miércoles, 2 de septiembre de 2020

El caso del señor Turrión

No se verá con frecuencia un caso tan particular como el que representa el dirigente máximo (en éste caso sí cabe lo de máximo enfáticamente) de Podemos, señor Iglesias Turrión. Es persona de un engreimiento ilimitado, pagado de sí mismo, orgulloso de su estirpe, de su pasado universitario y como agitador social.

Pero no tiene nada que ver con los Juan José Morato, Ramón Rubial, Marcelino Camacho y otros cientos que se podrían citar como verdaderos paradigmas de la lucha por la libertad, por la igualdad y por la justicia. El señor Turrión, por el contrario, gusta de los gestos teatrales, pero como es mal actor se le nota: ahora un beso en pleno hemiciclo, luego unas lágrimas mientras, asido a las manos de sus correligionarios, miraba al indefinido cielo de Madrid, en otros casos comparecencias sin sustancia… Bien dijo cierta expresidenta del Congreso de los Diputados en una ocasión que, cuando el señor Turrión venía un micrófono corría raudo hacia él por si tenía algo que decir… y tenia, aunque fuera hueco.

Hoy mismo leí un artículo de Antonio Elorza titulado “El gesto de Antígona” donde el autor da en la diana con certera puntería: no a la investidura del señor Sánchez, salvo que a su lado esté nuestro personaje; no a los presupuestos del Estado, salvo que se negocien con él; no a la lealtad al Gobierno del que forma parte, salvo que quede claro que él comanda a una parte de dicho Gobierno de forma insolidaria y antiinstitucional.

Dice Elorza que el señor Turrión “está encerrado y encierra a Podemos, con un solo juguete: su ascenso personal…”. Antes, el excomunista Elorza recuerda los andares del señor Turrión por la Universidad española, agitando contra la libertad de expresión, salvo si dicha expresión era la de los suyos, predicando en cierta pacata cadena televisiva sobre temas ideológicos, apropiándose de un movimiento que nació a causa de la somnolencia del Partido Socialista, entre otros, para encaramarse hasta lo más alto del poder político y, desde ahí, entorpecer toda acción de gobierno que se presente como sensata y conveniente a los intereses de los españoles, sobre todo de los que más lo necesitan.

L. de Guereñu Polán.

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