martes, 30 de octubre de 2018

Roma veduta, fede perduta


Allá por mis treinta años me encontraba haciendo un trabajo sobre la antigua provincia de Tui, para el que las principales fuentes estaban en los archivos parroquiales. Como unos curas me facilitaban la consulta pero otros no, recurrí al obispo para que diese instrucción a los renuentes de que, siendo mis intenciones no pecaminosas, me facilitasen las consultas. El obispo me dio una nota en la que decía que por su parte “no hay inconveniente” en que los señores párrocos me permitiesen consultar los fondos. A nadie se le escapa que no es lo mismo una instrucción –lo que yo pedía- que una nota en la que se daba a entender al cura en cada caso que hiciese lo que le viniese en gana (“Roma veduta, fede perduta”). Así fue, teniendo que esperar a que los archivos parroquiales pasasen al Diocesano de Tui, donde sí pude seguir mi trabajo.

De igual manera, el intento del Gobierno español de buscar la complicidad de la Iglesia para exhumar los restos de Franco en lugar apropiado al interés público, va a contar con no pocos problemas, porque la jerarquía católica, que se ha pasado veinte siglos mirándose el ombligo, encerrada en sí misma como está, no va a dar un paso que la comprometa, ni legal ni políticamente.

Es evidente la conciencia general en España de que los restos de Franco no pueden estar en lugar prominente porque se trata de un dictador que ha violado durante casi cuarenta años los más elementales derechos de sus compatriotas (crímenes aparte). Incluso muchos católicos, que lo son más sociológicamente que como miembros de una Iglesia, son partidarios de que el lugar de la segunda inhumación sea discreto, es decir, no ofensivo ni escandaloso.

El Papa no va a entrar en este asunto –menor para su magisterio- ni que el Jefe del Estado español se lo pidiese formalmente, lo que el Gobierno no va a hacer para no comprometerle. La Iglesia, históricamente, ha actuado de forma muy política según sus intereses: a un papa beligerante ha sucedido otro conciliador y al revés; a un papa “social” como León XIII ha sucedido otro reaccionario (Pio X), a uno modernizador (Pablo VI) sucedió otro conservador (Juan Pablo II); ya verán cómo tras el papa Francisco viene otro que rebaja su tono “progresista”. Incluso se han ido turnando, según las conveniencias, los papas pastores con los políticos, los diplomáticos y los teólogos.

La Iglesia, sobre todo desde que se inventó la diplomacia moderna, es prudente, una prudencia rayana en la hipocresía, porque tiende a no comprometer sus intereses bajo ningún concepto. Es fácil predicar la paz mientras no se lee la cartilla a los países que hacen pingües negocios con el comercio de armas; es fácil predicar la conciliación entre patronos y obreros cuando no se tiene al clero comprometido en los problemas sociales… y así sucesivamente.

En Francia los templos están secularizados desde 1905, por lo que son propiedad de todos los franceses, que los ponen a disposición de las Iglesias para el culto respectivo. Vean lo fácil que tendría el Gobierno español la segunda inhumación de Franco si la catedral de la Almudena, como los demás templos, fueran propiedad de todos los españoles. Pero aquí, como en otros muchos países católicos, la Iglesia ha seguido comportándose, en lo material, como en la Edad Media. Y es curioso que cuando más prestigio universal ha adquirido dicha Iglesia, ha sido cuando perdió sus territorios en Italia, quedando reducidos al Vaticano.

No me doy por enterado de si el arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, es contrario a la inhumación de Franco en la cripta de la catedral de la Almudena; que yo sepa no lo ha dicho en público nunca (y creo que no lo hará), pero es verosímil que no le guste, porque no solo pasa por “progresista” sino que no querrá tener a la extrema derecha de Europa desfilando por su templo (creo que solo durante un breve tiempo). La Iglesia deja que el tiempo pase y la divinidad decida, pues los príncipes de tal institución, aunque están hechos de materia, son partidarios de confiar en el espíritu, que lo soluciona todo.

Haría bien el Gobierno en legislar con puntilloso cuidado sobre este asunto, pues ni la Iglesia ni la favorecida familia del dictador van a colaborar en nada. Y no siendo conveniente cambiar la colaboración de la Iglesia en este caso (lo que no hará) por otras prebendas, el Decreto Ley recientemente aprobado, debiera ser modificado en orden a imponer a la chulesca familia la voluntad del Estado, dentro de la dignidad que el dictador no respetó para nadie.

L. de Guereñu Polán.

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