viernes, 20 de diciembre de 2019

¡SOLEMNE HARTAZGO! Antonio Campos Romay*

Hartazgo de trenes de tormentas azotando impíos…Hartazgo de humedad que invade todo mustiando el ánimo…Hartazgo de una lluvia que pierde su poesía al hacerse agobiante e importuna. Hartazgo de bajas presiones, que rotan pérfidas tocando con reiterada impertinencia esta cornisa sufrida y reumática.
Hartazgo por tantas razones… El que provocan sucesivas las bajas presiones, pero también el que generan las presiones bajas de la política… Los trenes de tormentas, y los trenes de sandeces e incoherencias que condenan al indefenso viajero, (ciudadanía), extraviado entre egos, titubeos, cazurrerías fenicias ó predicas fundamentalista.

Hartazgo de tantas bajas presiones políticas que asoman el escarnio y tosquedad que hizo oficio en la política, invadida de talante rufianesco donde es más fácil el hallazgo de una aguja en un pajar que alguien con la altura de miras que piense en “que hay de lo de todos” y no en “que hay de lo mío”…

Hartazgo de convivir con los que haciendo del chantaje tarea, se ponen plañideros lloriqueando que les chantajean… Los que aplastan de forma bronca o sibilina la disidencia interna de los que no comparten su iluminismo, mientras repiten hasta la saciedad que son oprimidos por una legalidad democrática en la que se mueven a su antojo. Hartazgo de un victimismo farisaico siempre presto a ser victimarios de todo el que se oponga a su camino. Hartazgo seres miserables disfrazados de honorables.

Hartazgo de las barbaridades que dicen cada vez que abren la boca o pulsan un tuit una portavoz de la derecha montaraz, de casa noble y discurso innoble y el portavoz secundario cuyo merito más apreciado es escupir huesos de aceituna a respetable distancia. Hartazgo de las lecciones de cordura de una insensata “montapollos” que aleatoriamente suma 221 diputados solo existentes en su mente calenturienta, pues al oírla se carcajean de ella en la Calle Génova. La que con estólida miopía dinamitó 180 escaños reales, bregando a tiempo completo para ello, truncando con frívola necedad la estabilidad política.

Hartazgo de la política convertida en crónica medieval de barones que con ánimo de señores de horca y cuchillo se creen autorizados en convertir en suyo, lo que por democracia corresponde al conjunto. Hartazgo de una política de tan escasa de miras, que subrogó en manos de la justicia lo que debiera haber sido su obligación, arrastrándola a un laberinto diabólico donde se engrandece el saber popular que avisa, ¡más vale un mal acuerdo que un buen juicio! Hartazgo penoso ante la demagogia disparatada de quienes intentan conculcar la separación de poderes, que son pilar del estado democrático, al exigir del ejecutivo decisiones que competen al poder judicial.

Hartazgo del esfuerzo por entender una justicia, seguramente justa, que permite volar libre al buitre con forma de alcaldesa desde el fondo de sus pecados a la impunidad, mientras, seguramente justa, arroja otros a una mazmorra con entusiasmo preventivo tal que deja estupefactas cortes judiciales ajenas.

Hartazgo absoluto al borde del bicarbonato… Irritante como el viento que despanzurra paraguas y destroza cual “tifossi” fuera de control el mobiliario urbano o como la lluvia impía en su tozudez invasiva...

Un hartazgo que requiere urgente un rayo de sol y un rayo de sensatez… El uno para corregir la sensación de sentirnos anfibios entre tanta borrasca. El otro para que los dioses se lleven ese tren de dislates que anegan la vida pública, con un baño de sensatez. Porque si de ellos deviniese tercera cita electoral, la sensación de desamparo social se traducirá en un fracaso político de dimensión cósmica.

Tanto que debiera saldarse con el derribo del actual teatro afincado entre el surrealismo y el absurdo y un severo ERE de unos actores muy alejados de aptitud para desarrollar el libreto. Marquina sostenía, “España y yo somos así”… Pero no es cierto. Ni España ni yo (ciudadanía) somos así. España se merece una clase política acreedora de respeto, que no degrade el sentido común, ni humille a la ciudadanía. La que en momentos complejos, ha de ser la dueña de la última palabra.
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*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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