Quien haya leído los diarios de sesiones
de las Cortes Españolas en diversos períodos de su historia, particularmente
durante el presente régimen político, II República y régimen de la restauración
monárquica, podrá comprobar el grado de mezquindad y de bajeza en que hemos
caído en el presente, incomparable con cualquier otra etapa.
Aquí nos encontramos con una derecha en
decadencia electoral (pero controla la economía del país) subida a la más alta
cima de la ostentación y el descaro. Particularmente es penoso el caso del
señor Rivera, totalmente alocado en una huída hacia adelante ante el goteo de
bajas que sufre en su partido. “La banda”, ha llamado a los supuestos socios
del señor Sánchez en la sesión de investidura de estos días. Ya ha tenido la
calificación que se merece por más de uno de sus antiguos conmilitones.
El señor Casado, que ha cosechado el
peor resultado de la historia de su partido, con excepción de cuando se llamaba
AP y al frente estaba uno de los colaboradores de Franco, no tiene la mínima
humildad, antes bien se presenta ante la opinión pública mintiendo y utilizando
el dolor de las víctimas del terrorismo para intentar réditos electorales.
Dejemos aparte el bajo nivel intelectual de sus intervenciones.
En cuanto al líder de Podemos, o como se
llame, ha venido a la política española a emponzoñarla, y razón tiene el señor
Sánchez con no quererle ver ni en pintura, menos formando parte de un gobierno.
Amenazas, chulerías, inexactitudes, consideraciones bochornosas jalonan sus
intervenciones (quiero recordar aquí lo de “casta” y “cal viva” en pretendidas
acusaciones al Partido Socialista).
El propio señor Sánchez, que tiene que
hacer verdaderos equilibrios para mantener el decoro, incurre en torpezas como
la de autorizar a más de sesenta diputados para que pidan a otros la abstención
en su investidura. ¿No se puede hacer esto desde la tribuna pública?
Al señor Iglesias no le interesa otra
cosa que no sea lo que ya hizo en la Universidad: el activismo de baja estofa,
el matonismo y la sobreactuación en todas cuantas veces interviene. Ese gesto
fingido de enfado, ese rictus de seriedad increíble, esas falsedades sobre lo
que el Partido Socialista ha hecho (bien y mal) a lo largo de los años de la
presente democracia española…
A Iglesias, Rivera, Rufián, Casado y
toda la panoplia de minorías de uno o dos diputados por partido que conforman
el Congreso, no les interesan las pensiones de los eméritos, ni el Pacto de
Toledo, ni la reforma laboral, ni la política de vivienda ni de energía, ni las
cuestiones del medio ambiente, ni la sanidad o la escuela pública, ni la
influencia de España en la paz del mundo, ni las medidas que deben tomarse para
la parte de España que todavía es infecunda, ni tantas cosas que son la esencia
misma de la política. A los mencionados les interesa la bronca, el ser brutos
en la tribuna de oradores, el entrar en espirales inútiles que nada dicen a los
españoles, salvo a unos pocos morbosos.
Unos están por vulnerar la Constitución,
otros por tapar los casos de corrupción, otros por justificar la infamia, otros
allegar a su provincia algún rédito en forma de inversiones (como los
procuradores del franquismo y de la Edad Media, que por eso se llamaban
procuradores). La extrema derecha se frota las manos porque el partido con más
tradición democrática de España tiene enfrente a casi 150 diputados, mientras
los doscientos restantes pierden el tiempo (o se lo hacen perder) con sesiones
interminables para no decir ni hacer nada útil. Vergüenza.
Escribo esto, como es notorio, cuando no
sé el resultado de la sesión de investidura, pero sea cual fuere el mal ya está
hecho. Y si se forma un gobierno de coalición con personas que no tienen ni
idea de cómo funcionan estas cosas en la vieja Europa de las libertades y del
socialismo, nos esperan sobresaltos, ridículos e incertidumbres que la mayoría
de los españoles no merecen.
¿Qué es eso de intentar imponer al
candidato a la presidencia los ministros que ha de nombrar? Es una facultad que
otorga a aquel el artículo 100º de la Constitución. Pero es que quienes la han
combatido hasta antes de ayer, la enarbolan ahora y la vuelven a olvidar cuando
les interesa. Uno quiere ser ministro y para qué es lo de menos, el otro quiere
imponer, un tercero amenaza… Vergüenza.
L. de Guereñu Polán.
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