Si la ministra de
Defensa dice que no hay riesgo de insubordinación en la Guardia Civil, malo. Y
peor lo que se puede leer en la prensa a partir de declaraciones de miembros de
la Guardia Civil, un cuerpo al que supongo totalmente alejado de tentaciones como
la que la llevó en 1981 a hacer el ridículo y hacérselo pasar a España
internacionalmente.
A ello hay que añadir
la estupidez de un vicepresidente del Gobierno que no sabe qué implica el cargo
que tiene (“cierre la puerta al salir”, dijo a un diputado cuando abandonaba
una sesión parlamentaria). El vicepresidente, un actor empedernido que no puede
evitarlo, se reía como si hubiese dicho algo realmente importante. Un diputado,
del partido que sea, tiene su dignidad, y no se le puede decir desde la mesa
presidencial que cierre la puerta; el estúpido es el que lo dice. Pero habiendo
surgido de la nada una portavoz parlamentaria del Partido Popular, que insulta
a quien le da la gana, el vicepresidente no iba a ser menos en cuanto a
protagonismo y está empeñado en que no se lo roben: cueste lo que cueste.
Leo que la Guardia
Civil tiene su propia atención sanitaria y su propio clero (poco hemos avanzado
en este campo) y que “la cúpula [de la Guardia Civil] representa la institución”.
Nada más falso: el que representa es porque cuenta con la confianza de los
representados; la jerarquía no representa a un cuerpo, aunque lo mande; son
cosas distintas. Otra sandez es decir, como se ha publicado, que si un miembro
de la cúpula se siente despreciado, también lo es “el último guardia”. Ni mucho
menos: cada individuo tiene su propia visión de las cosas, y no ha de verse
concernido en lo que le ocurra al jefe cuando, en ocasiones, esto incluso puede
ser deseado por el subordinado.
La derecha montaraz que
tenemos ha orquestado una campaña de insidias contra el Gobierno de España
aprovechando que un ministro ha sustituido a uno o varios cargos de libre
designación, cuando la esencia de la libre designación es precisamente esa, que
se cesa también libremente, sin tener que dar cuentas a nadie, salvo en caso de
delito o falta grave.
Otro guardia civil dice
que en la jerarquía del cuerpo no debiera haber injerencia “de los políticos”,
entendido que tampoco del Gobierno, con lo que ya tendríamos a un organismo
armado al margen de la autoridad del Estado. Es el colmo; la falta de formación
de algunos clama al cielo, y clama más cuando algún guardia dice que “cuando
llega un director o directora general le ceden [literal] el papel protagonista,
le dejan que vaya a los desfiles, que dé los discursos… pero al mismo tiempo le
ponen muy claro que allí no manda”. Más colmo y más miseria porque es negar la
supremacía del poder civil sobre cualquier otro, es decir, el poder del pueblo
sobre cualquier otra soberanía que pudiera existir, y que en un sistema
democrático no existe.
Si el jefe de la
Guardia Civil de Madrid, nombrado por libre designación, ha de realizar un
informe, tiene la obligación de consultar a sus superiores el contenido del
mismo, aunque dicho informe lo pida un juez; cosa muy distinta a si un guardia
civil (o cualquier funcionario) en tanto que funcionario, es reclamado por un
juez para que dé informe sobre algo: aquí no tendrá que consultar a nadie y
actuará conforme a su responsabilidad.
Algún guardia se ha
quejado de que un jefe de gabinete sea civil en vez de un militar (la Guardia
Civil tiene este carácter), como si dichos nombramientos tuviesen que ser
consultados a alguien. Las decisiones de un ministro las toma bajo su
responsabilidad y no tiene que informar a ninguna “cúpula” de ningún cuerpo,
armado o no.
Leo, por último, que
Rodolfo Martín Villa (no precisamente un demócrata) ha recordado en repetidas
ocasiones que en una reunión de mandos de la Guardia Civil se dijo: “en España
hay 18 comunidades, 17 y la Guardia Civil”. Pues no, hay 17 y dos ciudades
autónomas; la Guardia Civil es un instrumento del Estado para obedecer al
Gobierno, no para imponerle nada. La época de Martín Villa ya no es esta aunque
pueda parecerlo.
L. de Guereñu Polán.
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