sábado, 22 de diciembre de 2018

Reflexiones al finalizar el año


El nacionalismo es un movimiento tan irracional que los no nacionalistas han de poner el doble de racionalidad cuando pretenden llegar a acuerdos con los adeptos del primero. El nacionalismo, constructor de ideales colectivos no basados en la realidad, es un sentimiento, no obedece a razón alguna. De lo contrario no existiría xenofobia, racismo, segregación, sencillamente porque estas actitudes son el resultado de la irracionalidad pasional, no de la reflexión, que fácilmente permite comprender la unidad esencial de los seres humanos.

Cuando dentro de veinte o treinta años, quizá menos, los protagonistas del movimiento independentista catalán se vean, comprenderán que no es exactamente historia lo que hicieron, sino una pérdida más o menos explicable de tiempo. Como ocurre con los ahora veteranos protagonistas del movimiento del 68, que pedían lo imposible y terminaron integrándose en el sistema, incluso algunos aprovechándose de él.

El nacionalismo que se atribuye a un Nkrumah o a un Lumumba no es el que asola ahora a Europa. Los movimientos de aquellos líderes negros estaban inspirados en la liberación de sus pueblos de la opresión y depredación por parte de los estados europeos en plena expansión industrial. Nada menos parecido al nacionalismo croata, catalán o corso, por poner tres ejemplos.

Cuando se habla, en el caso catalán, de la necesidad del diálogo entre las partes, falta añadir algo que el nacionalismo difícilmente puede aportar: razón. Es cierto que el problema radica en que el nacionalismo catalán cuenta con miles y miles de adeptos, algunos incluso dispuestos a casi todo para conseguir sus objetivos, pero lo que no están dispuestos a reconocer esos nacionalistas catalanes es que el problema radica, antes que contra el estado, en el seno de la propia sociedad catalana, tan plural como cualquier otra europea, y por lo tanto donde existen no nacionalistas que se identifican con el concepto de España, su historia y su presente. ¿Entenderá un nacionalista catalán de hoy que el Estado no va a permitir que se vulnere la Constitución? Porque si no lo entiende es que no usa la razón. ¿Entenderá que no hay Estado que permita a la primera de cambio la segregación de una parte de su territorio? Porque si no lo entiende es que no usa la razón. Y así sucesivamente.

En cambio, desde posiciones racionales (dejo a cada cual que incluya aquí a quien considere) sí se puede entender la pretensión de una parte del pueblo catalán a la independencia de Cataluña; otra cosa es que lo considere bueno para el colectivo o incluso viable en el mundo actual. Poner el foco en el caso balcánico es absurdo, pues una segregación de tal magnitud generó más guerra, muerte y xenofobia que otra cosa. Y en otros estados no se dan las condiciones de los Balcanes.

Decir por parte de un nacionalista catalán que no es español es negar la evidencia; podrá decir que no se siente español porque en él se ha operado una transformación sentimental, no racional, que le ha llevado a tal situación. A poco que usase la razón, a poco que meditase y contrastase con otros ese sentimiento, vería que no se borran de un plumazo siglos de historia, instituciones comunes, lenguas y costumbres, religión o descreimiento, geografía y economía. No. Es difícil borrar todo esto de un plumazo… a no ser que se quiera renunciar a la razón y se dé rienda suelta solamente al sentimiento, que chocará una y mil veces con la realidad.

Cataluña, durante siglos, ha servido de articulación a territorios muy diversos de la España que terminó de construirse en el siglo XIX: los antiguos reinos de Valencia, Mallorca, Valencia, así como otros territorios que hoy no forman parte de España tuvieron a Cataluña como centro y argamasa. Incluso cuando a partir del siglo XV los reinos castellanos (entendidos estos en su sentido amplio) se relacionaron con catalanes, aragoneses, valencianos, gascones, navarros y provenzales (¿para qué seguir) Cataluña fue nexo geográfico, pero también económico de todos esos territorios.

Los momentos de sedición catalana respecto del conjunto de España que se dieron en el siglo XVII revelaron lo absurdo de lo que minorías habían pretendido (la unión a Francia) y poco después Cataluña volvió a la monarquía española, que estuvo hecha de familias nobiliarias catalanas y castellanas. Cuando el nacionalismo catalán del siglo XIX se manifestó con toda la fuerza de sus intelectuales, nunca aspiró a la independencia de una realidad construida durante siglos que se llama España. Cataluña y Portugal, en el arcano de los tiempos, formaron parte de Hispania… Pero todo esto no ha de valer a quien en vez de la razón se deja llevar exclusivamente por sus sentimientos.

Cuando he escuchado en más de una ocasión al señor Junqueras decir que Cataluña es “un poble”, nada más lejos de la realidad; Cataluña es un complejo de individuos unidos por instituciones y leyes que ahora se han dado a sí mismos. No hay un pueblo catalán, como no hay un pueblo gallego o canario; hay muchas sensibilidades, muchas personas, divididas por razones de clase (esta sí es una fisura dolorosa) a las que el nacionalismo niega vigencia. Dialogar sí, pero sin razonar no vale para nada; y el nacionalismo, desvestido de otros atributos, no obedece a razón alguna, es puro sentimiento, mudable con los tiempos.

L. de Guereñu Polán.

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