jueves, 11 de julio de 2019

Cambiar al personal político


España vive, política e institucionalmente, unos años delicados por varios motivos. El más importante es el problema planteado por los independentistas en Cataluña, pero también el derivado del cambio en el sistema de partidos.
A principios del siglo XX el auge de Cataluña llevó a no pocos a considerar que el atraso de España era un lastre para aquella región que, dicho sea de paso, no cuenta con suficientes materias primas. Por eso no fue posible la implantación de una industria siderúrgica que sí tuvo el País Vasco; según algunos historiadores, su industria textil no era competitiva respecto, por ejemplo, a la inglesa, y solo sobrevivió gracias al proteccionismo arancelario. Con un mercado interior que no crecía la expansión industrial se estancaba y por eso se pensó allí que era un inconveniente unir la suerte de Cataluña a la del resto de España. Este análisis no se corresponde con la realidad un siglo más tarde, es decir, en la actualidad.
El otro problema que las encuestas han detectado es el que representan los partidos políticos y sus dirigentes: está entre los primeros. La extrema derecha, que estaba agazapada en el Partido Popular, tiene ahora voz propia; la izquierda se ha dividido más de lo que estaba, porque la pequeña constelación que era IU ha sido sustituida ahora por Podemos. Me ha llamado la atención que en algunos territorios se hagan llamar “los comunes”, que me recuerda a los comunistas pero queriendo evitar este nombre.
Creo que para dar solución a los problemas urgentes que tiene España se hace necesario un cambio de personal en la dirección de los partidos políticos existentes. A nadie se le oculta que sería más fácil formar un gobierno de izquierdas si al frente de Podemos no estuviese el señor Iglesias y su núcleo de adheridos. También sería más posible –ahí está el caso de Castilla-La Mancha- si al frente de Ciudadanos no estuviese el tándem Rivera-Arrimadas y su núcleo de fieles. El señor Sánchez, al frente del Partido Socialista, no anda sobrado de coherencia (la carta de más de sesenta diputados al PP pidiéndole la abstención de este en la investidura es patética) y aquel “no es no”, que dio sus réditos electorales, se vuelve ahora contra el propio Partido Socialista, aunque quepa la disculpa de que el “no” era contra un Presidente del Gobierno corrupto (ahí están los “papeles de Bárcenas").
Tengo la esperanza de que, si tiene que haber nuevas elecciones, la derrota de Podemos y Ciudadanos sea tal (es imposible que el PP, de ser así, baje en apoyos electorales) que haga dimitir a sus dirigentes y se produzca una necesaria renovación en dichos partidos.
Debe tenerse en cuenta que llevamos más de dos meses perdidos con el Parlamento casi cerrado y sin actividad legislativa (la señora Batet no da muestras de agilidad ni cuando no hizo advertencia de que no constasen en acta las alusiones de un diputado a la existencia de presos políticos en España). Estoy incluso dispuesto a reconocer que estuve equivocado cuando aplaudí al señor Sánchez en su fallida batalla contra el señor Rajoy, aunque aquel tuvo la dignidad de dejar el escaño antes que indisciplinarse con su partido, lo que no hicieron otros que ahora andan callados. La dirección del PSOE entonces, una gestora, tuvo razón porque no había salida después de dos elecciones.
Incluso creo que, como la inestabilidad política será la norma en los próximos años, el señor Sánchez –que ya ha rendido servicios inestimables al Partido Socialista a pesar de algunos de sus miembros- no dure mucho al frente del partido ni al frente del Gobierno. No me importaría con tal de que la derecha siga en la oposición, pero con otros dirigentes.
En cuanto al PP, partido que lo justifica todo, incluso la corrupción, no creerá necesario sustituir a su actual presidente, por más torpe que demuestre ser. ¡Qué lástima que el PP no hubiese elegido a un Herrero Rodríguez de Miñón redivivo, por ejemplo! Entonces es muy probable que no andaría enredado con la extrema derecha a la que en toda Europa se le dice “vade retro”.
Ya me gustaría a mí ser como Lucio, el personaje de Apuleyo que, transformado en asno, pudiera ver los entresijos de los enmarañados partidos políticos españoles (los más desprestigiados de la democracia del 78) para, una vez vuelto a mi condición de humano, entender mejor esta pócima que nos dan a beber cada día, sin dar golpe en aquello para lo que se les paga.

L. de Guereñu Polán.

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