viernes, 27 de diciembre de 2019

Afanes y errores



En un trabajo de Víctor M. Arbeloa se muestra la pluralidad de ideas sobre el camino a seguir por el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores, tras perder las elecciones en noviembre-diciembre de 1933, justo cuando los anarquistas estaban protagonizando una insurrección en varias partes de España.

El grupo parlamentario socialista había quedado reducido a la mitad que en la anterior legislatura después de que, en la campaña electoral, y aún antes, el presidente del PSOE, Largo Caballero, hubiese anunciado la “revolución social” que consideraba necesario llevar a cabo, a lo que se opuso Julián Besteiro, siendo este derrotado a finales de enero del año 1934. Con Largo estuvieron en esta ocasión los llamados “centristas” e Indalecio Prieto, que no pocas veces se ha arrepentido de sus posiciones iniciales.

A finales de 1933 se concertó en Barcelona un pacto de “Alianza Obrera” entre el Partido Socialista, la Unión General de Trabajadores, la Unió de Rabassaires (que se separó poco después por su vinculación con Esquerra), el Bloque Obrero y Campesino y los sindicatos afectos a Joaquín Maurín, la Federación Sindicalista Libertaria, los Sindicatos de Oposición (así llamados) de Ángel Pestaña, Izquierda Comunista de Andreu Nin y posteriormente, se adhirieron el Partido Comunista de España y el Partit Comunista de Catalunya (septiembre de 1934).

En el seno del Partido Socialista se denostaba la exaltación del nacionalismo que “recibe el nombre de fascismo”, y se consideraba que los problemas sociales no tendrían solución sin una revolución proletaria (así se hablaba). Se acordó entonces por el Partido Socialista la derogación de las leyes represivas que el gobierno conservador pretendía tomar, imposibilitar el desarrollo del nacionalismo fascista, la preparación de una acción revolucionaria para dar “la batalla decisiva” y, cuando fuese posible, establecer la “República Socialista Federal”. Así se hablaba cuando ya se había producido el golpe de Sanjurjo poco más de un año antes, pero sin percibir aún la amenaza militar que luego se materializaría.

Por su parte, la UGT, por medio de su Secretario, Trifón Gómez, mostró sus reticencias a lo acordado en Barcelona por Antonio Olarte, pues el primero expresó que no debían establecerse pactos si no fuesen coyunturales, no por lo tanto a los pactos “estructurados”, como allí se dijo. Olarte trató de explicar que no había un compromiso cerrado por parte de la UGT catalana, pero Trifón no se fió y manifestó que una cosa era mantener relaciones cordiales con otras organizaciones obreras y de izquierdas y otra llegar a acuerdos de continuidad con ellas.

La dirección del PSOE se reunió en diciembre de 1933, en la que su Secretario, Enrique de Francisco, habló a favor de las posiciones maximalistas de Largo, mientras que Prieto se expresó en términos de “un punto de flexibilidad” para unir las posiciones del PSOE y de la UGT, pero casi todos se mostraron en contra del lenguaje incendiario que empleaba “El Socialista” en sus páginas, dirigido entonces por Julián Zugazagoitia.

De los Ríos, en esta reunión, se manifestó contrario a realizar una agresión contra la República, debiendo emplearse el tiempo, sin embargo, en la propiedad de la tierra, la enseñanza libre (conocía bien el caso de Bélgica) y la disolución de la guardia civil. Cordero y Carrillo (caballeristas) y Vidarte se declararon partidarios del movimiento “Alianza Obrera”, interviniendo también De Gracia y De Francisco, este defendiendo “la carta fundamental del Estado” (entiendo que la Constitución republicana).

No pocos de aquellos miembros de la dirección socialista percibieron que “había un peligro de fascio”, mientras que Prieto abogó por un acuerdo ineludible con la Unión General de Trabajadores en la coyuntura que se daba, pero nadie parecía haberse tomado muy en serio la insurrección anarquista que estaba teniendo lugar, dice Arbeloa.

