De la misma forma que Largo Caballero estuvo a
la sombra de Pablo Iglesias Posse hasta la muerte de este en 1925, influido por
su pensamiento y acción, así Rodolfo Llopis fue un seguidor y colaborador
estrecho de Largo hasta que este murió en el exilio en 1946, encontrándose
también el alicantino en Francia.
Llopis pertenece a la tercera generación de
socialistas que participaron en las sociedades obreras desde 1870,
aproximadamente, y fundaron unos años más tarde el Partido Socialista Obrero
Español y la Unión General
de Trabajadores. Nacido cuando el siglo XIX acababa en Callosa de Ensarriá,
provincia de Alicante, conoció a Largo Caballero en Madrid y a él se adhirió
muy pronto, reconociendo su intuición, capacidad de trabajo y entrega a la
causa del movimiento obrero de la época.
Cuando Llopis conoció a Largo este llevaba ya
un cuarto de siglo participando en el movimiento societario madrileño, pues
Madrid no era, en la segunda mitad del siglo XIX, una ciudad industrial como
Barcelona o Bilbao, por poner dos ejemplos. Más bien abundaban mucho los
oficios de artesanos y obreros de pequeños negocios y talleres, pero había
pocas fábricas modernas. Hasta tal punto Llopis admiró a Largo Caballero que
quiso escribir una biografía sobre el dirigente madrileño a principios de los
años cincuenta del pasado siglo, pero renunció a ello (después de haber hecho
acopio de muchísimos datos) por no disponer de medios para consultar archivos
(estaba en el exilio y España bajo el franquismo). Esto lo reconoce Julio
Aróstegui en una obra relativamente reciente, donde glosa, de forma
abultadísima, la vida y obra de Largo.
Francisco Largo Caballero no era un hombre
formado académicamente, pues solo había recibido algunos años de escuela antes
de que empezase a trabajar a los siete… Iglesias, como los fundadores del
socialismo organizado en España, procedían del mundo de la tipografía, del
periodismo o de cierta intelectualidad, como José Mesa o Jaime Vera. Contrariamente
a Largo, Rodolfo Llopis se había formado académicamente al tener esa
posibilidad y dedicó la mayor parte de su vida a la educación, la mayor parte
de su obra a la pedagogía y la mayor parte de sus esfuerzos fuera de este campo
al socialismo.
Una de las grandes preocupaciones de Llopis,
como de Largo Caballero, era la organización, preservarla de peligros que la
debilitasen, por eso –y esto es influencia de Iglesias- la Unión General de Trabajadores y
el Partido Socialista no fueron partidarios de huelgas a la ligera, sin
calcular las consecuencias y los posibles resultados, y de esta preocupación
participó también Llopis, cuya veneración por Largo se puso de manifiesto
siempre. Y fueron también partidarios, maestro y alumno, de lo que entonces se
llamó “intervencionismo”, es decir, aprovechar los resquicios que permitía el
Estado en manos de la burguesía para influir incluso dentro de las
instituciones públicas.
Fue precisamente la huelga general de 1917,
convocada por la UGT,
la CNT (de
reciente creación) y el PSOE, lo que llevó a Llopis a ingresar en el sindicato
y en el partido, aunque ya conocía a Largo Caballero, que venía de ser concejal
y diputado provincial en Madrid. La huelga, a juicio de la historiografía, fue
un fracaso, con más de un centenar de muertos y muchos más heridos, sin
conseguir los objetivos políticos que se propuso (nada menos que acabar con el
régimen de la
Restauración) y además fue precedida de una huelga de
ferroviarios en Valencia que, al parecer, estuvo orientada por la patronal, de
lo que no fue consciente uno de sus responsables, Daniel Anguiano. Pero esa
huelga, que fue la respuesta del obrerismo organizado a la crisis de
subsistencias consecuencia de la primera guerra mundial y de la inacción del
Gobierno, es un hito en la historia del movimiento obrero español, más allá de
la crítica que merezca a cada uno por sus resultados (debe considerarse que el
Gobierno utilizó al ejército para reprimirla).
Subsecretario de Presidencia con Largo en el
gobierno que formó este último ya iniciada la guerra civil, llevó a cabo una
meritoria labor de organización administrativa, y colaboró en la incorporación
de comunistas a dicho gobierno, lo que contribuyó a dar una cierta disciplina
al ejército republicano. Pero el mayor mérito de Llopis, si comparamos su
trabajo con las circunstancias en que tuvo que realizarlo, fue la organización
del Partido Socialista en el exterior desde su exilio francés, al tiempo que
fue Presidente del Gobierno en el exilio hasta 1947, cuando fue sustituido por
Álvaro de Albornoz; fue Secretario del PSOE, sustituyendo a Ramón Lamoneda,
desde 1944 hasta 1972, año este en el que surgió la división en el PSOE, pero
un año antes había dejado la
Presidencia de la
UGT, habiendo sustituido en 1956 a Trifón Gómez, por lo
que puede decirse que de él dependió, en buena medida, que la llama del
socialismo organizado y del sindicalismo ugetista, pudiese pasar –no sin
problemas- a las nuevas generaciones en los años setenta del pasado siglo.
En el Congreso socialista celebrado en Suresnes
en 1974 no aceptó la propuesta que se le hizo para que presidiese el partido,
pretendiendo seguir siendo secretario general, pero los socialistas del
interior, junto con otros del exilio, consideraron que los tiempos eran otros y
debía darse una renovación en los cuadros dirigentes y en los objetivos. El
apoyo de la Internacional
Socialista a los seguidores de Nicolás Redondo y Felipe
González fue determinante y Llopis apareció, desde entonces, como un terco
dirigente que no se quiso adaptar a los nuevos tiempos.
Pero si tenemos en cuenta el aspecto humano del
problema ¿podremos comprender que a un hombre que había cogido el testigo de
Largo Caballero (¡casi nada!), participado en una guerra, defendido y mantenido
el socialismo español en el exilio, convirtiéndose en un valladar contra
dificultades de todo tipo, le costaba comprender –e incluso desconfiaba- las
intenciones de los renovadores? Habría que ponerse en la piel de Llopis, que
vio recuperarse a la UGT
y al PSOE después de sus respectivas crisis de militancia entre 1914 y 1916,
que participó en los momentos de mayor influencia de aquellas organizaciones en
la sociedad y en la política españolas, para saber lo que cada uno haría en
esas circunstancias. ¿Quiénes eran esos que venían pretendiendo arriesgar lo
conseguido –con el exilio de por medio- llevando las direcciones al interior de
España con Franco vivo y toda su policía y ejército en pie de guerra? No
olvidemos que aún fueron ejecutados algunos, meses antes de la muerte del
dictador; Llopis no confiaba en salvaguardar lo que con tanto tesón había
mantenido a duras penas.
El hecho de que tuviese seguidores que le
alentaron a mantener sus posiciones en esos años centrales de la década de los
setenta, contribuyó también a la terquedad llopista. Vivió hasta 1983, lo
suficiente para ver como el Partido Socialista conseguía llegar al gobierno
después de tantos esfuerzos y sufrimientos (de los que él participó) con una
mayoría absoluta que jamás se hubiese imaginado. ¿Qué razones podemos aducir
para suponer que Llopis no se alegró de ello? Ninguna: además de un hombre
antiguo para la altura del siglo XX a la que llegó, además de ser terco e
incapaz de comprender la nueva situación, tuvo la enorme humanidad de mantener
durante décadas el testigo de unas ideas, de unas organizaciones, que está por
ver si son merecedoras, estas últimas, de tanto esfuerzo y sacrificio.
L. de Guereñu Polán.
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