España vive, política e institucionalmente, unos años delicados por varios
motivos. El más importante es el problema planteado por los independentistas en
Cataluña, pero también el derivado del cambio en el sistema de partidos.
A principios del siglo XX el auge de Cataluña llevó a no pocos a considerar
que el atraso de España era un lastre para aquella región que, dicho sea de
paso, no cuenta con suficientes materias primas. Por eso no fue posible la
implantación de una industria siderúrgica que sí tuvo el País Vasco; según
algunos historiadores, su industria textil no era competitiva respecto, por
ejemplo, a la inglesa, y solo sobrevivió gracias al proteccionismo arancelario.
Con un mercado interior que no crecía la expansión industrial se estancaba y
por eso se pensó allí que era un inconveniente unir la suerte de Cataluña a la
del resto de España. Este análisis no se corresponde con la realidad un siglo
más tarde, es decir, en la actualidad.
El otro problema que las encuestas han detectado es el que representan los
partidos políticos y sus dirigentes: está entre los primeros. La extrema
derecha, que estaba agazapada en el Partido Popular, tiene ahora voz propia; la
izquierda se ha dividido más de lo que estaba, porque la pequeña constelación
que era IU ha sido sustituida ahora por Podemos. Me ha llamado la atención que
en algunos territorios se hagan llamar “los comunes”, que me recuerda a los
comunistas pero queriendo evitar este nombre.
Creo que para dar solución a los problemas urgentes que tiene España se
hace necesario un cambio de personal en la dirección de los partidos políticos
existentes. A nadie se le oculta que sería más fácil formar un gobierno de
izquierdas si al frente de Podemos no estuviese el señor Iglesias y su núcleo
de adheridos. También sería más posible –ahí está el caso de Castilla-La
Mancha- si al frente de Ciudadanos no estuviese el tándem Rivera-Arrimadas y su
núcleo de fieles. El señor Sánchez, al frente del Partido Socialista, no anda
sobrado de coherencia (la carta de más de sesenta diputados al PP pidiéndole la
abstención de este en la investidura es patética) y aquel “no es no”, que dio
sus réditos electorales, se vuelve ahora contra el propio Partido Socialista,
aunque quepa la disculpa de que el “no” era contra un Presidente del Gobierno
corrupto (ahí están los “papeles de Bárcenas").
Tengo la esperanza de que, si tiene que haber nuevas elecciones, la derrota
de Podemos y Ciudadanos sea tal (es imposible que el PP, de ser así, baje en
apoyos electorales) que haga dimitir a sus dirigentes y se produzca una
necesaria renovación en dichos partidos.
Debe tenerse en cuenta que llevamos más de dos meses perdidos con el
Parlamento casi cerrado y sin actividad legislativa (la señora Batet no da
muestras de agilidad ni cuando no hizo advertencia de que no constasen en acta
las alusiones de un diputado a la existencia de presos políticos en España).
Estoy incluso dispuesto a reconocer que estuve equivocado cuando aplaudí al
señor Sánchez en su fallida batalla contra el señor Rajoy, aunque aquel tuvo la
dignidad de dejar el escaño antes que indisciplinarse con su partido, lo que no
hicieron otros que ahora andan callados. La dirección del PSOE entonces, una gestora,
tuvo razón porque no había salida después de dos elecciones.
Incluso creo que, como la inestabilidad política será la norma en los
próximos años, el señor Sánchez –que ya ha rendido servicios inestimables al
Partido Socialista a pesar de algunos de sus miembros- no dure mucho al frente del partido ni al frente del Gobierno. No me importaría con tal de que la derecha
siga en la oposición, pero con otros dirigentes.
En cuanto al PP, partido que lo justifica todo, incluso la corrupción, no
creerá necesario sustituir a su actual presidente, por más torpe que demuestre
ser. ¡Qué lástima que el PP no hubiese elegido a un Herrero Rodríguez de Miñón redivivo,
por ejemplo! Entonces es muy probable que no andaría enredado con la
extrema derecha a la que en toda Europa se le dice “vade retro”.
Ya me gustaría a mí ser como Lucio, el personaje de Apuleyo que,
transformado en asno, pudiera ver los entresijos de los enmarañados partidos
políticos españoles (los más desprestigiados de la democracia del 78) para, una
vez vuelto a mi condición de humano, entender mejor esta pócima que nos dan a beber cada día, sin dar golpe en aquello para lo que se les paga.
L. de Guereñu Polán.
L. de Guereñu Polán.
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