sábado, 3 de noviembre de 2018

Los dirigentes conservadores españoles


La diferencia entre los dirigentes conservadores españoles en las últimas décadas, y los de otros momentos históricos es notable; no solamente en su capacidad política, sino en sus cualidades intelectuales. Vayamos por partes: el falangista Suárez, que medró en el régimen de Franco a base de serlo, no era un energúmeno como Yagüe o Arrese, sino un funcionario fiel que, encontrándose en la tesitura de tener que pilotar la transición política española a la democracia, tuvo –a mi parecer- un solo pensamiento: cumplir el papel que el rey le había encomendado, que no fue otro que el afianzarle en la Jefatura del Estado mediante las reformas políticas pertinentes. Tuvo el acierto de nombrar ministro de Economía a Fuentes Quintana, que presentó al Parlamento la mejor fórmula de saneamiento económico en una situación de total desorden. La prueba de lo positivo que fue ese instrumento es que lo aprobó todo el arco parlamentario.

Calvo Sotelo no fue sino un nexo entre dos momentos; refinado en las formas pero no un verdadero líder, culto, no se enteró de lo que pasaba a su alrededor hasta que un guardia civil entró en el Congreso pistola en mano. Aznar ha sido, ante todo, un pendenciero y, si algún tribunal internacional le juzgase, probablemente criminal de guerra, pero no ha aportado a España más que crispación, chulería y una buena dosis de corrupción, por activa o por pasiva. M. Rajoy ha sido un político pragmático y con una idea de la función pública que le enseñó Fraga, contando con todo aquel que se arrimase al Partido Popular (antes Alianza Popular) sin preguntarle de donde viene (como en la Legión, donde se concentraban delincuentes de toda laya). No ha tenido empacho en cobrar dinero ilícito y anda riéndose como si tal cosa por España. La obra escrita más notable de M. Rajoy es un artículo donde se defiende la desigualdad social por razones “de estirpe” (Faro de Vigo, 4 de marzo de 1983).

El único que ha escrito libros que merezcan ese nombre ha sido Fraga, tanto de historia como de política y de derecho, no pocos y algunos de verdadero mérito, pero ha sido el mayor cómplice de la dictadura franquista de entre todos, aunque solo sea por razones de edad. “Un movimiento simpático” llamó al levantamiento militar de 1936, el muy golfo.

Pero ninguno de ellos ha llegado a la talla de Cánovas, Silvela, Dato, Polavieja, Maura y otros durante el régimen de la Restauración, como tampoco ninguno de ellos (salvo Fraga) se puede comparar a Gil Robles o a Calvo Sotelo, excelente Ministro de Hacienda este último durante la dictadura de Primo. Gil Robles, además, tenía ideología, lo que no tuvieron ninguno de los dirigentes actuales del Partido Popular, como no sea un vago liberalismo al que algunos hacen alusión sin aportar más. Gil Robles era un cristiano en el sentido político del término, tuvo una destacada actuación en la revista “El Debate” de Herrera y se mantuvo fiel a la República mientras no le arrastraron contra ella los monárquicos de Goicoechea y los militares. También escribió libros que hoy constituyen fuentes fundamentales para el conocimiento de la historia; fue un articulista feraz y un personaje con sentido de estado durante el período de gobierno lerrouxista.

La altura intelectual de Cánovas no la alcanza ninguno de los dirigentes conservadores actuales (entendidos por tales los de 1978 hacia acá), por más que moralmente se sumergiese con gusto en los vicios de su tiempo. La preparación política y administrativa de Maura no la tienen, ni con mucho, los actuales dirigentes conservadores; ninguno ha legislado como el mallorquín, ni ha discurseado como él, ni ha soportado situaciones de dificultad como la de 1909 (salvo Suárez) por poner un solo ejemplo. (Nada digo de Hernández Mancha que, quizá por no tener mancha, fue apartado).

Del actual dirigente del Partido Popular no hay nada que decir porque desmerecería este artículo, ya de por sí modesto en función de su autor: aquel es un astuto político que se ha colado por entre otros de mayor fuste sin haber acreditado siquiera los méritos de los títulos académicos que exhibe. Miente bellacamente por doquier, está exaltado para los peores objetivos, no tiene sentido de estado y su pequeñez es patológica.

¿Qué hemos hecho para merecer esto? Herrera y Rodríguez de Miñón hubiese sido, como ya demostró con la Constitución de 1978, un político de más altura, como igualmente Osorio, Carmen Llorca, López Rodó o Cristóbal Montoro, pero a la cabeza del principal partido conservador español, que está también a la cabeza de la delincuencia, estuvieron los que se citan al principio. Hemos ido a peor.

L. de Guereñu Polán.

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