Hoy, día 20 de octubre, se cumplen nueve años desde que ETA anunció su disolución: “quiere informar al pueblo vasco –decía el comunicado- del final de su trayectoria”. Como cobardes habían sido todos sus crímenes, cobarde fue no hacer ni una sola referencia a sus víctimas, que se cuentan en casi novecientas. Tampoco ETA dijo nada sobre las armas que todavía poseía y, que se sepa, no las ha devuelto ni destruido, una amenaza que parece no serlo porque los españoles tenemos la conciencia de que la organización terrorista no está ya en condiciones de matar de forma sistemática.
Cabe recordar que
cuando ETA mataba durante la dictadura, las fuerzas de seguridad del Estado actuaban
con absoluta impunidad contra los terroristas; no así cuando se estableció el
régimen democrático actual, a pesar de las actuaciones de los GAL con la
anuencia de algunas autoridades. ETA mató a más personas durante la democracia
que durante el franquismo, porque a la banda terrorista no le interesaba la
democracia, sino que tenía otros objetivos.
La población vasca y el
conjunto de la española, al principio, no se manifestó contra el terrorismo
etarra. Tardó en hacerlo casi diez años después de que se produjeran los
primeros atentados. Incluso hay partidos que hoy son legales que jalearon los
crímenes de ETA, aunque ahora no estén ni por denunciarlos ni por recordarlos.
Aquel pueblo español (y vasco) estaba amedrentado, acobardado, sin alma para enfrentarse
a tanta maldad.
Luego cambió: las
calles de Euskadi y de España entera se llenaron de protestas, los gritos se
oyeron por doquier, la rabia se hizo dueña de nuestras calles, la indignación
de muchos millones de españoles debilitó, sin duda, las acciones de ETA.
Hoy podemos decir que
el pueblo español y el Estado han vencido a ETA, aunque sea a un gran precio,
aunque aquella etapa terrible, que tuvo su comienzo en un régimen de oprobio y
barbarie, quedará para siempre en nuestras conciencias. O debe quedar, porque
de lo contrario no habremos aprendido lo suficiente.
Me sumo con estas
palabras al honor de las víctimas y sus familiares, de sus amigos, que también
son víctimas, como lo somos todos un poco aunque hayamos podido seguir
viviendo.
L. de Guereñu Polán.
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