lunes, 5 de febrero de 2018

ME GUSTA ESPAÑA, (la de Machado), la de “LA RABIA Y DE LA IDEA”…



España es un país rico en historia, con un brillante siglo de oro de sus letras, suculento en jaculatorias tridentinas, las más de las ocasiones pobre como las ratas y casi siempre escaso de cohesión social. Bordeando con frecuencia desastres históricos cuya razón no está muy lejos de su escasa entidad cívica y política. Arrastra una quiebra demográfica a la que no es ajena la raquítica capacidad de oferta de estabilidad a los segmentos de población en edad fértil o por la salida al exterior en busca de oportunidades  de miembros de ese mismo colectivo social. Algo no nuevo, que tiene antecedentes en los siglos XV, XVI y XVII especialmente por la desertización derivada de la más que dudosa, en orden a sus frutos, “epopeya americana” y las sangrías interminables de las guerras religioso-imperiales en Europa a las que nos arrastraba la dinastía de los Austrias, en las que nuestro interés como país sería bastante difícil de situar.
A lo largo de siglos, las clases dirigentes con obscena desvergüenza se adueñaron de los intereses del Estado identificándolos con su avaricia y latrocinio. Se apoderaron de las principales fuentes de riqueza para satisfacer sus ambiciones. Al tiempo gorrones improductivos, enrocados en la confesión religiosa imperante y elites de blasones deslucidos, fueron un brutal peso muerto parasitando la economía. El proyecto de conformar una idea común de convivencia  se vio afectado por la torpeza histórica de anteponer una unidad a machamartillo frente a la armonización racional de unos territorios con características, morfología y origen perfectamente diferenciados, trastocando la pluralidad sistémica en férreo unitarismo, acentuado a partir del siglo XVIII con la presencia borbónica y la influencia del criterio administrativista galo.   
Hemos sido víctimas de una  demoledora dependencia tecnológica externa ante la incuria de los poderes públicos en la materia, manifestada incluso  con inculta suficiencia. Y no menos infecundo fue el desolado abandono del mundo académico y la atención a las no pocas privilegiadas mentes de científicos e investigadores nativos, que aún hoy es fácil hallar ejemplos. La ciencia y la tecnología se convirtieron a lo largo de la historia en realidad marginal del contexto organizativo español, (que inventen ellos…). Con ello  se impidió la implementación de las bases  sólidas para conformar a la par que un estado moderno, competitivo y democrático, provocando con ello que las instituciones estuviesen viciadas por un orden económico favorecedor de injusticias y tensiones sociales solo solapadas por cortas bonanzas que velaban una realidad desoladora.
No es mirando hacia atrás como se afrontan los temas, aunque las miradas retrospectivas sean indispensables. Nuestra realidad como país ha sido falseada de forma reiterada, en una caricatura  al servicio del imaginario y sustrato ideológico prevalente en cada momento histórico siendo el más claro ejemplo, quizás por más próximo, el periodo franquista. Se enmascaró la realidad fraguando eslóganes demagógicos para emular presunta realidades… por vía de ejemplo, “España es diferente”, algo que pudiera tener cierto eco en “la marca España”. Por desgracia el tardofranquismo aun retroalimenta algunos colectivos y contamina la ideología y retórica de alguna formación política actual.
La reconstrucción de España, necesitada de la potente oxigenación de un indispensable periodo constituyente, pasa por solventar la crisis general de confianza desatada por el colapso económico producto de la “Gran Estafa” (eso que llaman crisis), la quiebra moral  que representa la metástasis de la corrupción en el tejido institucional y la volatilidad del sentimiento de pertenencia. Es la voluntad ciudadana quien ha de producir y conformar un espacio de libertad y legitimidad democrática en el marco armonizado de territorios constituidos en común desde el respeto a su identidad. Un esfuerzo enorme y generoso, que cancelando definitivamente el pasado próximo, con sus sevicias y arbitrariedades, zanje el concepto patrimonial sustituido por el concepto soberanía ciudadana. Una tarea que debe abordarse sin prejuicios ni mordazas fácticas, sino desde la respuesta a las necesidades ciudadanas y al sentido común.
Es un reto para la ciudadanía en general y para sus sectores más lúcidos, que desde cauces progresistas y democráticos sean capaces con su dinámica y pedagogía socializar la voluntad de saneamiento moral y dignificación de las instituciones vehiculando la recuperación de la soberanía política de la ciudadanía, a la par que la económica y financiera reposicionándonos en el espacio geográfico europeo compartido, como adalides de la Europa de los ciudadanos.  
Un reto que por su envergadura a de estar está por encima de intereses partidistas particulares, o del síndrome de galgos y podencos entre aquellas formaciones que están llamados a transformar el panorama político en aras de del interés del común.
 La “Gran Estafa” debe ser el detonante tanto de la fortaleza popular, como del despertar de una  formación que durante casi siglo y medio ha sido la voz de solidaridad y justicia social. Y también el final de “la monarquía consentida”, terminó acuñado con sumo acierto en Argentina,  tras la caída del presidente Sr. Juárez Celman, concuñado y sucesor del todopoderoso general D. Julio Roca y lo que representaba, consecuencia de la crisis económica del 1890.
 Antonio Campos Romay*

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento gallego.

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