sábado, 25 de noviembre de 2017

Vindicación de Rodolfo Llopis



De la misma forma que Largo Caballero estuvo a la sombra de Pablo Iglesias Posse hasta la muerte de este en 1925, influido por su pensamiento y acción, así Rodolfo Llopis fue un seguidor y colaborador estrecho de Largo hasta que este murió en el exilio en 1946, encontrándose también el alicantino en Francia.

Llopis pertenece a la tercera generación de socialistas que participaron en las sociedades obreras desde 1870, aproximadamente, y fundaron unos años más tarde el Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores. Nacido cuando el siglo XIX acababa en Callosa de Ensarriá, provincia de Alicante, conoció a Largo Caballero en Madrid y a él se adhirió muy pronto, reconociendo su intuición, capacidad de trabajo y entrega a la causa del movimiento obrero de la época.

Cuando Llopis conoció a Largo este llevaba ya un cuarto de siglo participando en el movimiento societario madrileño, pues Madrid no era, en la segunda mitad del siglo XIX, una ciudad industrial como Barcelona o Bilbao, por poner dos ejemplos. Más bien abundaban mucho los oficios de artesanos y obreros de pequeños negocios y talleres, pero había pocas fábricas modernas. Hasta tal punto Llopis admiró a Largo Caballero que quiso escribir una biografía sobre el dirigente madrileño a principios de los años cincuenta del pasado siglo, pero renunció a ello (después de haber hecho acopio de muchísimos datos) por no disponer de medios para consultar archivos (estaba en el exilio y España bajo el franquismo). Esto lo reconoce Julio Aróstegui en una obra relativamente reciente, donde glosa, de forma abultadísima, la vida y obra de Largo.

Francisco Largo Caballero no era un hombre formado académicamente, pues solo había recibido algunos años de escuela antes de que empezase a trabajar a los siete… Iglesias, como los fundadores del socialismo organizado en España, procedían del mundo de la tipografía, del periodismo o de cierta intelectualidad, como José Mesa o Jaime Vera. Contrariamente a Largo, Rodolfo Llopis se había formado académicamente al tener esa posibilidad y dedicó la mayor parte de su vida a la educación, la mayor parte de su obra a la pedagogía y la mayor parte de sus esfuerzos fuera de este campo al socialismo.

Una de las grandes preocupaciones de Llopis, como de Largo Caballero, era la organización, preservarla de peligros que la debilitasen, por eso –y esto es influencia de Iglesias- la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista no fueron partidarios de huelgas a la ligera, sin calcular las consecuencias y los posibles resultados, y de esta preocupación participó también Llopis, cuya veneración por Largo se puso de manifiesto siempre. Y fueron también partidarios, maestro y alumno, de lo que entonces se llamó “intervencionismo”, es decir, aprovechar los resquicios que permitía el Estado en manos de la burguesía para influir incluso dentro de las instituciones públicas.

Fue precisamente la huelga general de 1917, convocada por la UGT, la CNT (de reciente creación) y el PSOE, lo que llevó a Llopis a ingresar en el sindicato y en el partido, aunque ya conocía a Largo Caballero, que venía de ser concejal y diputado provincial en Madrid. La huelga, a juicio de la historiografía, fue un fracaso, con más de un centenar de muertos y muchos más heridos, sin conseguir los objetivos políticos que se propuso (nada menos que acabar con el régimen de la Restauración) y además fue precedida de una huelga de ferroviarios en Valencia que, al parecer, estuvo orientada por la patronal, de lo que no fue consciente uno de sus responsables, Daniel Anguiano. Pero esa huelga, que fue la respuesta del obrerismo organizado a la crisis de subsistencias consecuencia de la primera guerra mundial y de la inacción del Gobierno, es un hito en la historia del movimiento obrero español, más allá de la crítica que merezca a cada uno por sus resultados (debe considerarse que el Gobierno utilizó al ejército para reprimirla).

Subsecretario de Presidencia con Largo en el gobierno que formó este último ya iniciada la guerra civil, llevó a cabo una meritoria labor de organización administrativa, y colaboró en la incorporación de comunistas a dicho gobierno, lo que contribuyó a dar una cierta disciplina al ejército republicano. Pero el mayor mérito de Llopis, si comparamos su trabajo con las circunstancias en que tuvo que realizarlo, fue la organización del Partido Socialista en el exterior desde su exilio francés, al tiempo que fue Presidente del Gobierno en el exilio hasta 1947, cuando fue sustituido por Álvaro de Albornoz; fue Secretario del PSOE, sustituyendo a Ramón Lamoneda, desde 1944 hasta 1972, año este en el que surgió la división en el PSOE, pero un año antes había dejado la Presidencia de la UGT, habiendo sustituido en 1956 a Trifón Gómez, por lo que puede decirse que de él dependió, en buena medida, que la llama del socialismo organizado y del sindicalismo ugetista, pudiese pasar –no sin problemas- a las nuevas generaciones en los años setenta del pasado siglo.

En el Congreso socialista celebrado en Suresnes en 1974 no aceptó la propuesta que se le hizo para que presidiese el partido, pretendiendo seguir siendo secretario general, pero los socialistas del interior, junto con otros del exilio, consideraron que los tiempos eran otros y debía darse una renovación en los cuadros dirigentes y en los objetivos. El apoyo de la Internacional Socialista a los seguidores de Nicolás Redondo y Felipe González fue determinante y Llopis apareció, desde entonces, como un terco dirigente que no se quiso adaptar a los nuevos tiempos.

Pero si tenemos en cuenta el aspecto humano del problema ¿podremos comprender que a un hombre que había cogido el testigo de Largo Caballero (¡casi nada!), participado en una guerra, defendido y mantenido el socialismo español en el exilio, convirtiéndose en un valladar contra dificultades de todo tipo, le costaba comprender –e incluso desconfiaba- las intenciones de los renovadores? Habría que ponerse en la piel de Llopis, que vio recuperarse a la UGT y al PSOE después de sus respectivas crisis de militancia entre 1914 y 1916, que participó en los momentos de mayor influencia de aquellas organizaciones en la sociedad y en la política españolas, para saber lo que cada uno haría en esas circunstancias. ¿Quiénes eran esos que venían pretendiendo arriesgar lo conseguido –con el exilio de por medio- llevando las direcciones al interior de España con Franco vivo y toda su policía y ejército en pie de guerra? No olvidemos que aún fueron ejecutados algunos, meses antes de la muerte del dictador; Llopis no confiaba en salvaguardar lo que con tanto tesón había mantenido a duras penas.

El hecho de que tuviese seguidores que le alentaron a mantener sus posiciones en esos años centrales de la década de los setenta, contribuyó también a la terquedad llopista. Vivió hasta 1983, lo suficiente para ver como el Partido Socialista conseguía llegar al gobierno después de tantos esfuerzos y sufrimientos (de los que él participó) con una mayoría absoluta que jamás se hubiese imaginado. ¿Qué razones podemos aducir para suponer que Llopis no se alegró de ello? Ninguna: además de un hombre antiguo para la altura del siglo XX a la que llegó, además de ser terco e incapaz de comprender la nueva situación, tuvo la enorme humanidad de mantener durante décadas el testigo de unas ideas, de unas organizaciones, que está por ver si son merecedoras, estas últimas, de tanto esfuerzo y sacrificio.

L. de Guereñu Polán.

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