Pocos días después se reunió de nuevo la dirección del PSOE, relatando Prieto sus contactos con los dirigentes ugetistas para que estos se coordinasen con el partido. Comentó que la posición de Trifón Gómez era que “si lo que se deseaba era realizar un movimiento para destruir lo actuado e implantar la dictadura de de los trabajadores, entonces ellos pensaban que debía meditarse mucho lo que se hacía…”. Intervinieron otros y acordaron realizar un movimiento conjunto (PSOE-UGT), reuniéndose días más tarde las dos ejecutivas (partido y sindicato), donde se establecieron las bases ideológicas de los socialistas españoles que, según Arbeloa, iban a durar muchos años.

Sobre la huelga anarcosindicalista –nadie hablaba de insurrección- se interesaron Besteiro, Saborit y Gómez, señalando que, estando de acuerdo con los sindicalistas, la actitud de los socialistas debía ser tibia, y así estuvo el PSOE en un estado de confusión propio de los momentos en que dicho partido no estaba en el gobierno. Arbeloa invita a comparar esta situación con la de enero de 1933, recordando el caso de Casas Viejas.

Andrés Saborit por su parte, el más fiel a las ideas de Besteiro, insistió en que el Partido Socialista no tenía nada que ver con lo que estaba pasando en la calle (se refiere a las huelgas anarquistas), mientras que Prieto (que según Arbeloa jugaba a varias cartas) señaló que no debía condenarse el movimiento por la importancia que podría tener. Fernando de los Ríos pidió que los socialistas no lo secundasen, pues “nuestras organizaciones no deben aparecer arrastradas por los anarcosindicalistas en un movimiento sin finalidades”. Saborit pidió una nueva reunión para conocer el alcance de lo que estaba pasando con las huelgas, cargando contra Largo en la estrategia que este venía manteniendo desde su discurso en el cine Pardiñas de julio pasado[i]. La posición de Saborit y  Besteiro era la mayoritaria en la UGT, ya que no había capacidad, disciplina ni autoridad en el movimiento obrero para llevar a cabo lo que se decía[ii], en palabras de aquellos dirigentes. Se siguió luego con el deseo, por parte de algunos, de que los artículos incendiarios de “El Socialista” cesasen, aunque fuesen muy del gusto de los lectores.

Zugazagoitia era director del periódico desde 1924, invitado a ello por Saborit, empleándose en cierta ocasión contra Prieto y los republicanos en 1933, pero la labor ideológica de Zugazagoitia en “El Socialista” fue anterior a dicho año, pues tenía como subdirector a Manuel Albar, procedente del anarquismo, al que había llevado también al periódico Andrés Saborit. Ahora es este el que ha de luchar contra los elementos “bolchevistas” dentro del periódico, mientras que Trifón Gómez se mostró contrario a la “Alianza Obrera” de la que hablamos al principio “sabiendo que van a la derrota”.

En estas estaban socialistas y ugetistas cuando les esperaba un largo camino en la oposición parlamentaria, aún vendría el error de los sucesos de octubre de 1934 y el golpe de estado de 1936 que desembocó en la guerra civil que no se ha borrado de nuestras memorias, y me atrevería a decir de nuestras vidas.

L. de Guereñu Polán.



[i] Es el momento del giro de Largo cuando dice “a la dictadura burguesa, nosotros preferimos la socialista… El solo hecho de que haya una mayoría burguesa en el Parlamento es una dictadura… Nosotros declaramos que queremos vivir en la legalidad, pero si se nos cierran los caminos, apelaremos a la violencia revolucionaria… “. Solo es posible entender estas palabras –no justificarlas- si tenemos en cuenta que el respeto a los comportamientos democráticos no existía para muchos españoles y para no pocos dirigentes de uno y otro signo. El contexto histórico, en pleno auge del fascismo en Europa y del comunismo en la URSS, era muy otro que el actual.
[ii] “Si alguien pretendiera quitar por la violencia algo de lo ya conquistado hasta aquí, es necesario defenderse por todos los procedimientos…”.

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