciativas
que, por otra parte, han resultado ilegales al ser anuladas por el Tribunal
Constitucional. Pues bien, aquel reconocimiento ya es algo, ya es razonar, por
ahí se podría empezar.
Mentir es todo lo contrario a
razonar: decir que una Cataluña independiente permanecería en la Unión Europea,
que no habría fuga de empresas, que el nuevo estado sería reconocido
internacionalmente, que se dan las condiciones para una acción revolucionaria…
todo ello son mentiras que van bien para encender o mantener vivos los
sentimientos, pero a medio plazo se revela negativo. Recuerdo a una diputada nacionalista,
estos días, en medio de sollozos, decir “tornarem, vencerem…” revela que, o se
ignoraba lo que es un estado o se tiene la razón tan atrofiada que se esperaba
facilidad para el proceso independentista. Todo lo contrario de razonar.
Desde el 21 de diciembre próximo
será muy difícil gobernar Cataluña sea cual sea el resultado, pero dos
cosas deben quedar claras a unos y a otros (en mi opinión): que el acatamiento
de la ley obliga a todos y que la reforma constitucional necesaria ha de hacerse
con la máxima finura, con la máxima generosidad por todas las partes; no
valdrán en esto las palabras gruesas y los maximalismos. Veremos si de una vez
todos estamos a la altura y razonamos (más que lloriquear o dar voces sin
sentido), veremos si la derecha anticatalanista acepta que existe una
importante masa de población en Cataluña que desea la independencia para esa
comunidad, y veremos si esa masa independentista y sus dirigentes se comportan
civilizadamente, sin incendios, para seguir luchando, dentro de la ley, por
aquello en lo que creen, pero con razones…
L. de Guereñu Polán.
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