En
Democracia las elecciones deben tener como objetivo conformar un
legislativo y ejecutivo que, reflejando las opiniones mayoritarias de
los ciudadanos, elijan un gobierno y realicen las normas y acciones
necesarias para afrontar sus problemas.
Si
hacemos caso a la media de las encuestas que, día sí y día
también, aparecen en los medios de comunicación nada está decidido
respecto a los resultados de las Elecciones Generales del 28 de abril
de 2019, salvo quizá el primer puesto en esos resultados, vista la
evolución de los pronósticos en los pocos días que van desde la
convocatoria formal de elecciones.
Los
que desde siempre hemos seguido de cerca los procesos electorales,
siempre hemos tenido como referente aclarador lo que las encuestas
del CIS, que adecuadamente cocinadas con los aditivos que los
resultados históricos aportaban, indicaban como resultados más
probables, pero en esta ocasión ni el número de indecisos confesos,
ni los nuevos ingredientes de fuerzas en concurso, y además la
inexplicable estrategia de Podemos, de presentar con nuevos nombres
propios proyectos políticos varios, que intentan vender como
proyecto único, o el oscilante perfil ideológico de Ciudadanos
permiten encontrar referencias válidas, lo que ha hecho que el CIS
opte por trasmitir solo lo que directamente se atreven a contestar
los ciudadanos encuestados. Yo confesando que puedo entender que
dejen la cocina adivinatoria en manos de los expertos augures
sociológicos que para eso cobran de los medios de comunicación y
otros entes, pero que a mí, y a otros como yo, nos estén dejando en
la más atroz incertidumbre, y creo que no es de recibo que los
acreditados profesionales del CIS que tienen entre sus funciones
buscar los medios de análisis más adecuados para manejar datos
estadísticos complejos, nos dejen huérfanos de sus previsiones.
Con
el arranque de los nuevos
dirigentes del PP con un discurso tan radical, más que conservador
retrógrado, y al socaire de las propuestas de FAES, con el acento y
reiteración en el discurso sobre una sola derecha, vislumbré una
operación de alcance, consistente en el trasvase de cuadros,
militantes y votantes desde el PP de Casado a Vox, que, una vez
conseguida una cierta posición de equilibrio, haría inevitable
valorar la alternativa de una fusión en una sola fuerza, homologable
con el francés Frente
Nacional de Le Pen, el
húngaro
Fidesz de Orbán o
el polaco Ley y Justicia de Jarosław
Kaczyński. Operación
que la situación de Andalucía pareció validar y por la que muchas
de las propuestas
electorales, y actos como el de la Plaza de Colón, parecen
apostar. Sin embargo la presencia en el espacio electoral conservador
de una
fuerza como Ciudadanos complica cualquier apuesta, y ello a pesar que
los
cada vez más extraños posicionamientos de sus dirigentes, en
temas muy sensibles del electorado propio de ese espectro ideológico.
Respecto
al PSOE, su situación, además de demostrar el aserto de que nada
desgasta más y mejor cualquier acción de gobierno que a la
oposición, al partir de un suelo de solo 84 escaños, sea cual sea
la evolución, es bastante claro que va a necesitar apoyo externo
para consolidarse en el gobierno, y no está nada claro cual será la
posible factura. Evidentemente
la
factura será menos
elevada en función de en cuantos escaños se aproxime a
los 130 o 140, que podrían permitir gobernar con un solo socio.
Respecto
a los independentistas catalanes, las dificultades del análisis no
surgen de las fuerzas en liza, ERC y
las cambiantes siglas de la antigua CIU, sino de un electorado que
se ha abonado al dicho popular: “los suicidas de vocación no
tienen solución” y de unos dirigentes locales
económicos , sociales y culturales incapaces de comprender el mundo
de la globalización y la soberanía compartida.
Marzo
de 2019
Isidoro
Gracia
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