Creo que cuando se produzcan las
sentencias sobre los políticos catalanes imputados por los actos en los que
incurrieron hace poco más de un año, habrá mucho ruido. Creo también que dichas sentencias serán condenatorias y que,
posiblemente, los afectados recurrirán a tribunales internacionales que forman
parte del ordenamiento judicial español. Y creo por último que, más tarde o más
temprano, el gobierno de que se trate indultará a los condenados siempre que se
den las condiciones para dicho indulto: que lo soliciten los afectados, lo que
según el ordenamiento jurídico español, implica el reconocimiento de la culpa.
Se entrará así, si otros asuntos no enturbian el ambiente, en un nuevo ciclo
político en el que las aspiraciones independentistas de parte de la población
catalana, como parte de la vasca, permanecerán por los cauces lógicos en toda
democracia.
Si todo esto se produce como
pretendo intuir, España habrá superado una grave crisis política e
institucional sin que, como en otras etapas históricas, haya intervenido el
ejército, lo que sí ocurrió repetidamente durante el siglo XIX y durante la tan
alabada II República española. Y esto será así no solo porque ningún partido
español aboga por la intervención del ejército (aparte individualidades
alocadas) sino porque es absolutamente innecesario. Los catalanes de uno y otro
signo, el resto de los españoles de uno y otro signo, lo saben.
Cuando se dieron las
insurrecciones cantonales en no pocas ciudades y villas de España, curiosamente
también durante una república (la primera) el ejército reprimió los
levantamientos siendo presidentes Nicolás Salmerón y luego Emilio Castelar:
Pavía y Martínez Campos ocuparon varias de las ciudades sublevadas. El primero
en Córdoba impidiendo que los cantonalistas declarasen la independencia;
Sevilla fue tomada por asalto; otros cantones como Tarifa y Algeciras cedieron
antes de que el ejército interviniese, pero tras la amenaza de hacerlo a
instancias del Gobierno. El ministro Palanca amenazó con provocar una crisis
ministerial si actuaba el ejército en algunos cantones, particularmente Málaga
y Cartagena, para lo que estaba preparado Pavía. El Presidente Salmerón dimitió
y Pavía entró en Málaga, luego en Cádiz.
Durante la presidencia de
Castelar se decidió aplicar la pena de muerte (era la I República española) y
se reorganizó el cuerpo de artillería, que había disuelto Ruiz Zorrilla.
Cartagena fue derrotada por el marino Lobo y, al dar comienzo el año 1874, por
el general López Domínguez.
La Asociación Internacional de
Trabajadores protestó, algunos de cuyos miembros se habían reunido en Cádiz en
agosto de 1873. Sabido es que el movimiento cantonalista estuvo muy ligado a
reclamaciones de emancipación por parte de las clases trabajadoras, sobre todo
las que se habían organizado bajo inspiración anarquista. Es comprensible que
se intentase aprovechar el régimen republicano, donde la figura de Pi i Margall
permitía suponer cierta condescendencia, para arrancar mejoras sociales… pero
de eso a destruir un país y dividirlo en cantones sin más “lógica” que la
coyuntura política, iba un abismo.
Durante la II República española,
el general Batet consiguió que se rindiese la Generalitat de Companys tras la
declaración por parte del Gobierno del estado de guerra. Se dio entonces una
situación algo parecida a la del 1 de octubre de 1917: los mozos de escuadra se
encontraron entre la espada y la pared ante dos legitimidades posibles. El
general Batet, a quien todos elogian por su destreza, llegó a bombardear el
palacio de la Generalitat… Nada de esto se piensa hoy, por la sencilla razón de
que vivimos otros tiempos, el estado español es más fuerte que durante el siglo
XIX y durante la II República y todos hemos aprendido algo de la historia.
En cuanto a la violencia que
todavía quede por producirse en Cataluña dado el estado de división social
existente, que a nadie le quepa duda de que el único que puede ejercerla
legítimamente es el Estado (otra cosa es la mesura y oportunidad con que lo
haga). A nadie le cabrá duda de esto salvo a los descerebrados o a los que
queden como epígonos de aquellos esforzados anarquistas que, inspirados en los
más nobles ideales de justicia, equivocaron sus métodos, como la historia
también ha demostrado.
L. de Guereñu Polán.
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